"La libertad es el arte de vivir": una Semana Santa en la que la vida empieza a volver a la Costa de Granada
Crónica
El turismo de bar se abre paso en un Jueves Santo sin las tradicionales procesiones pero con ambiente festivo
Frente al silencio sepulcral y el vacío de hace un año Salobreña cuelga el cartel de "lleno" en sus terrazas durante la jornada
Salobreña/Es mediodía. Poco antes de la una de la tarde. Y esta vez sí. Los coches llevan un par de horas llegando a la zona de la playa, la gente está paseando, haciendo deporte y las terrazas lucen repletas desde la hora del desayuno. Esta vez ni siquiera el nublado o el viento que acompañan la jornada han hecho por frenar ese aroma de libertad que hace un año hizo que todo fuera distinto. Sí, al igual que el Jueves Santo de 2020, ese en el que el sonido ambiente solo se rompía por las olas que retumbaban, como si quisieran decir algo, en la playa de Salobreña, el día está gris, es raro y diferente, pero esta vez no está vacío.
Ya son las dos de la tarde y el rugido de los motores de aquellos que buscan aparcamiento en algún punto de la Costa de Granada se entremezcla con el choque de las copas y vasos, el "marchando" que surge de la boca de un camarero tras tomar nota, las risas y los niños jugando, una armonía que casi cubre el sonido de los pájaros o el de las olas y que se funde con el olor a espeto y, en definitiva, el olor a mar. Esta vez la foto fija ha desaparecido dando paso a un vídeo en movimiento. Una secuencia que, a diferencia de lo vivido hace un año, muestra, precisamente, eso que parecía que se había esfumado: que hay vida.
Se ve en aquellos que han recibido los 20 grados que marca el termómetro como agua de mayo para darse incluso algún que otro chapuzón o para desempolvar la tabla de paddle surf que llevaba guardada desde verano y que fueron protagonistas en las playas sexitanas. Se ve también en quienes a la hora del café recuerdan copa en mano, sentados en un chiringuito frente al mar, aquello que parece tan lejano, pero que se vivió hace solo un año por estas fechas y brindan por el mero hecho de ahora poder hacerlo, aunque sea en grupos reducidos y con la mascarilla colgando del cuello o guardada en un bolsillo por si uno se levanta de la silla.
Conforme van pasando las horas, el sol va tratando de colarse por algún resquicio del gris que cubre el cielo... Y al final lo consigue. Como si tratase de echar un pulso a las nubes. Como si fuese una metáfora de la vida tratando de abrirse paso entre la pandemia que aún sigue muy presente y que tanto nos ha robado y nos sigue quitando.
A las ocho de la tarde, el sonido del replique de las campanas de la Iglesia Nuestras Señora del Rosario de Salobreña se diluye entre aplausos y risas. Esta vez, esos palmeos no son desde las ventanas ni son en honor a los sanitarios, a los que tanto debemos y a los que tanto seguimos debiendo –una deuda que nunca estará pagada–. Tampoco porque el trono de la Virgen de las Penas acabe de salir de su templo, como solía ocurrir cada Jueves Santo. Los son por aquellos que tratan de disfrutar desde la terraza de El Pesetas, La Botica o alguno de los bares de lo alto del pueblo de un festivo que en esta ocasión sí se asemeja algo más a la normalidad.
No, esta vez tampoco hay tintineo de palios, solos de trompeta o redoble de tambores que acompañen al un Sepulcro que vuelve a quedarse sin recorrer las calles. Pero tampoco hay ese silencio sepulcral que hace doce meses nos inundaba por fuera y por dentro. La libertad es el arte de vivir, se lee, como hace un año, en la estatua homenaje a Enrique Morente que, desde el mirador que lleva el mismo nombre, vigila desde las alturas la playa de Salobreña, la cual, esta vez, parece comenzar de nuevo a vivir. Todavía falta. Quizá el año que viene pueda hacerlo como recordamos.
Así fue el Jueves Santo de 2020 en Salobreña:
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