El fantasma de la ópera

Momentos inolvidables para un crítico (5)

Desde el Rapto en el Serrallo, en 1962, nos han sorprendido La flauta mágica, de Comediants, o Juana de Arco en la Hoguera, de Daniele Abbado

El fantasma de la ópera
El fantasma de la ópera / Archivo Del Festival De Música Y Danza

Granada/La ópera en el Festival ha sido, en esos 70 años, la gran excepción, por la falta de un espacio escénico dotado con los suficientes elementos técnicos y humanos que permitan los grandes espectáculos. La Academia de Bellas Artes de Granada, cuando la dirigía José García Román, abrió un gran debate al que asistieron directores de ópera nacionales y extranjeros, críticos y especialistas en el tema. La llamada a los dormidos políticos e instituciones surtió efecto, en los comienzos, hasta el punto de elegirse terrenos y hasta aprobarse en 2008 un proyecto arquitectónico, Granatum, obra del japonés Kengo Kuma. Se dieron plazos para iniciar las obras, pero ya se sabe lo que ocurre en Granada con tantos proyectos que se han tirado a la papelera o duermen el sueño de los justos en algún olvidado cajón, como corresponde a lo que he llamado ‘velocidad Granada’.

Aunque en 2004 el presidente Chaves lo anunciara para "dentro de dos años”, es muy improbable que en el proyecto de la capital cultural de 2031 figure entre las aportaciones de la ciudad para competir en el ámbito cultural europeo. Por eso parece un milagro que estemos hablando de los 70 años del Festival Internacional de Música y Danza, con el acuerdo unánime de protección de los organismos estatales, regionales y locales, amén de los numerosos patrocinios de distintas firmas y entidades.

El fantasma de la ópera ha aparecido y desaparecido, con distintas formas y vestimentas: con harapos, ropas de humilde barroquismo historicista o, algunas veces, gracias a un esfuerzo imaginativo, con producciones que han utilizado inteligentemente los espacios naturales existentes para poder asistir a espectáculos dignos y hasta brillantes, en algunos casos. Cuando no han sido posibles, al menos nos hemos acercado a las versiones de conciertos o semiescenificadas. Intentaré resumir este apartado que debe ser vital en un certamen de esta categoría.

Presencia mozartiana

La primera incursión operística –en los 50 se representó La Vida breve, de Falla- fue en el año 1962, en el Patio de los Arrayanes, con El rapto en el serrallo, de Mozart, en versión de la Ópera del Estado de Hamburgo, bajo la dirección musical de Hors Stein y la escénica de Wilhelm Reinking, con la colaboración de los cantores de Madrid. Señalaba en el comentario crítico la singularidad de esta pieza desarrollada en el mejor escenario natural que pueda pensarse para esta obra, y la calidad de las voces, entre ellas la expresiva y cálida Mattiwilda Dobs, en ‘Constanza’, el brioso y apasionado Dermot Troy, como el enamorado ‘Belomonte’, y el formidable bajo Arnold von Mill, en ‘Osmín’, todos encuadrados entre las mejores voces mozartianas del momento. En 1968 volvió la obra al mismo recinto, con una coproducción de la Ópera de Berlín.

Mozart ha sido el gran recurso. En el bicentenario de su muerte regresó en 1991 con Don Giovanni, en el Palacio de Carlos V que, en principio iba a ser representada, en proyecto encargado a Pilar Miró, pero el Patronato de la Alhambra puso obstáculos y la Miró abandonó el asunto. Convertida en versión de concierto, el talento y el dominio escénico de Ruggero Raimondi, le dio movilidad, en gestos y movimientos, ante la Orquesta de Cámara de Holanda, dirigida por Ros Marbá. La voz de Raimondi no sólo fue un regalo que también será recordado en los anales del certamen, sino un ejemplo de comunicar el personaje con el público.

La versión de 'Orfeo y  Eurídice' de la Fura.
La versión de 'Orfeo y Eurídice' de la Fura.

