El día que Jara llegó a dimitir
Crónicas electorosas | Elecciones municipales Granada 2019
Lanzó un órdago en el verano de 1981, un año y medio después de su llegada a la Alcaldía
Jara llegó a dimitir fue el llamativo titular de Patria por un episodio olvidado, efímero y casi desconocido: el envite de Antonio Jara, en los primeros días del verano de 1981, que apenas año y medio después de su acceso a la alcaldía de Granada anunció una dimisión de la que se puede afirmar que nunca estuvo en su ánimo ni en su cálculo.
No solo con la perspectiva del tiempo, también la propia inercia de aquellos días explica que se trató de un ‘farol’, de un envite a los partidos entonces representados en el Ayuntamiento, una llamada de atención a la gobernabilidad de la corporación que terminó reforzando su figura política a dos años de las elecciones municipales de 1983 que marcan el punto más alto de su popularidad.
Es el mes de junio de 1981. Los seis concejales del PSA han sido expulsados, dentro de una crisis interna que terminará con la desaparición momentánea del partido en la provincia. Sin los concejales andalucistas, el gobierno municipal queda en minoría: PSOE, PCE suman nueve concejales y pueden contar con uno más, independiente de izquierdas, en total diez, insuficientes frente a los once con que cuenta UCD, el partido más votado en las elecciones de abril de 1979, ahora en mayoría absoluta, que tantea su oportunidad de plantear una moción de censura que le otorgue la alcaldía de Granada.
Una moción de censura que nunca se presentó. Casi 40 años después el porqué de su inacción no tiene otra respuesta que el temor a la impopularidad de una iniciativa que en aquel momento tenía escasos precedentes y podría haberse vuelto en contra de UCD, el partido que ostentaba el Gobierno central.
En esos años, los ayuntamientos democráticos recién constituidos y sus alcaldes habían concentrado los mayores índices de popularidad de la recién estrenada democracia. Un prestigio que iba más allá de las siglas de cada cual. Antonio Jara era uno de ellos, a pesar de no haber encabezado la candidatura del PSOE, partido que, por otra parte, había sido el tercero en la preferencia electoral de los granadinos dos años atrás.
El intercambio de alcaldías, por el que el PSA renunció a Granada en favor de Sevilla, había generado un palpable malestar no solo entre los votantes, también con efectos retardados en la militancia. La crisis interna estalló en la primavera de 1981 y culminó con la disolución de la dirigencia provincial y la expulsión de los seis concejales andalucistas.
En esos primeros años, si un concejal era expulsado por su partido, ese partido reclamaba el acta, lo que equivalía a la salida del Ayuntamiento, y la lista electoral corría. En Granada ocurrió que el enfrentamiento interno era tan grave que el resto de los componentes de la candidatura anunció su renuncia a ocupar los escaños que quedaban libres con la expulsión.
Y esta crisis andalucista tiene su efecto en la política nacional, porque los concejales expulsados recurrieron en un caso en el que el Tribunal Supremo en 1983 sentó doctrina: el acta es propiedad de los cargos electos y no corresponde a los partidos bajo cuyas siglas se presentaron.
Es lo que vemos ahora: un concejal o un diputado discrepante se da de baja o es expulsado y se pasa al grupo mixto hasta que finaliza el mandato o la legislatura.
En el contexto de la crisis andalucista, Jara queda en minoría pero UCD no se decidió a plantear la censura. Y en el nuevo escenario que se abría en el caserón de la Plaza del Carmen los partidos abrieron una negociación en la que Antonio Jara –y la UCD y el PSOE– parecieron avanzar: los centristas entrarían en el gobierno municipal con amplios poderes, cuatro de las grandes áreas y la presidencia de las principales comisiones.
Era el 6 de junio y Jara salía muy satisfecho del espíritu negociador de UCD: “Quien ostenta la mayoría ha pensado más en la gestión que en la alcaldía”, mientras Andrés Villalta–una figura irrepetible e imprescindible para la historia de la transición en Granada– hablaba de una “normalización” en la vida municipal “a raíz de la irresponsabilidad del PSA”, partido al que le llovían todas las críticas, a derecha e izquierda, dentro y fuera de Granada.
Aquella primera reunión pareció encauzar la situación con la entrada de UCD en el gobierno municipal. Pero los centristas fueron elevando su exigencia en los días posteriores, presionados por los sectores más duros de un partido constituido por el sistema de corrientes internas. Así, aquel preacuerdo que debería haber sido refrendado por el Pleno, desapareció del orden del día en la sesión del día 11.
La negociación continuaba y se llega al día 23, a cuatro días del Pleno que debe aprobar los nombramientos, en el que la negociación tropieza en la figura del primer teniente de alcalde. UCD impone el nombre de César Valdeolmillos y Antonio Jara se enroca. Hay un desencuentro personal y el alcalde quiere como su segundo a un centrista, sí; pero “un concejal muy vinculado a la gestión, con un cierto grado de confianza conmigo”…
En ese complicado escenario se llega al Pleno del viernes, 26 de junio… “Jara llegó a dimitir”, titula Patria en su portada del día siguiente. La crónica de Enrique Seijas relata una sesión de “dialéctica agresiva” en la que, efectivamente, el alcalde Antonio Jara llegó a dimitir. O más bien, a anunciar su dimisión.
En lo más alto de la dialéctica agresiva de aquel Pleno UCD acabó poniendo el freno a sus últimas exigencias, mediante la intervención de José Sánchez Faba, el hombre que pudo ser alcalde, presidente de la Diputación, quien intuyó con ‘finezza’ que aquella tensión generaría una escalada negativa para la estabilidad futura del Ayuntamiento. Con todo, al término de la sesión Antonio Jara declaraba a la prensa:
“Es justificable buscar la alcaldía cuando se dispone de una mayoría para ello, pero dígase”. Se refería a la ambigüedad de UCD en el mes transcurrido desde la salida del PSA. “He soportado todo, negociando y tragándome lo que he dicho”, lamentaba Jara, “pero todo ha sido inútil”. Por lo tanto, anunció Jara a los periodistas, “en el próximo pleno someteré a la corporación mi dimisión como alcalde”.
Una dimisión que nunca llegó. Eran otros tiempos. Aparte de la impopularidad que hubiese afrontado una UCD en declive, en esos años de la transición había políticos y partidos con un sentido de la responsabilidad bastante más implantado que ahora, conscientes de hasta dónde se podía tensar la cuerda.
Y los siguientes días sirvieron para amansar las aguas. Jara transigió con Valdeolmillos –hubo una aceptable fluidez mutua en la relación– y UCD transigió con la alcaldía de Jara. El alcalde llegó así a mayo de 1983 encabezando una candidatura municipal en el mejor momento histórico de la marca PSOE: un año antes había ganado de forma aplastante las primeras autonómicas y en octubre anterior también Felipe González había llevado a los socialistas a su máximo en unas elecciones generales. Antonio Jara siguió así en la alcaldía hasta 1991.
Pero este episodio olvidado refleja que también el político más relevante en la reciente historia política de Granada tuvo un día en que llegó a dimitir.
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