¿Alfabetización o ignorancia ambiental?
Ciencia abierta
Quizás suene utópico pero podemos apreciar grados de alfabetización ambiental, como con el dominio de la lengua
Granada/Indican las estadísticas del siglo pasado que, al inicio de la guerra civil, en torno a una cuarta parte de la población española era analfabeta. Hoy día esa palabra resulta prácticamente testimonial, calculándose que solo es aplicable al 1,7% de nuestros paisanos. De hecho, progresivamente el término opuesto, es decir, el alfabetismo se ha ido aplicando a otros retos en consonancia con la sociedad en que vivimos. Quizás el más conocido es el aplicado a las TIC, refiriéndonos entonces a la necesaria alfabetización digital; así, la pandemia Covid-19 que nos sigue atenazando ha puesto a prueba esa demanda en situaciones como el teletrabajo, la enseñanza virtual o las gestiones en línea.
Pero no es a esa alfabetización a la que me referiré, sino a la que pone título a este artículo. Volviendo sobre la Covid-19, aunque han proliferado algunas referencias a sus causas y consecuencias ambientales, sus secuelas también han dañado gravemente la urgente agenda ambiental que debiera tener planteada la humanidad, la ha relegado a un segundo plano en favor de la salud humana y la economía. Es más, hemos retrocedido en temas como el "usar y tirar", así guantes y mascarillas campan por doquier. Lo que queda claro a mí entender es que para calibrar los gravísimos problemas ambientales que nos atenazan, lo primero que se precisa es conocer, aunque sea a grandes rasgos, sus causas, consecuencias y alternativas. Alan Peacock afirma que "ser una persona eco-alfabetizada significa comprender cómo están organizados los ecosistemas y vivir según estos principios". Quizás suene algo utópico pero también podemos apreciar grados de alfabetización ambiental, al igual que con el dominio de la lengua.
¿Podríamos responder entonces a la pregunta del título?, ¿nos consideramos analfabetos o alfabetos ambientales?, y si es lo primero, ¿a quién o quiénes culpabilizar? Resulta evidente que, a pesar de distintas iniciativas legislativas a lo largo de décadas, la educación formal ha sido incapaz, salvo honrosas excepciones, de alfabetizar ambientalmente a nuestra población. Precisamente, para intentar cambiar ese estado de cosas se ha acuñado el término de "ambientalización curricular", esto es, la incorporación de conceptos, procedimientos y actitudes (o competencias en un sentido amplio) precisos para entender los problemas ambientales. Solo el grado universitario de Ciencias Ambientales puede cubrir esa función (aunque no todos ofertan materias de Educación Ambiental), también algunas materias optativas en otros grados y el Máster de Educación Ambiental en el caso de Andalucía. Pobre balance. No obstante, hemos de reconocer algunos postreros esfuerzos por parte de las universidades para revertir esta situación, aunque los obstáculos no son pocos.
Entonces, ¿mediante qué canales adquieren información ambiental los ciudadanos? Básicamente tres, los medios de comunicación, los equipamientos ambientales y las asociaciones ecologistas. A los primeros y sus deficiencias ya me referí en esta misma sección hace tiempo, los segundos abarcarían infraestructuras como granjas-escuela, centros de interpretación, aulas de naturaleza o museos, que suelen cumplir debidamente con su misión informativa y concienciadora. Las asociaciones ecologistas combinan labores de denuncia, elaboración de informes, campañas de sensibilización y activismo, lo que las hace imprescindibles como contrapoder a las ansias depredadoras de ciertas instituciones y empresas.
Un modo de iniciar a los estudiantes en la alfabetización ambiental es hacer con ellos un recuento previo de las actividades cotidianas, su impacto ambiental y las alternativas de que disponemos. Tales actividades podrían organizarse en torno a nuestras costumbres, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Así se van sucediendo el consumo de agua (huella hídrica) en el cuarto de baño, con alternativas como la ducha breve y el aprovechamiento del agua fría mediante un cubo, la descarga parcial de la cisterna, los aireadores para los grifos...; la movilidad, preferible andando, en bicicleta, en transporte público o en vehículo compartido; la alimentación, recomendando productos frescos, de proximidad, ecológicos, disminuyendo el consumo de carnes rojas, no tirando a la basura la comida sobrante, usando de modo eficiente la refrigeración de los alimentos y su forma de cocinarlos; la colada, llenando la lavadora, preferiblemente con agua fría, sin suavizante, evitando la secadora; limpieza del hogar, utilizando productos alternativos como el limón o el vinagre, prescindiendo de tóxicos como la lejía o el aguafuerte; la climatización y la iluminación, con aprovechamiento de la luz natural, el necesario aislamiento de la vivienda, la ventilación, el uso de la energía solar y la biomasa, el de bombillas led o la desconexión de los pilotos de encendido; el consumismo, con graves consecuencias como el plegarse a la moda, los embalajes innecesarios, el no seguir la regla de las 4 R o el ignorar el coste social y ambiental de las materias primas utilizadas en cada producto.
Una actividad complementaria que resulta útil para que los estudiantes comprendan este último punto es proponerles que indaguen sobre la trazabilidad de un producto que elijan libremente. El uso de internet les servirá entonces para calibrar lo que implica comprarse una camiseta de algodón en rebajas: cultivo del algodón (consumo de agua, pesticidas y fertilizantes, recolección mecánica), transporte a la fábrica para su procesamiento, normalmente muy alejada del lugar de cultivo (huella de carbono), consumo eléctrico en su confección y uso de tintes artificiales (la industria textil es la segunda industria más contaminante del planeta), en muchos casos con explotación infantil en talleres con escasa higiene, empaquetado y envío a países distantes miles de kilómetros (nueva huella de carbono).
Si fuéramos capaces de conseguir que los ciudadanos reflexionen sobre el profundo significado de sus acciones cotidianas en la salud del planeta, podríamos afirmar que esta segunda alfabetización está en marcha.
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