las claves
Pilar Cernuda
Elon Musk, el hombre que podría cambiar el mundo... y España
Dietario de España
Los espacios para hacer política se abren por tres motivos: aciertos propios, errores del adversario o una suma de los dos. No hay un solo motivo que cuestione razonablemente o impida que España recuerde, conmemore y haga pedagogía sobre recuperación de las libertades y el significado de todo lo que ocurrió en España entre 1936 y el día de hoy. Si el Gobierno ha programado un centenar de actos que pivotan sobre la muerte de Franco, de cuya muerte se cumplirán 50 años el próximo 20 de noviembre, se debe al error contumaz del PP de dejarle expedito ese camino y reaccionar, como es habitual, entre el espanto indignado por sacar de la nevera nuestra historia negra y las acusaciones de manipulación partidista. El PP, se ignora por qué, hace una digestión pesadísima con todo lo relacionado con la memoria histórica, despreciando recurrentemente las oportunidades que se le presentan para matar al dinosaurio que habita en su habitación política.
El quiebre que supuso la irrupción de la democracia contra la dictadura es el parteaguas de la historia que conduce a España a la nación moderna que es hoy. Esta nación europea, con un PIB per cápita de 33.000 euros y creciendo, insertada con éxito en la instituciones internacionales, con prestigio, en la que se han producido saltos cualitativos en todos los campos, se fragua tras la muerte del dictador y se consolida en las primeras elecciones democráticas, en 1977, cuando el pueblo español expresa en las urnas su deseo de pasar página, su condena tácita al franquismo y su confianza en el futuro.
Por supuesto que el resto de partidos y quienes así lo deseen pueden imputar los actos impulsados por Moncloa al afán propagandístico del Gobierno, a una estrategia para desviar la atención de los diferentes frentes que afectan a Pedro Sánchez y la intención de colocar al PP en una situación incómoda. Es política. Y en política nadie da puntada sin hilo, ni el Ejecutivo ni la oposición.
Es una opción defender que con la celebración anual de la Constitución está todo incluido y que sobra lo demás. Pero sería mejor aún si quienes defienden esa posición renunciaran a convertir la Carta Magna en un fósil, en un pacto intocable. Porque provocan que se confunda la idea de la defensa del gran acuerdo entre españoles con la defensa numantina de un pacto que es el cénit acabado de todo lo bueno de lo que somos capaces los españoles y que deja extramuros de la ley de 1978 cualquier otra idea o iniciativa, que se convierte en ocurrencia a los ojos de los más inmovilistas. ¿Que no hay consensos para modificarla? ¿Es que lo había en 1978 cuando empezó sus trabajos la ponencia constitucional? Sería más fácil defender el 6-D con ahínco como única fecha si supiéramos que en su celebración cabe la idea de su actualización, para que siga siendo la piedra angular de un proyecto compartido, vivo y de futuro. Es menos estimulante hacerlo si parece que celebramos una obra acabada cuyos artífices –empoderados por el pueblo de 1978– creen tener las llaves de sus siete cerrojos y las escrituras de propiedad del texto, del acto y de su significado. Incluso podríamos recordar que el 6 de diciembre se ha convertido en tres cosas: en el morbo de los corrillos entre políticos y periodistas en el Palacio del Congreso, en una pasarela de moda para criticones catódicos y en el comienzo de un gran puente festivo. En cualquier cosa menos en un día de reflexión sobre su significado.
Repetir como si fuera un hashtag que anulara cualquier iniciativa que Franco murió en la cama, con su pesada carga de verdad y su irrelevancia a efectos de lo que nos ocupa, porque no se celebra su muerte sino su desaparición política y el efecto liberador que tuvo para la sociedad española, no impide recordar y honrar a cuantos lucharon por la libertades, se jugaron su vida y combatieron a una dictadura que pagaba a "los enemigos de España" con el oprobio, la cárcel o la muerte. ¿Por qué motivo no íbamos a recordar el significado profundo de aquel tiempo? Un tiempo que se abre definitivamente con la muerte de Franco. Lo cual no obsta para que el desenlace de la flebitis más larga de la historia sea cuestionable como fecha elegida. Expertos y científicos citan otras muchas opciones: la articulación de la clandestinidad antes de la muerte del dictador; el 15 de junio de 1977, las primeras elecciones libres desde febrero de 1936; el asesinato de los abogados de Atocha: el día de la Constitución; e incluso el 23 de febrero de 1981, cuando fracasó el golpe militar. Pero la coyuntura política es así e, innegablemente, al Gobierno le interesa hacerlo ahora y así.
