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Crítica del Festival de Música y Danza de Granada
Granada/Posiblemente fuera Paco de Lucía, a partir de su Sexteto quien provocara al resto de artistas para crear una banda en el flamenco en la que se alejara del concepto tradicional de guitarrista, cante y baile y/o percusión. Dejando a un lado las compañías propias de baile y centrándonos en la guitarra, el concepto de conjunto escénico-musical cuyo protagonista es un guitarrista no tiene una antigüedad más allá de unas pocas décadas. Si Paco abrió las puertas al diseño de un grupo en el que se solapan diversos instrumentos, la herencia que nos ha dejado invita a multitud de propuestas con elementos diversos. Así, Tomatito o Vicente Amigo siguieron su estela para crear una propuesta de grupo en la que el flamenco deja de limitarse a un instrumento y se moderniza conforme a los tiempos. En estas está Carlos de Jacoba, guitarrista motrileño de largo recorrido aunque no lo veamos todo lo que nos gustaría por tierras andaluzas.
Su propuesta partió de una formación en quinteto formado por Macarena Fernández a los coros, Natanael Borja al bajo, Paco de Mode al cajón y Miguel El Rubio al baile. Lo que comenzó como un concierto-recital íntimo fue abriéndose a un espectro musical amplio con la suma de los artistas en cada pasaje sonoro.
Solo en el escenario y con la Alhambra observando, el auditorio de la Chumbera escuchó las primeras notas de la sonanta de Carlos. Comenzó en solitario cristalinamente tocando rondeña con la afinación que ya impusiera Ramón Montoya y dejara para la posteridad, esto es, bajar medio tono la tercera cuerda y un tono la sexta para tener cuatro cuerdas al aire en Re mayor lo que le da el sonido característico e íntimo a este toque.
Una de las primeras sorpresas para el público de La Chumbera que no conoce al de la Jacoba fue su no solo su afición al cante sino su demostración tácita durante toda la noche, acompañándose por soleá, por bulerías y por tangos. Por soleá apareció en el escenario Paco de Mode para hacer compás al cajón. Acertado en la métrica, el volumen ensombreció las falsetas del tocaor y fue un hecho que perduró toda la noche. Carlos tiene una pulsación cómoda, no aprieta la guitarra, de ahí que tenga un sonido enormemente personal, pulcro y cristalino al que no le hace falta buscar claqueta que oscurezca su calidad artística o al menos sonora.
En la siguiente pieza entró en el escenario Macarena Fernández y Miguel El Rubio para acompañar por bulerías al protagonista. Falsetas muy armonizadas buscando recorrer todo el mástil y demostrar que lo domina sin apenas inmutarse. Por tangos cantó de nuevo Carlos, al que acompañaron además de los nombrados el bajo de Natanael Borja. Muy acertado en el acompañamiento a la guitarra del motrileño, tomando protagonismo en los espacios libres del toque sin molestar y ayudando a engrandecer cada pieza musical.
Por alegrías en La mayor, Carlos mostró la amplitud de miras de su personalidad y la capacidad que tiene para sonar flamenco innovando y viajando al futuro de la guitarra sin perder la esencia de la bahía gaditana. Macarena Fernández acompañó con letras en modo coral individual acordándose de Camarón de la Isla y en el remate, salió Miguel El Rubio para mostrar sus credenciales como firme valor del baile flamenco.
A continuación, lo que pareció Aire de levante se trasformó en rumba de corte moderno, lo que otros llamarían flamenquito aún con un soniquete flamenco disciplinado. Quedarían para los tercios finales del recital las granainas, en las que evocó la esencia imperecedera de Paco de Lucía que se tornaron en una suerte de bulerías (Alpaca Real) con estribillos de Macarena Fernández.
La gran ovación del público provocó un bis final excesivo en el tiempo aunque de gran gusto. La sonanta en solitario nos regaló con las cuerdas el recuerdo a Carlos Gardel y su Volver que dejaron paso a una rumba que por momentos retrocedía a tangos en la rítmica en la que volvimos a reconocer a Camarón por fandangos (Salud antes que dinero) en compás de 4x4.
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