‘La flauta mágica’

Uno de los momentos en los que la imaginación brilló al más alto grado, fue la versión escénica que planteó Els Comedians en el Generalife, el 24 de junio del 2000, de La flauta mágica. Escribía de la crítica del día siguiente, en Ideal, compartida con los compañeros Molinari y La Cárcel, y con un derroche gráfico de Juan Ortiz que reflejó admirablemente el esteticismo y plasticidad de la representación: “Se rompía con otro de los pretextos esgrimidos para no programar ópera en el Festival, tantas veces aquí reclamada: la falta de un espacio escénico adecuado. Pero he ahí que Els Comediants, con imaginación y talento, sacó un partido excepcional al Generalife y hasta orquesta y cantantes, si no con la perfección de un teatro de ópera, sonaron con dignidad, gracias a la adecuación técnica del sonido. Lo único que hace falta para presentar estos espectáculos es decisión de hacerlos, colaboración entre instituciones y elección de quienes han de llevarlos a cabo. Mozart, si viviera, hubiese disfrutado de esta original puesta en escena que tiene, dentro de su modernidad, el aroma fantástico, tierno, humano e imaginativo del genio de Salzburgo. La ópera es el espectáculo total, donde música y escena se complementan y se apoyan para hacer vibrar al espectador. ¡Cuántos Alahor, cuántas Cármenes, cuántas Vidas breves, cuántos Barberos podían pasar por el Generalife con la misma originalidad que ha pasado La flauta mágica”.

Claro que, una vez más, no hay que olvidar el decisivo papel desempeñado por la Orquesta Ciudad de Granada que, aquél día, bajo la dirección de Josep Pons, dio una lección de solidez y perfección, como cuando acompañó la bellísima aria de registros altos de la Reina de la Noche, dicha con auténtico virtuosismo por Milagros Poblador.

Las óperas mozartianas han llegado en distinto formato al Festival. El 23 de junio de 2006, en una escenificación de Francisco Negrín, con Harry Christopher dirigiendo a la OCG –omnipresente, una vez más- disfrutamos de Mitridate, rè di Ponto, del adolescente autor. “Una obra de un niño prodigio –escribía- pero niño al fin y al cabo”.

Uno de los momentos estelares fue ‘La flauta mágica’ según la mirada de Els Comediants

Hace dos años tuvimos, semiescenificada, una discreta Le nozze di Figaro, con limitadas pinceladas estéticas de Frederic Amat, con sólo celosías en los arcos del palacio, un sofá desvencijado –que por fortuna desapareció-, los personajes moviéndose entre los músicos de la Frieburger Barockorchestre, con instrumentos de la época, en una excelente dirección de René Jacobs. Un notable plantel de cantantes dio vida a la obra, sobre todo en momentos muy vivos y elocuentes en las diversas arias, en especial el dueto entre Susana y Figaro, las reacciones del conde conquistador, el aria primera de Cherubino –magistral fue la versión que dio Olivia Vermeulen-, la música del triángulo amoroso, la emocionante cavatina de la duquesa, dolorida por el amor perdido, acto que termina –decía en estas páginas- con un deslumbrante despliegue sinfónico que se extiende sobre 937 compases. Gozamos, pese a la discreta escenificación, de la sucesión de arias mozartianas, alguna tan genial y dolorida como la de la condesa –interpretada cálidamente por Sophie Karthäuser- que algún biógrafo la califica como el dolor de toda la humanidad. La música mozartiana brilló, sobre todo, y Jacobs ofreció una digna versión revisada para acercarse al espíritu original de la obra.

Juana de Arco en la hoguera

Ha habido numerosas versiones de concierto de páginas operísticas, completas o en alguno de sus actos. Barenboim nos ofreció un episodio de Tristan e Isolda, de Wagner y, anteriormente, Fidelio, de Beethoven, por Frúhbeck y Gómez Martínez; La condenación de Fausto, de Berlioz, dirigida por López Cobos, e infinidad de acercamientos al teatro escénico. Entre ellas Porgy and Bess, de George Gerhwin, en la 57 edición, con la New Wolrd Symphoiny y un extraordinario ramillete de voces negras. También en versión de concierto Carmen, de Bizet. Pero la ópera representada, además de los mencionados ciclos mozartianos, tiene momentos puntuales, como Salomé, de Ricardo Strauss, en 1990, en el Palacio de Carlos V, en versión de la Bruckerhaus de Linz, con su polémico brazo mecánico en el centro del patio, o la barroca Orfeo, de Monteverdi, en la plaza de las Pasiegas, en 1992. En el cincuentenario de Igor Stravinsky se representó la magistral ópera-oratorio Oedipus Rex, con dirección escénica de Frederic Amat y musical de Josep Pons.

