Las Claves
Pilar Cernuda
La corrupción acecha a La Moncloa
Es la Reina criada en la clase media, que estudió la EGB en un colegio público y se dedicó al periodismo por firme vocación. Es la Reina que sabe lo que cuesta (o al menos lo que costaba) un café y lo que cuesta ganarse un sueldo para pagarse un piso de 60 metros cuadrados en Madrid. La hija de una enfermera (Paloma) y de un periodista (Jesús), fundador de aquella fresca Antena 3 Radio, en Asturias. Nieta de un taxista o de una impagable voz de la radio pública. Es la Reina que pisaba la calle todos los días. Y también pisaba firme en los platós de televisión. Ha ido asumiendo un destino que se le revolvió cuando su amigo Pedro Erquicia, un veterano de RTVE, le invitó a una cena donde coincidió con el Príncipe de Asturias, quien quería conocerla. Era una joven divorciada, como sus padres, que en 1998 se casó con un profesor que le dio clase en el instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, Alonso Guerrero, cuando tenía 25 años. Un divorcio que no supuso finalmente un obstáculo para casarse con el heredero de la Corona. Ya tenía un precedente parecido con la noruega Mette-Marit, madre soltera cuando se casó con el príncipe Haakon.
Letizia Ortiz Rocasolano (Oviedo, 1972) es la Princesa que nos contó en el Informe Semanal la tragedia del Prestige a pie de playa. La presentadora del cambio de siglo y de moneda y la que se despidió del Pirulí cuando conducía el Telediario con Alfredo Urdaci, jefe de los informativos de TVE y que precisamente no tenía buena prensa popular cuando las redes sociales aún estaban por montarse. El compromiso de don Felipe se comentó a través de sms, de emails y en programas como Tómbola o Salsa rosa. La interacción se ha acelerado y multiplicado en proporción a los titulares y los minutos televisivos sobre ella. Cualquier gesto, cualquier modelo, cualquier ausencia de la Princesa de Asturias se comenta y se retroalimenta. En los medios y en todas partes. A veces no lo ha sobrellevado bien, pero ha superado incluso una reciente crisis con su marido para afrontar una misión que ya no tiene vuelta atrás. Será la Reina de los españoles, con doña Sofía como modelo, y madre de una futura Reina, doña Leonor, que ya sabe desenvolverse con soltura ante las cámaras.
Doña Letizia, pese a los comentarios sobre su delgadez y sus tacones, pese a los cronistas que la detectaron como figura vulnerable para asaltar la Zarzuela, encara con resignación estar tan en primer plano. Pero es lo que le toca y lo sabía. Quiere ser una Reina sonriente y cercana, como su predecesora, natural como fue su vida anterior, próxima a la realidad social y a los débiles, y consciente de que ha de someterse a millones de comentarios que se amontonan en los timelines junto a más de un titular incómodo que a veces ha masticado con cierta tensión tal como transmitió a antiguos compañeros de profesión.
No se podía imaginar hasta qué punto iba a estar en la diana al aceptar su compromiso con Don Felipe hace once años. Ha tenido que vivir tragedias personales como la pérdida de su hermana Erika en 2007 y supurar la mala digestión de familiares cercanos, inclusive su madre.
Doña Letizia es la primera Reina española no perteneciente a la nobleza y se mira en los ojos de una futura homóloga, Máxima de Holanda, una sonrisa llegada de Argentina que se ha convertido en emblema del que están tremendamente orgullosos sus paisanos. Tildar a esta nueva generación de princesas como plebeyas se antoja anacrónico y ciertamente frívolo. Son mujeres preparadas, dispuestas a encarar nuevos tiempos al haber sido las primeras en romper clichés e ideas superadas. Letizia no es tan dicharachera como Máxima, pero ahora mismo nadie le pide que emule a una actriz.
Es la Reina que estrenó los boletines de CNN +, tras una trayectoria estudiantil en México, y que con 28 años formaba parte de las presentadoras de TVE, donde en principio le reservaban los boletines de madrugada. Su carrera en la cadena pública fue meteórica porque siempre ha sabido rentabilizar las oportunidades. Don Felipe se fijó en ella cuando las críticas contra la noruega Evan Sannum se instalaban con fuerza y recibía el rechazo de los Reyes. Un vestido demasiado atrevido llevó a la modelo nórdica a autoeliminarse. Su marcha fue casi una bendición a la vista de cómo se fue complicando todo en la Zarzuela.
Don Felipe estaba marcado por su relación con Isabel Sartorius, en su juventud, a finales de los 80. La intérprete de la ONU fue rechazada entonces por ser hija de divorciados y ser mayor que el heredero. Objeciones que al cabo de los años parecen irónicas. La novia favorita para los conservadores era la princesa Tatiana de Liechtenstein, pero fue una opción que nunca tuvo sitio en el corazón del Príncipe. A raíz de las bodas de sus hermanas ya dejó claro que él se casaría por amor como razón fundamental para pasar por el altar mirando hacia el futuro.
Tras los distintos varapalos el Príncipe se tomó su tiempo y su discreción para llevar adelante la relación con quien sería su esposa, compromiso anunciado con sorpresa para todo el mundo en noviembre de 2003. En un país adicto a los programas del corazón ningún redactor olisqueó siquiera el romance en ciernes. La novia pasó a vivir en la Zarzuela y de su presentación todo el mundo recuerda cómo interrumpió a su prometido: un error de principiante. A partir de ahí se fajó a fondo para pulirse en su responsabilidad.
La boda, el 22 de mayo de 2004, hace diez años, estaba herida por los atentados del 11-M, pero fue un escaparate de la monarquía española pocos años antes de que los escándalos vinieran a empañar la labor teijda por el Rey desde la Transición. El chaparrón de aquel sábado, que vino a aguar lo que debió ser una radiante mañana madrileña, vino a vaticinar la tormenta que llegaría a la Zarzuela y de la que don Felipe ha intentado escapar en todo momento. Más de un programa hepático alimentó tardes y tardes hablando del distanciamiento de doña Letizia con sus cuñadas.
En el extranjero la presentan como una Reina elegante. Su diseñador favorito es Felipe Varela pero también ha lucido prendas de Zara en estos años, mensaje de normalidad y austeridad sin perder reclamación por el talento textil español. Su estilo se copia e inspira y ha sido una buena embajadora allá donde ha acudido junto a su marido y por supuesto en sus actos en solitario. Un vestuario más actual que el que solía haber por palacio años atrás.
Es la madre de dos pequeñas, de una Reina que es madre de su tiempo y una esposa que ahora le toca asumir el papel para el que se ha estado preparando durante diez años. La clase media llegó con ella a la Zarzuela y ahora, a sus 41 años, le corresponde ser la Reina de un tiempo distinto para unos tiempos diferentes.
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