Científicamente demostrado
Ciencia abierta
¿Existe 'la verdad' o es tan solo un constructo mental humano?
Si hay algo a lo que aspiro, supongo que como todo ser humano, es a conocer la verdad. Pero la verdad es escurridiza y a menudo se nos escapa igual que una puñetera mosca de verano, mientras damos al aire ridículos palmetazos y sufrimos su zumbido.
En esta búsqueda personal, cuatro gigantes se han cruzado en mi camino: la Filosofía, la Religión, el Arte y, por supuesto, la Ciencia. Cada uno de ellos ha tratado de seducirme a su manera, asegurando haber desarrollado técnicas y métodos infalibles para dar caza a la tan ansiada presa. Y yo me pregunto: ¿Estas cuatro visiones sobre la verdad del mundo son divergentes, convergentes, paralelas o están de algún modo entretejidas? ¿Qué grado de fiabilidad ofrece cada opción? ¿Por qué no se ponen de acuerdo?
Tardé muchos años en darme cuenta de la problemática conceptual y de la polisemia que giran en torno a la palabra 'verdad'. Un artista, un filósofo, un creyente y un científico dan definiciones muy diferentes de este término, a la vez con un cierto grado de solapamiento. Es obvio que pueden convivir simultáneamente en una misma persona todas las combinaciones de estas cuatro perspectivas y también de sus negaciones. Resultó un tarea ardua tratar de escudriñar los matices semánticos y lingüísticos que pudieran distinguirla de otras palabras como 'realidad', 'conocimiento', 'hecho', 'prueba' o 'evidencia', que están tan cercanas a su sentido absoluto. Más tiempo todavía me costó llegar a cuestionar su propia existencia. ¿Será la verdad tan solo un constructo mental humano?
En una época como la que vivimos, cuando el relativismo ha tomado las calles y la postverdad es lo más importante en el día a día político y social, observo que la verdad (si existe) se ha convertido en 'las verdades' de cada cual y a veces incluso en 'las mentiras', porque ahora más que nunca todo depende del color del cristal con que se mira. La tiranía hegemónica de las emociones y las opiniones domina el paisaje de la parrilla (des)informativa de tal modo que ya me cuesta confiar hasta en la previsión del tiempo. Que si damos lluvia para el puente, igual fastidiamos al sector de la hostelería. Que si la ciclogénesis de mi cadena es más explosiva que la de la tuya, igual tendré más audiencia. Pero si aceptamos la existencia del error, de la apariencia y de lo falso, ¿no estamos asumiendo de forma implícita la existencia de su contrario?
Nuestros sentidos biológicos presentan claras limitaciones y la falibilidad de nuestra memoria ha sido ampliamente contrastada. Ningún supuesto testigo ocular en un juicio constituye per se una prueba condenatoria, ya que reelaboramos nuestras vivencias con cada nueva evocación. Eso sin tener en cuenta que ante el mismo evento no todos nos comportamos de igual modo. Así, es rápido llegar a la conclusión de que percibimos el mundo filtrado y que, además, lo interpretamos sesgado por un cerebro que opera constantemente bajo el principio de supervivencia. Todo esto lo convierte en terreno abonado para la subjetividad.
Y desde esta visión personal, subjetiva, de información física, procesos psicológicos y respuestas emocionales, el Arte nos invita a realizar una expresión libre de todo método. Algo irrepetible y original, generado desde el interior creativo hacia el exterior que lo materializa y cuyo resultado volverá a ser interpretado por el espectador, una y otra vez. Una experiencia estética que puede llegar a transformarse en terapéutica.
No obstante, el propio ser humano ha desarrollado tecnología capaz de realizar mediciones que amplían los límites de percepción de nuestro organismo respecto a la realidad y que corrigen los sesgos, al menos en parte. Así es como hemos podido tratar de cultivar la objetividad. Y empezar a construir la Ciencia.
No sé usted, pero yo he terminado prefiriendo saber a creer. Y dudar a creer. Las creencias que exploré, que intenté hacer mías, nunca consiguieron darme la paz y la congruencia moral que buscaba. Tal vez sea que todavía no he dado con la creencia que encaja conmigo, entre las 4.200 religiones del planeta que aseguran estar en posesión de la verdad, incluido el ateísmo. O tal vez sea que me resisto a dejarme vencer por el requisito de la aceptación de dogmas, de principios incuestionables e inmutables en el tiempo, que han de ser aceptados por argumento de autoridad, por tradición o por revelación. Posiblemente rendirse a una creencia y a sus ritos sea una opción respetable, siempre que efectivamente sea una opción y no una imposición. Siempre que sea una convicción íntima y no se intente con ello manipular al prójimo.
Tengo la suerte de pertenecer a una generación que en sus años de Bachillerato y COU, a principios de los 90, pudo estudiar Filosofía. Nunca digerí demasiado bien la selección de textos y autores que se proponían entonces, pero me fascinaba saber que hubo personas a lo largo de la Historia que se preocuparon por "querer saber en serio" sobre temas eternos y tan variados como el amor, el poder, la justicia, la identidad, el placer, la muerte, la ética, el tiempo, el universo... y lo hicieron sin más armas que su pensamiento lógico y su lenguaje, partiendo de una supuesta 'pureza' del mundo de las ideas, intangible, de la cual carecería el mundo exterior. Los más puristas argumentarían que la Matemática no es otra cosa que puro filosofar.
Por eso es crucial que entendamos qué es una afirmación científicamente demostrada y no la confundamos con 'la verdad'. Las conclusiones a las que llegamos a través de la metodología científica son siempre provisionales. Son, nada más (y nada menos), el mejor modelo explicativo con el que contamos a la vista de los datos disponibles en cada momento histórico. Están siempre sujetas a reconsideración cada vez que aparecen nuevos datos. Se sustentan en una base experimental tangible, medible, repetible y que solo puede dar respuesta a hipótesis falsables. Las teorías científicas sobre las que se dice que «están muy aceptadas» son aquellas que tienen una alta capacidad de predicción de acontecimientos, pero no podemos estar seguros de que en un futuro sean sustituidas por otras (o puede que sí). El conocimiento científico es, por definición, incompleto e imperfecto.
He de confesar que la naturaleza de la sabiduría se me antoja un tanto paradójica, pues parece que una de las claves de ser sabio consiste en reconocer la propia ignorancia. Como dijera Confucio: "Saber que sabes lo que sabes y saber que no sabes lo que no sabes". Yo añadiría que otra de las columnas de este templo es "Saber que sabes cómo llegas a saber", es decir, que eres consciente de la vía que en cada momento estás utilizando. Porque cada uno de los cuatro gigantes conlleva inevitables limitaciones.
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