"Las mujeres de mi generación no estamos preparadas para el poliamor"
Cristina Campos | Escritora
La autora de 'Pan de limón con semillas de amapola', que llevó al cine junto a Benito Zambrano, presentó en Sevilla 'Historias de mujeres casadas', finalista del Premio Planeta
La guionista y escritora Cristina Campos (Barcelona, 1975), se adentra en las profundidades de la intimidad femenina en Historias de mujeres casadas. Una obra en la que aborda cuestiones como la infidelidad, el deseo, el sexo y la amistad y con la que quedó finalista del último Premio Planeta.
–¿La intimidad femenina sigue siendo un armario del que sabemos muy poco, o que se ha verbalizado muy poco?
–En España existe mucha novela erótica, pero novela intimista es más difícil de encontrar. Porque yo hablo de la intimidad femenina desde la verdad, desde la introspección.
–La intensidad o la fuerza del deseo es la misma, pero el hombre sí le ha dado más rienda suelta a su impulso, tradicionalmente.
–Los hombres que retrato en mi novela tienen la capacidad de diferenciar el sexo, el deseo y el sentimiento. La novela aborda también el tema de la prostitución, que en cierto modo habla de eso, de pagar a una mujer, tener sexo e irse para casa. Sexo sin sentimientos. Creo que son casi 19.000 millones de euros los que se estima que los hombres destinan a la prostitución anualmente. En Historias de mujeres casadas, los hombres tienen la capacidad de llevar dobles vidas, de tener una amante los martes, y luego estar con su esposa, con su familia, el resto de la semana, como si tal cosa. He hablado con mujeres que han sido infieles con sus maridos, y que han intentado hacer esto mismo, tener un amante el jueves y estar con su familia el resto del tiempo, y no lo han conseguido, porque acabaron enamorándose de sus amantes.
–Entonces, ¿los hombres y las mujeres son también diferentes en la infidelidad?
–Y así lo retrato en mi novela. Los hombres que me han confesado sus infidelidades han sido capaces de llevar una doble vida, mientras que mis cuatro amigas que fueron infieles, curiosamente todas con el jefe, las cuatro acabaron separadas. Y ellas intentaron que sólo fuera un juego, divertido, pero no funcionó porque además de entregar su cuerpo, también entregaron su alma.
–Parece que la transición política llegó, pero no la sexual y afectiva. ¿Es el poliamor lo más parecido a la transición, en este sentido?
–Yo creo en el poliamor, pero no creo que fuese capaz de llevarlo a cabo. Mi generación, me refiero a mujeres mayores de cuarenta años, no estamos preparadas para el poliamor. Quizás, la generación que viene posteriormente sí lo está. Ojalá las mujeres lleguen a aceptarlo, porque yo lo entiendo como algo sano.
–¿Hablamos de diferencias históricas, educativas, familiares?
–Nos referimos mucho a la educación, la tradición, pero yo entiendo que es más por esa incapacidad que tenemos las mujeres para separar el sexo del sentimiento. Por eso veo más posible que los hombres puedan tener una relación “poliamorosa”, por esa capacidad. Lo resume muy bien Diego El Cigala, en esa preciosa canción que tiene junto a Bebo Valdés, que se titula Corazón loco [incluida en Lágrimas negras, y compuesta por Richard Dannenberg], en la que se puede escuchar: “Una es el amor sagrado, compañera de mi vida, esposa y madre a la vez, y la otra es el amor prohibido, complemento de mis ansias, al que no renunciaré, y ahora ya puede saber, como se pueden querer dos mujeres a la vez, y no estar loco”. Las mujeres enloquecemos entre dos hombres, pero con los hombres sucede justamente lo que canta el Cigala. Ojalá pudiéramos las mujeres hacer eso.
–Ha tomado el testimonio y confesiones de sus amistades para escribir este libro. ¿No teme que puedan molestarse al verse reflejadas en su novela?
–Todo lo que cuento en la novela ha pasado, las interioridades son tal y como sucedieron, aunque yo lo he llevado a las últimas consecuencias. Y lo curioso es que mis amigas no buscaban una noche de sexo, no, buscaban un hombre que les ofreciera una historia bonita, intensa, que las estimulara psíquicamente, no era algo exclusivamente físico. Porque, además, los hombres con los que han sido infieles físicamente no eran gran cosa, pero todos eran brillantes intelectualmente. No tengo miedo a que mis amigas se vean reflejadas, ya que sólo tomo el desgarro emocional, el sentimiento de culpabilidad, y luego lo cambio todo: nombres, aspectos físicos, profesiones… Y no por temor a separarse de sus parejas, sino por ese futuro posible separadas de sus hijos. Porque ese es el gran problema. Mi novela no tendría ningún sentido sin hijos. Si mi protagonista, Gabriela, que está casada con un tío sensible e inteligente que la quiere mucho, pero por ese deseo que se desvanece con el tiempo, se le cruza un hombre, con el alma bonita, que se quiere acostar con ella y le gusta, ¿por qué no? Y al revés también. Si se te cruza una mujer o un hombre que te hace temblar el alma… ¿por qué no?
–¿A quién puede sorprender más su novela, a los hombres o a las mujeres?
–Lo digo con toda seguridad: a los hombres. En los hombres que la han leído he encontrado desconcierto, los casados se quedan muy sorprendidos… Y no es que se les caigan mitos, porque ellos ya saben que sus mujeres no quieren hacer el amor continuamente con ellos. Es desconcierto la palabra, porque los hombres no se esperan lo que van a leer y que no deja de ser una radiografía del matrimonio contemporáneo. Eso sí, tengamos en cuenta que se trata de mujeres europeas, blancas y privilegiadas, e independientes económicamente, que es un dato a tener en cuenta. Y ellas se quedan por los hijos. Porque la maternidad es hermosa, pero coarta tu libertad como mujer.
–¿Acude a su faceta como guionista en la construcción de sus novelas?
–Escribo con una escaleta muy cerrada, con los tres actos, el clímax y el anticlímax. Yo me formé como guionista y sí, escribo como si fuera un guion, y luego introduzco el sentimiento que no pueden tener los guiones. Porque después tienes un actor, una música, un vestuario… que te acompañan. Los escritores tenemos una única herramienta, que es la palabra. Conmover sólo con la palabra es muy difícil.
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