El Festival de Música salda su deuda con la Filarmónica de Viena
Música
El Palacio de Carlos V acoge por primera vez en su historia a esta formación, cumpliendo así una de sus grandes tareas pendientes
El joven Lorenzo Viotti ha dirigido la orquesta para esta ocasión tan especial
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Era una de las pocas grandes orquestas de Europa que nunca había visitado Granada y al fin la mítica Filarmónica de Viena se ha dejado oír en el Festival. El joven maestro suizo Lorenzo Viotti (Lausana, 1990), que llega en ascenso imparable, fue el encargado de dirigir la orquesta para esta ocasión tan especial. Pese a su juventud, se trata de un nombre bien conocido entre el público español desde que ganara en 2013 el Concurso de Cadaqués. Para más señas, hijo del también director Marcello Viotti y hermano de la mezzosoprano Marina Viotti.
Para esta ocasión tan especial, la Filarmónica de Viena diseñó un programa que se acerca a tres grandes nombres del repertorio internacional, pero con obras no demasiado frecuentadas. Sí lo es el Capricho español de Rimski-Kórsakov, un alarde pintoresco, lleno de sutilidades y sugerencias que superan el cliché estereotipado y que sirvió de aperitivo musical.
29 años más joven que Rimski-Kórsakov, su influencia se palpa en el sinfonismo posromántico de Serguéi Rajmáninov, quien compone el poema sinfónico La isla de los muertos en 1909, solo un año después de la muerte de su admirado predecesor. Se trata de obra inspirada en la fotografía en blanco y negro de la serie de cuadros del pintor suizo Arnold Böcklin que Rajmáninov había descubierto en París, en mayo de 1907.
Escrita en 1908 en Dresde, el poema sinfónico utiliza ese ambiente sombrío que se encuentra en numerosas obras rusas, en este caso jugando magistralmente con los temas, que se repiten y enriquecen, incluyendo –algo frecuente en el autor– el Dies Irae, para plantar el clima de la muerte, entre las mecidas de la barca de Caronte que de alguna manera es signo de vida que se extingue, para subrayar el binomio vida y muerte.
Para finalizar la presentación granadina de la Filarmónica vienesa, una obra bellísima, grandiosa como es la Sinfonía núm. 7 en Re menor, op. 70, de Anton Dvorak. Escrita entre diciembre de 1884 y marzo del siguiente año, encargada por la Sociedad Filarmónica de Londres, tras el triunfo de su Stabat Mater en la capital londinense, sus cuatro movimientos son un resumen de su personalidad donde el drama y su profunda raíz nacionalista se unen en aquellos momentos en que las raíces tendrían tanta importancia en la música europea.
Dolor y calma en los movimientos lentos, juego de temas y tonalidades, para desembocar en un monumental estallido de rebeldía. Aunque en la música todo es relativo, no deben ignorarse los tiempos, en este caso la región de Bohemia, dominada por el imperio austriaco.
Escrita entre 1884 y 1885 por encargo de la Real Sociedad Filarmónica de Londres, que acababa de nombrar a Dvorak socio honorario. Es la primera de sus nueve sinfonías en ganar el aprecio del público. Ya en el estreno, en Londres el 22 de abril de 1885, dirigida por propio el compositor, el público se rindió al contagioso ardor de sus pentagramas. A los pocos días, Dvorak escribió: “Fue un inmenso éxito, y lo será aún más la próxima vez que se toque”.
Con los últimos movimientos d esta sinfonía se ponía punto final al concierto de la Filarmónica de Viena, que forma ya para siempre parte de la historia del Festival.
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