El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Miguel Botella (Granada 1949) se jubila. Es uno de los fundadores del Laboratorio de Antropología de la Universidad de Granada, docente de Anatomía Humana y Antropología Física y Forense. Preside la Sociedad Española de Antropología Física, ha dirigido más de 80 tesis y es reconocido internacionalmente por su trabajo y por ser un experto mundial en su materia. Deja flecos pendientes en su Departamento. Apenas se ha comenzado a escribir un nuevo capítulo que sin duda traerá cola, pero aquí se habla de otros temas. Sus reflexiones sobre la Universidad, su experiencia. Su visión de la docencia y de su trayectoria.
Pregunta.–Se jubila...
Respuesta.–Ya me voy. Dejo este sitio después de 54 años en la Universidad.
P.–¿Cómo se siente?
R.–Bien, bien. Seguiré haciendo lo mismo solo que mi rutina de venir todos los días a las siete y media pues ya se acaba. Ahora me levantaré a las seis y veinte, como todos los días y me iré a otro lado. Tengo previsto un viaje a Colombia, después a México. ¿Echaré de menos mi Departamento? Pues claro, porque al fin y al cabo lo creé yo... pero bueno, ya está bien después de tantos años. Entiendo que hay que dar paso a los jóvenes y que los jóvenes tienen el futuro. Yo ya soy pasado.
P.–Un pasado que ha marcado un antes y un después.
R.–No lo sé. Lo que sí te puedo decir es que para mí ha sido un privilegio. Me siento un tipo privilegiado. Siempre he sido mi propio jefe siempre. He hecho todo lo que he podido y he peleado... ha sido mi vida. En este sentido ha sido muy, muy gratificante. Quizá seré muy soso, porque no sé hacer otra cosa. Pero es una etapa. Hay que pasarla y se ha acabado. No tiene más.
P.–En tres palabras, ¿cómo definiría su carrera en la Universidad?
R.–Sólo necesito dos. Un privilegio. El trabajo me apasiona. He podido desarrollar muchas cosas y bueno, creo que mi vida ha sido plena aquí en la Universidad. He dado todo lo que he podido a la Universidad y la Universidad me ha dado muchas cosas también. Me ha dado todas las oportunidades. Quizá he correspondido también. Muchas veces olvidamos que los profesores somos privilegiados en muchas cosas, por lo menos yo. En mi caso nadie me ha puesto nunca la menor pega para trabajar en lo que a mí me interesase más y yo he trabajado lo que más me ha interesado siempre. La Universidad te ofrece la posibilidad de trabajar, tienes que dar clases, tienes alumnos que te mantienen constantemente al día y constantemente despierto, alumnos que te ilusionan y mi trabajo es ilusionarles, no es enseñarles nada. Yo no les enseño nada.Creo que cualquier cosa viene mejor en los libros, pero la labor de un profesor es la de ilusionar, inculcarles un poco el valor del aprendizaje y del estudio. Además de eso, tengo un despacho. ¡Me ponen hasta un ordenador! Puedo trabajar cuando quiera, puedo trabajar a las horas que quiera. En el mes de agosto he venido todos los días. Nadie me ha dicho que no, todo lo contrario. Creo en serio que somos unos privilegiados.
P.–Un privilegiado que deja detrás un legado como la colección de restos óseos...
R.–La más grande quizá de Europa ahora mismo... Eso tampoco tiene mucho mérito. Yo soy juntador, yo junto muchas cosas, yo junto libros, junto de todo, me gusta coleccionar casi todo menos los sellos de correos... En ese ámbito de coleccionar, de recoger cosas, pensé que esto era importantísimo para poder tener una referencia para estudiar la evolución humana y las enfermedades. Es decir, el desarrollo de las sociedades. Y es verdad que ha servido y creo que seguirá sirviendo.
P.–En su libro 'Historia de la Antropología Física Española' aparece una definición muy bonita de Antropología. Es la biografía de la humanidad
R.–Eso es lo que es mi trabajo. No se trata de conocer a los humanos, no desde un punto de vista, por ejemplo, de la cultura material, que es lo que hace la antropología social, o la arqueología, sino que lo que trato de estudiar es a los humanos desde el punto de vista biológico ¿cómo somos? ¿por qué somos así? ¿y cómo voy a llegar a saberlo?