Fidelio apareció en escena al año siguiente. “Un grito actual sobre la libertad”, titulé la crítica de la producción de la Komische Oper Berlín, también con la OCG, dirigida por Sebastián Weigle, en una noche de emociones, donde cantantes y músicos, sobre la sobriedad de la escena, subrayaron el mensaje universal del autor. El Califa de Bagdad’ en la 56 edición, rescataba la ópera bufa del olvidado sevillano Manuel García que vivió largo tiempo en París, donde murió en 1832, y en Italia, donde estrenó esta ópera, que abunda en la moda italiana de juegos malabares de las voces. En ella brilló la voz poderosa y al mismo tiempo cálida del tenor granadino Miguel Zapata, que por cierto tuvo que hacer un esfuerzo adicional, para subir y bajar por el andamio que habían puesto como principal referencia escénica, lo que me hizo titular el análisis "El Califa en el andamio", sin dejar de valorar la notabilidad de una de las mejores voces españolas.

Muchas otras representaciones, entre las que incluir el estreno en España de Ainadamar, encargo del Festival al argentino Osvaldo Golijov, en 2011, en memoria del 75 aniversario del asesinato de Federico García Lorca, en la que su musa Margarita Xirgu, recuerda los paralelismos de las muertes de Mariana Pineda y Lorca, ajusticiada una a garrote vil y asesinado otro en la feroz represalia franquista en Granada. Por enésima vez la OCG llevó la música, conmovedora de algunos instantes, como en los que Lorca expone sus sentimientos ante la estatua de Mariana o cuando el coro ‘Alhambra’ de Elena Peinado, pone las notas evocadoras dedicadas a Marianita el día que la ajusticiaron, que abre la Mariana, de Federico.

No olvidaremos, por supuesto, las representaciones singulares de la Fura del Baus, entre ellas la versión lésbica de Orfeo y Eurídice, en 2015.

He comentado en este periódico el espectáculo como totalidad –lo que debe ser la ópera- que contemplamos el 21 de Julio de 2003, con la representación del oratorio escénico Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger, sobre poema de Paul Claudel, una coproducción del Teatro Mássimo de Palemo y el Festival, con una genial dirección de escena de Daniele Abbado que incendió literalmente el Palacio de Carlos V, junto a la hoguera en la que se consumía Juana, víctima de la iniquidad de sus verdugos. Aitana Sánchez-Gijón bordó a la pobre doncella de Orleans y la conjunción musical fue perfecta. La Orquesta Ciudad de Granada y la dirección de Josep Pons –escribí en la crítica del día siguiente- fueron “base esencial sobre la que se estructura todo el espectáculo… Cuando la orquesta lleva con la pasión las olas de fuego que Honegger escribió, siguiendo al milímetro los versos de Claudel, las llamaradas no son sólo visuales, efectos escénicos, sino musicales…” Se contaba aquella noche, además, con el Coro de la Generalitat de Valencia y el de la Presentación de Granada, y unas voces muy notables, entre las que causó una magnífica impresión la del granadino José Manuel Zapata, en los personajes de ‘Porcus’ y el ‘Clérico’.

Ha habido también zarzuela –la discutida Verbena de la Paloma, entre ellas, en 2004-, pequeños sainetes, óperas barrocas de cámara y este año la Academia Barroca del Festival presenta en el Isabel la Católica la ‘semiópera’ del británico Henry Purcell La reina de las hadas –The Faire Queen-, escrita por el autor de Dido y Eneas, en 1693.

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