Resulta paradójico que se utilice como argumento que las nuevas generaciones ya no saben quién fue Franco cuando precisamente ese desconocimiento es lo que hace urgente la recuperación de la memoria de su negra herencia. Porque ese es uno de los problemas que han florecido en este tiempo turbulento: hay encuestas que detectan que hasta el 26% de los jóvenes de entre 18 y 26 años (la generación Z) creen que en determinadas circunstancias el autoritarismo es preferible a un sistema democrático. Y el 18% elegirían una dictadura. Ya estamos tardando en tratar de sacar a muchos jóvenes de la manipulación y los bulos diarios que les dibujan una historia falsa. La naturalización del pensamiento de extrema derecha ha situado ya a los ultras como tercera fuerza en la UE. Avanzan los autoritarismos. El progreso no es inevitable, como dijo Óscar Arias.
Esto ocurre porque, y es dramático, los españoles hemos sido incapaces de pactar una versión de nuestra historia reciente 50 años después. Mientras que no lo hagamos seguiremos arrastrando esa carga grasienta en una sociedad que parece ocultar cosas, que teme a "la luz de sol como mejor desinfectante" (Louis Bandreis, juez de la Corte Suprema de EEUU) y que es incapaz de emular a quienes hicieron la Transición.
El Gobierno va a utilizar esos cien actos que anuncia porque le ayudará a fijar posiciones ideológicas, porque le da aliento a su parroquia, porque desvía la atención de otros asuntos y porque el PP se lo permite. Es legítimo y es necesario, sí. Pero también es una estrategia interesada. Obvio.
La irrupción de Vox, tercera fuerza política de España, como si tuviéramos una resaca por haber consumido un exceso de Blas Piñar, pero con tres millones de votos y 33 escaños, debería haber encendido todas las luces rojas. El revisionismo histórico, el proteccionismo nacional, la recuperación de las raíces cristianas para la cosa pública, la aversión a los inmigrantes y la manipulación torticera de la realidad nacional lo han convertido en un peligro más que en un riesgo. Especialmente porque el PP necesita esos votos para gobernar en casi cualquier institución. El diputado Manuel Mariscal, por si había dudas, lo ha dicho en sede parlamentaria: "Gracias a las redes sociales muchos jovenes están descubierto que la etapa posterior de la Guerra Civil no fue oscura, como nos vende este Gobierno, sino una etapa de reconstrucción, de progreso y de reconciliación par lograr la unidad nacional". Así están las cosas, bailando al hilo de estas barbaridades que reciben el bonus del algoritmo de Musk en sus redes. "La etapa posterior de la Guerra Civil" es lo que veníamos llamando hasta ahora dictadura. ¿De verdad no es necesario poner sobre la mesa cuantas iniciativas sean necesarias para que los más jóvenes no crean que la dictadura fue una temporada de Melrose Place? El mundo se ha llenado de embustes y de gente que los consume felices e ignorantes. Como Alice Weidel, la líder filonazi de Alternativa por Alemania, la favorita de Musk, quien proclama que Hitler era comunista.
Ni sabemos ni queremos abordar seriamente nuestro pasado. Y esto nos perseguirá por muchos años.
A Feijóo, que no parece dotado del olfato que se le presumía cuando gobernaba cómodamente una Galicia con el Boletín Oficial en una mano y la subvenciones en la otra, lo único que se le ha ocurrido decir es que tanto Franco le da “pereza”. Pereza. Esa es la explosiva declaración un líder político que, de por sí, ya parece perezoso. Malos asesores tiene, que le permiten que utilice un concepto tan ambiguo y polisémico. Si Sánchez tiene espacio es porque Feijóo lo deja correr.
El PP no tiene pecado original pero actúa como si lo tuviera. En la transición de AP al PP quemó sus ropajes de 40 años en la hoguera de la Transición. Y ya vale. El PP de hoy nada tiene que ver con el que fundaron los siete magníficos (todos ex ministros de Franco): Manuel Fraga ( Reforma Democrática), Cruz Martínez Esteruelas (Unión del Pueblo Español), Federico Silva Muñoz (Acción Democrática Española), Laureano López Rodó (Acción Regional), Enrique Thomas de Carranza (ANEPA), Gonzalo Fernández de la Mora (Unión Nacional Española) y Licinio de la Fuente (Reforma Social). Por eso no se entiende que Feijóo tenga el reflejo condicionado. Incluso el síndrome del amputado. Alguien podría decirle que se pusiera al frente de la vindicación de la España de las libertades y el futuro. Que le den a Franco, si no es suyo ni tiene nada que ver con él. Una estrategia inteligente del PP reduciría a la mitad la propaganda del Gobierno y se enmarcaría dentro de la normalidad democrática en un país que ha olvidado pero no quiere olvidar a quienes no debe olvidar. De paso marca distancias con Vox, ese partido financiado por Orban, y cuyo proyecto político no puede compartir. Cuanto antes comience, mejor. Igual emanciparse de la ultraderecha le concede votos con los que no contaba.
