Cuerpos envueltos en música

Especial Festival Música y Danza | Momentos inolvidables para un crítico (2)

La historia del Festival está ligada a la mítica de Margot Fonteyn, Nureyev, Antonio Gades y los grandes conjuntos universales, desde la Ópera de París a Maurice Béjart

El Ballet de la Ópera de París
El Ballet de la Ópera de París / Archivo Del Festival De Música Y Danza

Granada/Tras el sinfónico, el otro pilar fundamental del Festival ha sido el de la danza, desde que en 1953 se inauguró el teatro del Generalife, obra del arquitecto Prieto Moreno que logró la prolongación de los jardines, con absoluto respeto a la singularidad del entorno que, formaba parte también de la escenografía total que podía degustar el público contemplando, antes o en los entreactos, el grandioso paisaje de la Alhambra cercana iluminada, la ciudad al fondo, el murmullo de las acequias de los jardines y el perfume de las flores.

Escenario único en el mundo que nadie con sensibilidad puede perderse, si, además, las primeras figuras de la danza y los grandes conjuntos internacionales europeos, americanos, asiáticos, españoles ofrecían, desde los repertorios clásicos, a las coreografías más vanguardistas. Ha sido la historia de la magia del espectáculo total, del valor estético y comunicativo de la expresión corporal, como forma de dar sentido plástico a la música que los envuelven. Los ballets clásicos, contemporáneos, españoles nos han ido dejando momentos inolvidables a los públicos y, naturalmente, al crítico que ha seguido esas sesiones.

En este 70 aniversario del certamen intentaré recordar el desfile mágico por este escenario desde que el 20 de junio de 1953 lo inaugurara Antonio con su espectáculo flamenco y de danza española y, días después, con Margot Fonteyn que iniciaba los ciclos de danza clásica. El 30 de junio y el 1 de julio, una joven y ya mítica Margot Fonteyn, en plenitud de facultades, era la joya de aquel jardín encantado. En el foso, una orquesta dirigida por Ataúlfo Argenta. La orquesta era imprescindible, como tantas veces he dicho, pero poco a poco se fue imponiendo la música enlatada, más barata y, a veces, preferida por conjuntos y bailarines.

Actualmente, gracias al despiste de los arquitectos del nuevo teatro, es imposible, porque el director no puede ver lo que ocurre en la escena. Al año siguiente volvió al Generalife la Fonteyn y sus compañeros del Covent Garden, con el estreno de Entrada de Madame Butterfly, un ballet compuesto para ella por Frederick Ashton y vestuario de Christian Dior.

Claude Bessy en su actuación de 1961, que se interrumpió por la lluvia
Claude Bessy en su actuación de 1961, que se interrumpió por la lluvia / Archivo del Festival de Música y Danza

Tras este debut del teatro se sucedieron, año tras año, las sesiones más diversas, entre ellas los ballets de Rosario, Pilar López, Antonio, Gades, Luisillo, con su acento español y andaluz, hasta los más universales. Así el Ballet de la Ópera de París empezó a frecuentar este espacio escénico, con sus figuras más rutilantes, entre ellas Claude Bessy, el cuerpo más hermoso y expresivo que he visto bailando en puntas. Escribía aquella noche de San Juan de 1961, como gozamos todos de aquella figura, antes de interrumpirse el espectáculo a causa de la lluvia. Al día siguiente, Bessy y Skiabine ofrecieron un inolvidable Dafnis y Cloe. El crítico estaba entre los enamorados de Claude Bessy.

El año anterior había aparecido el American Ballet, en el 62 le tocó el turno al Ballet de la Ópera de Copenhague, con una versión de Carmen, de Roland Petit. Le sucedió el Ballet de la Ópera de Hamburgo que ofreció, por vez primera en el Festival, la versión completa de El lago de los cisnes.

Fonteyn-Nureyev

Rudolf Nureyev en una de sus actuaciones en el Generalife en junio de 1968
Rudolf Nureyev en una de sus actuaciones en el Generalife en junio de 1968 / Archivo del Festival de Música y Danza

En 1968 regresaba Margot Fonteyn, esta vez acompañada, nada más y nada menos, que por Rudolf Nureyev, con el Royal Ballet de Londres. Nureyev, tras su salida de la URSS, se había convertido en el bailarín de moda. En la crítica que hice de las tres actuaciones, me referí a la frialdad de la presentación que, por cierto, interrumpió por el flash de un fotógrafo, pero también subrayé las extraordinarias cualidades de Nureyev. "Bailó unos fragmentos de Cascanueces con una agilidad, un talento y unas condiciones prodigiosas. Su sentido del movimiento exacto, sin olvidar su ímpetu y su sensibilidad para la expresión total de la danza, pusieron una nota de entusiasmo, quizá la más auténtica de este ciclo". Vinieron espectadores de todo el país, incluso estrellas de cine mundiales y aquella noche asistieron los entonces Príncipes de España, Juan Carlos y Sofía.