P.–¡Y usted ha sido biógrafo de la humanidad!
R.–Algo he escrito... Te tengo que decir que cuando escribo algo me divierto mucho y me lo paso bien. El tema es que soy muy perezoso, me da mucho miedo escribir, pero cuando se termina el trabajo te das cuenta de que merece la pena al fin y al cabo.
P.–Mantiene la ilusión y las ganas...
R.–La ilusión nunca se debe perder. Sería muy pretencioso decir que tengo la misma ilusión que cuando tenía 20 años. No, no es así. Pero la ilusión es conocer gente, discutir, que también me gusta mucho. La conclusión de todo esto es que soy un privilegiado. Sé que mucha gente no puede decir eso porque no ha tenido oportunidades. A mí me las dieron desde el colegio. Yo era un niño destinado a hacer, pues no sé, a no hacer nada. Mi padre no quería que yo estudiara. Me tuve que buscar colegio donde encontré un maestro qué fue definitivo en mi vida, Santiago Pérez Linares. Después en la Universidad tuve dos que determinaron también mi trayectoria, Antonio Arribas, catedrático de Prehistoria y Miguel Guirao, de Anatomía. Mira que he tenido miles de alumnos. Pues mi deseo ha sido siempre transmitir un poco lo que aquella gente me dio, esas ilusiones, esas ganas de hacer cosas. Si he conseguido transmitir eso a la gente me sentiré más feliz todavía.
P.–Habla de ese entusiasmo y esa ilusión pero también es conocido que ha habido momentos complicados...
R.–La vida nunca es un lecho de rosas. Qué va. Es una lucha constante. Y como buen evolucionista sé que la lucha es permanente y hay cosas buenas y cosas malas. Obviamente, los humanos tenemos una cosa maravillosa, es que se nos olvida lo malo y se nos queda lo bueno. Pero no ha sido fácil. Parto de una familia muy humilde. Tuve muchos obstáculos para poder estudiar. Siempre hay obstáculos, hay piedras en el camino, pero bueno. Fíjate, leí el otro día una cosa que la tengo por aquí. La apunté. Es una frase de Eurípides que dice no se puede llamar feliz a un hombre hasta que ha llegado su último día. Mi balance es que ha valido la pena. Ese último día, si es que puedo, llegaré y recapitularé y diré, mereció la pena. A día de hoy lo ha merecido.
P.–Suma una trayectoria muy larga, en la que ha visto cómo ha cambiado la vida universitaria y la docencia...
R.–En el 72 publiqué mi primer artículo, antes de terminar la carrera, siendo estudiante de segundo de Medicina, mira qué precoz. Fue muy curioso. Como yo estudiaba Medicina y estaba en Arqueología me dieron unos huesos. Yo no sabía nada, pero tenían unas rayas y dije ¿esto qué es? Me arriesgué y dije que era posiblemente canibalismo del Neolítico. Y era. Fui primero que publicó eso y desde entonces me dedico a marcas de corte de los huesos. Me dieron un premio de la Real Academia y ahí fue donde yo caí en la trampa, ya me picó del todo. Después hice mi tesis. ¡1.700 páginas! Traté de unir lo humano, que se me quedaba corto, con la arqueología, que me daba los elementos culturales, pero a mí me faltaba lo humano, el factor físico humano, las enfermedades, cómo vivía la gente. Por eso hice Medicina. Con eso estudié medicina. Ahora se va a celebrar el 50 aniversario de nuestra carrera, no de nuestra promoción. Me escribió un compañero y me dijo que recordaba cuando un día, sentado en un banco en la Facultad, le dije que yo no quería ser médico. Quería estudiar Medicina para dedicarme a los humanos.
P.–Pero al final también ha sido médico...
R.–A veces no he tenido más remedio. En Egipto... allí he ayudado lo que he podido. He ido a países en los que he tratado de ayudar todo lo he podido.
P.–Otro mundo que conoce es el de la docencia, ¿cómo ha cambiado el alumnado?
