Las Claves
Pilar Cernuda
La corrupción acecha a La Moncloa
Una vez más, el Rey ha sorprendido a propios y extraños haciendo del 2 de junio de 2014 algo más que un lunes al sol. "Me acerco a todos vosotros esta mañana a través de este mensaje para transmitiros, con singular emoción, una importante decisión y las razones que me mueven a tomarla". Era la una de la tarde, pero dos horas y media antes había comparecido el presidente del Gobierno en La Moncloa para adelantar esa exclusiva por la que más de cuatro habrían matado: el Monarca cede el trono al cabo de 39 años de reinado -fue proclamado como tal el 22 de noviembre de 1975, a los dos días de la muerte de Franco- y pasa el testigo a su hijo -"que tiene la madurez, la preparación y el sentido de la responsabilidad necesarios para asumir con plenas garantías la Jefatura del Estado", según expuso don Juan Carlos en una breve alocución con formato de declaración institucional-, Felipe VI desde casi ya, cuando sea proclamado, en unas semanas, nuevo Rey de España.
"Vuelvo atrás la mirada y siento orgullo y gratitud hacia vosotros. Habéis hecho de mi reinado un largo periodo de paz, prosperidad y progreso". Así reivindicó don Juan Carlos a él y al pueblo español. "Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual demanda y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana". Y así entonaba el adiós, junto a una foto suya con el Príncipe y la presumible futura Reina, su nieta Leonor, y a la vera de un gran retrato de Felipe V, el primer Rey de la dinastía borbónica y el segundo monarca con más tiempo en el trono de la historia de España, 45 años y tres días.
No mucho más que don Juan Carlos -cuyo reinado es el más largo desde 1746, el sexto más longevo en España-, ese hombre que convirtió el recelo con el que fue recibido al llegar a la Jefatura del Estado entre algodones con aroma a dictadura -Franco deja todo atado y bien atado, se decía entonces, cuando la democracia y su reinado echaban los dientes- en entusiasmo, con ese aldabonazo de la noche del 23-F con el que espantó todos los fantasmas que merodeaban sobre la llegada a buen puerto de su encaje en el imaginario popular, propalando una nueva especie como un reguero de pólvora: los juancarlistas.
"En mi proclamación como Rey, hace ya cerca de cuatro décadas, asumí el firme compromiso de servir a los intereses generales de España, con el afán de que llegaran a ser los ciudadanos los protagonistas de su propio destino y nuestra nación una democracia moderna, plenamente integrada en Europa. Me propuse encabezar entonces la ilusionante tarea nacional que permitió a los ciudadanos elegir a sus legítimos representantes y llevar a cabo esa gran y positiva transformación de España que tanto necesitábamos. Hoy, cuando vuelvo atrás la mirada, no puedo sino sentir orgullo y gratitud hacia vosotros". Con gesto compungido, don Juan Carlos -que seguirá siendo Jefe del Estado hasta que se apruebe la ley orgánica que regulará el trasvase de Juan Carlos I a Felipe VI, todo queda en casa- se dirigía a los españoles en una declaración en diferido -fue grabada en el Palacio de La Zarzuela horas antes de su emisión- en la que reveló cuándo había tomado la gran decisión. "Cuando el pasado enero (el día 5) cumplí 76 años consideré llegado el momento de preparar en unos meses el relevo para dejar paso a quien se encuentra en inmejorables condiciones de asegurar esa estabilidad".
Ahora se explican mejor sus titubeos durante la celebración de la Pascua Militar, al día siguiente de apagar las velas, cuando pareció hasta perder el hilo del discurso. Era el primer acto público desde su operación quirúrgica en noviembre, la octava en los últimos tres años.
Un deterioro físico al que se suma el declive imparable en la aceptación de la popularidad de la Monarquía. La institución antaño mejor valorada por la ciudadanía vive sus horas más bajas. Sólo hace un mes, el CIS le concedía un 3,72 sobre 10, un dato estremecedor echando la vista diez años atrás, cuando la Casa Real era la más querida y fiable para los españoles. La cuesta abajo tiene un nombre propio, Iñaki Urdangarín, el esposo de la infanta Cristina, sobre cuya imputación definitiva por delitos fiscal y blanqueo de capitales va a pronunciarse el juez José Castro en las próximas semanas. La cacería en Botsuana es otro de los fogonazos de la caída en desgracia en la aceptación popular de la Casa Real. "Lo siento mucho, no volverá a ocurrir", declaraba convaleciente desde el hospital en abril de 2012.
Ayer, en su discurso, no olvidó a su gran pilar en estos 39 años. "Mi gratitud a la Reina, cuyo generoso apoyo nunca me ha faltado".
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