Si todo esto pudiera discutirse en España con argumentos y moderación, respetando al otro, sería estupendo. Si se pudiera opinar de forma diferente sin considerar que unos son unos políticos perversos que sólo persiguen el poder para romper cualquier proyecto conocido como España y los otros unos fachas irredentos sería ideal. Sería la forma de evidenciar que ya no es necesario seguir recordando qué ocurrió en España desde 1936 hasta 1939 y entre 1939 y 1975. Y desde 1975 hasta hoy. Y no sería necesario que nadie organizara actos ponderando la recuperación de la democracia, los derechos y la libertad porque ya nadie diría que la dictadura fue una feria divertida y conciliadora.
Pero como eso no ocurre, Franco sigue ganando algunas batallas después de muerto.
La decisión de María Jesús Montero de aspirar a la Secretaría General del PSOE de Andalucía, primero, y a ser candidata a la Presidencia de la Junta, después, es una estrategia combinada. Por un lado es un intento de combatir el desánimo y activar a un partido que lleva demasiado tiempo en el recreo con quien mejor puede competir por la presidencia. Y por otro, Pedro Sánchez necesita equilibrar el reparto de escaños (61) desde Andalucía. En Cataluña van bien las cosas, el PSOE (PSC) ha ganado las cuatro últimas elecciones y hay buenas expectativas para las próximas citas. Pero necesita a Andalucía y la única que puede poner freno a la sangría de votos es Montero. La vicepresidenta y ministra de Hacienda nunca ha querido ser candidata a la Junta. Eso es tan cierto como que desde el primer minuto ha decidido ir a por todas. Esta mujer es de hierro colado. El PP andaluz ha acusado el golpe y se equivoca combatiéndola a diario. Es un acuse de recibo del golpe, que además evita que el PSOE se desangre en unas primarias. Es cierto que Montero tiene complicado explicar la amnistía, justificar la financiación singular a Cataluña y compaginar el segundo cargo en la jerarquía del Ejecutivo con su candidatura a la Junta. Pero no es menos verdad que a su militancia, si la activa, todo eso le va a dar exactamente igual. Será materia fungible a efectos del universo político mediático. Y nada más. Lo importante para el PSOE es que con Montero ha dicho que va a pelear y que nadie dé nada por ganado, aunque Juanma Moreno aún huele a recién pintado y a la primera no les va a ser fácil sacarlo de San Telmo.
El jefe de gabinete de Ayuso no ha tenido empacho en admitir que utilizó su posición pública para defender la posición de la pareja de la presidenta Ayuso en el asunto del fraude fiscal que le atañe. Incluso pasó a los periodistas datos falsos. No deja de ser cierto que el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, aún tiene cosas que explicar. Especialmente si fue el origen de las filtraciones y la sospechosa anulación de su móvil. Pero MAR está en todas las salsas turbias de Madrid. Desde los tiempos de Aznar, la mentira (recuerden el 11-M) es la seña de identidad de su trabajo.
Francisco Álvarez Cascos, otrora el "general secretario" con Aznar, trata estos días de explicar lo imposible: cómo utilizó el dinero de Foro Asturias en su vida privada. 181.000 euros gastados en el alquiler de un espacio en Madrid sin uso, compras de videojuegos, entradas para la copa Davis a la que acudió con sus hijos, comidas a tutiplén e incluso se compró una cama. Anda que tuvo ojo Aznar con sus vicepresidentes. Cascos ha terminado como el presidente de una federación deportiva, intentando explicar cómo utilizaba la tarjeta de crédito. Y Rato condenado por corrupción, blanqueo de capitales y delitos contra la hacienda pública.
Cuando Trump proclamó aquello de "Make America Great Again" se interpretó como una metáfora. Pero los hechos demuestran que no. Que quiere hacer más grande Estados Unidos pero anexionándose Groenlandia o quedándose el Canal de Panamá, utilizando incluso la fuerza, según admite. No se trata sólo de estar ante un fenómeno desconocido en lo que a las relaciones y las lealtades institucionales se refiere, sino ante un emperador político al que se le van rindiendo –rendición no pedida– otros magnates como Zuckerberg, propietario de Facebook, Whatsapp o Instagram, quienes se entregan a cualquier demanda o le bailan el agua voluntaria y anticipadamente. Aún no ha llegado a España, pero el trumpismo va a llegar y veremos sus consecuencias. Lean La revelación, el fantástico libro de A. M. Homes. Es todo tan verosímil…
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