Juvenil sinfonismo
Crítica del Festival de Música y Danza de Granada
La JONDE mostró, una vez más, su formación en el difícil ejercicio de abordar obras muy conocidas
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Programa: ‘Sinfonía núm. 4 en re menor, op. 120’, de Robert Schumann; ‘Sinfonía núm. 4 en mi menor op. 98’, de Johannes Brahms. Intérprete: Joven Orquesta Nacional de España. Director: James Conlon. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 21 de junio 2021. Aforo: Lleno
La Joven Orquesta Nacional de España reaparece en un Festival, donde el capítulo sinfónico ha quedado limitado, con su soplo de la constante renovación profesional de los músicos españoles que necesitan para su formación integral un espacio orquestal como el ofrecido por la JONDE. Aprenden en ella todos los resortes y matices necesarios en un conjunto sinfónico, por encima incluso de la personal valía instrumental de cada uno de los integrantes, en su especialidad. Pero, sobre todo, se ponen en contacto con la variedad programática exigible a los profesionales para abordar cualquier tipo de obra y autor, clásico, romántico o vanguardista. La noche del lunes mostraron, una vez más, su sólida formación, revelada en cada grupo -especialmente los metales-, aunque esa preparación individual no sea suficiente para engavillarse en el espíritu interpretativo, vital en obras de repertorio que, precisamente por ser tan conocidas, deben superar percepciones planas, simplemente formales y académicas, aunque se tenga en cuenta que se está ante profesionales buscando su lugar que pueden brillar –y lo hicieron todos los grupos- como excelentes instrumentistas.
En el concierto se enfrentaron a una difícil prueba, con dos sinfonías habituales en los repertorios sinfónicos, como son las cuartas sinfonías de Schumann y Brahms. Ninguna de ella, cronológicamente, corresponde a esa numeración. La de Schumann, en re menor , fue escrita en el mismo año que la Primera -1841-, aunque modificara su orquestación en 1851, lo que no justifica, sin embargo, esa numeración. En cualquier caso, aparte de su incuestionable belleza, aporta la originalidad de que sus temas circulan libremente, con un lazo que las une por lo que es imprescindible la ejecución continuada. Sus cuatro partes, dentro de su diversidad, giran alrededor de tres ideas principales que son reconocibles en la unidad, para plasmar una sinfonía más optimista y plácida que las restantes.
Schumann, aparte de los diversos planteamientos sonoros, correctamente resueltos por la JONDE, exige riqueza expresiva, hondura que no extrajo James Conlon, más pendiente de la correcta ejecución y de la brillantez de los distintos grupos orquestales, que de esa unidad expresiva esperada. La corrección y hasta la brillantez –magníficos metales, insisto y correctísima cuerda- no iluminan por sí solos una sinfonía.
Quizá más rica en diversidades y matices fue la Sinfonía en mi menor, de Brahms, desde su monumental diálogo inicial del Allegro non troppo, pasando por el austero Andante, aunque faltará vibración y poderío en el Allegro enérgico e passionato. Hubo más concentración, tanto en los temas dramáticos, como en los ligeros, y James Conlon estuvo más pendiente del concepto general que del contenido concreto de cómo formalizar una interpretación dentro de la máxima corrección, aunque a veces se confundiera brillantez con estridencia.
El público reconoció el admirable esfuerzo y la valía de estos jóvenes que son el futuro de nuestras orquestas.
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