La playa de las olas ‘confinadas’: una Semana Santa vacía de turismo en la Costa de Granada

Consecuencias del coronavirus

El estado de alarma por el Covid-19 provoca un Jueves Santo que deja vacía y llena de un silencio sepulcral la zona del litoral granadino

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Vídeo: La playa de las olas ‘confinadas’ durante una Semana Santa vacía en Salobreña / Noelia Gómez Mira
Noelia Gómez Mira

10 de abril 2020 - 02:13

Granada/Es mediodía. Poco antes de la una de la tarde. Lo normal sería llevar varias horas viendo los coches llegar a la zona de la playa, gente paseando, haciendo deporte o incluso comenzando a llenar las terrazas de bares y chiringuitos. Sentarse frente al mar, degustar un espeto, ver a los niños jugar en la arena... Risas, sonidos de copas y vasos, incluso el sonido de algún cristal que se rompe entre el bullicio y la prisa con la que cualquier camarero de la Costa de Granada trabaja un Jueves Santo. Sin embargo, esta vez todo es distinto.

A la entrada de Salobreña, lo normal sería que tener una cola de vehículos –o al menos tráfico denso– como recibimiento por parte de aquellos que se bajan a la playa para pasar el día o lo que resta de la Semana Santa. Pero en cambio, los buenos días –o tardes ya– los dan varios legionarios ataviados con uniforme. Eso unido a la petición de conocer el por qué se encuentra uno circulando por este pueblo del litoral granadino.

La playa de Salobreña, cerrada al público durante el Jueves Santo. / N. G. M.

Todo es raro, diferente y vacío. "Será por el nublado", puede pensar uno mirando al cielo. Pero la realidad es otra y se sabe cuál es. Hay algún supermercado abierto, aunque eso suele ocurrir también otros años. Pero en cambio, no hay casi nadie comprando. Eso sí, hay alguno que, ataviado con mascarilla y guantes, y a un metro (o dos) de distancia le está diciendo a otro que sus vecinos "los que vienen nada más que de veraneo" se han bajado al pueblo. "Pero cómo va a ser eso, si está todo blindado con el coronavirus este y han cerrado todas las entradas del pueblo", le pregunta. "Aprovechando de madrugada, aunque para la hora de comer parece que tampoco hay mucha vigilancia", contesta resignado.

Quizá se hayan desplazado también en taxi o aprovechando las líneas de autobús que siguen funcionando. Como denunció unas horas antes la alcaldesa de la localidad vecina de Almuñécar, donde el día tampoco parece estar propicio a acoger a la Esperanza, como cada Jueves Santo. La verdad es que en la Costa el día es algo feo. Pero aún así, más feo que solo por las nubes que cada vez más van cubriendo de gris el cielo.

El chiringuito 'El Peñón' de Salobreña. / N. G. M.

Ya son las dos de la tarde y no se escuchan coches. Tampoco risas, ni sonidos de ambiente de bar. Solo se escuchan las olas que retumban, como si quisieran decir algo, rompiendo un silencio que incluso impresiona en la playa de Salobreña.

El humo que sale de los pulpos y las sardinas que se cocinan a la brasa en la barca de El Peñón no existe. Ni hay espetos, ni terrazas, ni chiringuitos, ni bares abiertos. No hay nada. Solo aparcamientos vacíos, el sonido de alguna radio de fondo con las noticias que emana de una ventana abierta en una de las viviendas de primera línea de playa y vallas con carteles que te impiden el paso.

A esta hora, lo normal, pese al tiempo "regulero" sería escuchar el trajín de aquellos que han huido de la ciudad para desconectar. De las confidencias entre amigos que se reúnen para tomar algo, de las comidas familiares por Semana Santa, o incluso de quienes se preparan para luego realizar su penitencia en alguno de los pasos procesionales que saldrían horas después. Pero todo está quieto, como si de una foto fija hecha al amanecer se tratase.

Son las cuatro de la tarde y todo sigue igual. O bueno, casi que peor. Parece que hasta el mar se ha calmado, como si quisiera sumirse en ese silencio que reina como nunca en la playa.

Puerta de la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Salobreña. / N. G. M.

Así es hasta casi las ocho de la tarde, cuando el sonido del replique de las campanas se funde con un aplauso masivo por todos los rincones del pueblo. Pero los aplausos también son típicos de un Jueves Santo, aunque hora y media más tarde de lo que lo han sido ahora, cuando la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario abre sus puertas para dejar salir a la Virgen de las Penas. Sin embargo, la pena parece que ya está en las calles y desde mediados de marzo. Sin que las puertas de la iglesia se abran, sin que se desalojase la plaza de coches aparcados.

La libertad es el arte de vivir, se lee en la estatua homenaje a Enrique Morente que, desde el mirador que lleva el mismo nombre, vigila desde las alturas la playa de Salobreña, la cual parece precisamente prisionera de su libertad.

Sigue nublado, así que lo normal sería mirar al cielo –y la Aemet– por si alguno de los pasos peligra. Pero todo es distinto. Esta vez no hay risas, no hay abrazos, no hay gritos al paso de la Virgen, ni hay niños que juegan en la arena. No hay bullicio, no hay gente que se agolpa en el mítico bar El Pesetas para aguardar la llegada del trono. Esta vez da igual si la lluvia pone en peligro el tintineo de los palios, el redoble de los tambores o el solo de una trompeta. Esta vez solo se escucha el mar o el motor, de vez en cuando, de algún coche que rompe el silencio sepulcral de un Jueves Santo en el que no hay sepulcro, al igual tampoco lo habrá al día siguiente. Quizá el año que viene.

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