Del Bolshoi a Béjart

Los tomos que guardan mis críticas no caben en estos resúmenes, pero puestos a recordar momentos puntuales hay que mencionar a las jóvenes estrellas del Bolshoi de Moscú, en 1970, las actuaciones de Gades y Marienma y, por fin, el ballet moderno, la contemporaneidad en el Ballet del siglo XX, de Maurice Béjart, en 1978. Escribía el 29 de junio: "Con Béjart, el ballet ha dejado de ser estatismo, filigrana, esteticismo vacío. Hay algo vital en el mundo contorsionado de Béjart que hace posible el acercamiento pleno entre los seres del escenario y el público".

Antonio Gades, como responsable del Ballet Nacional Español, nos ofrecía al año siguiente Bodas de sangre -la presencia siempre pedida de las referencias lorquianas- y el Ballet de la Ópera de París regresaba al Generalife. Más adelante, primeras figuras internacionales nos regalaban una gala de ballet. Claro que también había claroscuros: titulaba una crítica del Ballet de la Ópera Estatal Alemana Naufragar en el Lago de los cisnes y mencionaba la repetición de un manido esquema del Ballet Nacional Español, con El sombrero de tres picos. Más luminoso fue el ballet de Víctor Ullate y la española Trinidad Sevillano se presentaba como figura del London Festival Ballet, en 1986.

De Martha Graham a una broma travestida

Danza contemporánea trascendida titulé la presentación del Ballet de Martha Graham, en 1986. Un año después nos expropiaron el Generalife, cerrando los accesos a los jardines. Califique de 'nuevos dictadores' a la Junta de Andalucía que, al año siguiente, rectificaron aquel atropello. Fueron protagonistas el Ballet del Teatro Lírico Nacional, dirigido por Maya Plisetskaya, el Ballet del Gran Teatro de Ginebra, con un homenaje al tango, y Gades no trajo una bella Carmen, realizada en colaboración con Saura, homenaje a la libertad de la mujer.

La broma la tuvimos en 1989 con Les Ballets Trockadero, de Montecarlo, donde no sé si fue más divertido ver el paso a cuatro de El lago de los cisnes, por cuatro velludos varones vestidos de tutú o los comentarios del público inadvertido. The Jofrey Ballet ponía el mismo año la idea americana de la danza contemporánea. Volvió Víctor Ullate, la 'danza desnuda' vino de la mano de Elisa Montes. Les Grands Bañllets Canadins, con la OCG, se acercaron a El sombrero de tres picos. Después llegaron figuras del teatro Mariinsky, Nacho Duato, con la Compañía Nacional de Danza; regresó en 1994 Béjart y en 1997 el Dance Theatre of Harlem mostró su fuerte concepto racial. María Jiménez y Eduardo Lao, junto a otros jóvenes bailarines ofrecieron un sello de alta calidad.

Tamara Rojo en sus formidable doblamiento de Odette-Odile en 'El lago de los cisnes'
Tamara Rojo en sus formidable doblamiento de Odette-Odile en 'El lago de los cisnes' / G. H.
Blanca Li y María Alexandrova interpretan 'Diosas y demonias'
Blanca Li y María Alexandrova interpretan 'Diosas y demonias' / G. H.

Es imposible resumir, siquiera, con escuetas menciones, estos 70 años de danza en el Generalife. A vuela pluma recordaré, ya en el actual siglo XXI, La consagración de la Primavera, por el Ballet Nacional de Burdeos, en 2007, la excepcional bailarina española Tamara Rojo, en sus formidable doblamiento de Odette-Odile en El lago de los cisnes, del Royal Ballet, al Ballet y la orquesta del Teatro Stanilasky, desde Giselle a los pasos a dos de Paquita, y otros que nos han deslumbrado en este escenario.

En los últimos años, en 2015, Carmen, un soplo de frescura por el Ballet Nacional de Noruega; en 2017, el Ballet del Teatro di San Carlo de Nápoles, una Cenicienta, triunfo de la elegancia, con la actuación estelar de sus dos principales bailarines; mientras en 2018 el Royal Ballet de Flandes -en el que por cierto no vino camuflado Puigdemont- nos mostró un discreto Pájaro de fuego.

Un año antes de la pandemia, pude elogiar Las cuatro estaciones, con el Ballet Mariinsky de San Petersburgo. Y con esta breve referencia pondré punto final a estos recuerdos de lo que debe ser, junto con el sinfónico, los grandes solistas, la ópera, el flamenco, la danza, y lo que enriquezca esta oferta de la cultura como totalidad.

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