R.–Siempre ha habido alumnos buenos, malos y regulares y sigo viendo en los alumnos todavía, afortunadamente, a veces chispillas en los ojos de ilusión. Eso me encanta. Ahora se dice que, bueno, los alumnos no estudian, no quieren hacer nada, son unos dejados... Todo eso es mentira. Todo depende de tu capacidad para ilusionarles. Me gusta mucho lo de la docencia por eso, porque ves gente a la que le gusta lo que tú le explicas, que se interesan. Otros no. Pues claro. En el Siglo de Oro no todo era Lope de Vega. Ahora hay mucha más gente que tiene acceso a la educación. Siempre habrá unos cuantos que presten interés, que sean buenos, incluso te diría que mejores que nosotros éramos cuando yo estudiaba. Y esos son los que salvan, los que van a salvar la humanidad, evidentemente. Pues claro, te encuentras estudiantes maravillosos. Es que siempre se le pone un sambenito de que los estudiantes son apáticos, que no quieren. No es verdad de ninguna manera.
P.–¿Y la investigación?
R.–Tiene un grave problema, que es un tapón. Nos pasan cosas como la ratio en las publicaciones. Fíjate, este libro para una evaluación en la Universidad no sirve para nada. Es cero. ¿Por qué? Porque hay unos rangos que se inventaron en otros países que dice qué publicaciones son buenas. Pero llegamos a la trampa saducea de que muchas de las publicaciones de primer nivel se pagan, hay que pagarlas. Si tú tienes pues, no sé, unos cuantos miles de euros, tú puedes llegar a ser catedrático si eres capaz de pagar. Me parece una torpeza terrible el evaluar las cosas solamente en cuanto a las publicaciones de un nivel determinado. Puedes publicar un artículo maravilloso, maravilloso, como por ejemplo el que hizo [Gregor] Mendel. Ese artículo fue el inicio de la genética y lo publicó en una revista que nadie vio. Se redescubrió mucho tiempo después. Considerar solamente la investigación o la calidad de tu investigación en cuanto a publicaciones no me parece correcto. Un docente tiene que hacer tres cosas. Tiene que enseñar, tiene que investigar y tiene que enseñar a investigar. Y eso es complicado porque el mundo de la investigación es un mundo cerrado, en el que te tienes que integrar en grandes grupos de investigación. Soy muy pesimista. Investigar son dos cosas, soledad y libertad. Pues eso ya no es así. Ahora son equipos donde tú eres una hormiguita que está trabajando y que a cambio de eso pues te colocan en una publicación, pero quizá eso es lo bueno. ¿Quién saca el trabajo? Todos los que están debajo.
P.–Usted también ha formado parte de grupos interdisciplinares, con investigadores de otras áreas...
R.–Sin duda, claro. Pero en los grandes equipos de investigación hay becarios, hay pequeñitos, hay grandes y hay más grandes. Publicas sí, pero quizá en algunos casos ni te enteras de cuál es la investigación. Quizá hay menos madurez de pensamiento y mucha más técnica. En el siglo XIX no tenían esas técnicas, pero pensaban más.
P.–En el sistema universitario se está en un momento de cambio. Sin ir más lejos se han aprobado varios centros universitarios privados
R.–Creo que no puede haber café para todos. El mundo de la excelencia, a mi juicio, pasa por una Universidad de calidad y la Universidad de calidad es una Universidad libre, que no tenga ataduras ni económicas ni ideológicas. Corremos el peligro de convertirnos en vendedores de títulos.
P.–¿Falta autocrítica?
R.–Sin duda. La Universidad es un sitio maravilloso donde tú puedes aprender si quieres, claro, si no quieres, no, y donde puedes confrontar en una etapa que es fundamental. Es como en un guiso. Se va haciendo un caldo y ese caldo es común a todos. Eso es lo que se llama espíritu universitario y eso es lo que hace que tú seas capaz de pensar de una manera capaz de afrontar los problemas de una manera. Y la libertad es el elemento clave para mí de la Universidad.
P.–¿Se ve amenazada esa libertad?
R.–Hay factores ideológicos importantes, económicos. Las universidades, bueno, las universidades tienen poco dinero. Pero también es verdad que se ha hecho una política de expansión universitaria sin ton ni son. El camino universitario está ahora lleno de problemas porque claro, la economía influye mucho.
P.–¿Tiene ojo clínico para las personas?
R.–Creo que sí... después de tantos años, pues supongo que sí. Fíjate. Yo de todo lo que veo, comprendo o quiero comprender lo único que no entiendo, no puedo comprender, y lo único que provoca un rechazo terrible es la deslealtad. La deslealtad puede ser el peor pecado que pueda tener una persona.
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