Filarmónica, el alma de Viena
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Su sonido único, su perfección y belleza se impone sobre una tradición masculina, con exclusión de la mujer hasta 1997
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El Festival de Granada vivirá hoy uno de esos momentos históricos al presentar, por vez primera en el certamen, a una de las más prestigiosas orquestas europeas y mundiales: la Filarmónica de Viena. Desde que en 1842 la creara Otto Nicalai, partiendo de la Academia Filarmónica, con miembros de la orquesta de la Ópera Imperial, ha mantenido su sentido independiente de los conjuntos nacionales, buscando sus propios socios que la sostienen, es decir su propio público. Su primer concierto fue el 18 de marzo de 1842 y salvo un periodo de inactividad al marcharse Nicolai, reapareció en el Redoutenshal del Palacio Imperial en 1860. Desde entonces su actividad no ha cesado y su personalidad se ha mantenido en el tiempo, hasta convertirse en una de las más importantes orquestas del panorama internacional.
Se ha caracterizado este conjunto, entre otros elementos fundamentales, por la peculiaridad y belleza de su sonido, que la diferencia de otras agrupaciones, basado en instrumentos hechos especialmente para la orquesta que difieren en su estructura técnica de otros de su especie. Ocurre con la casi totalidad de los de viento, maderas o metales, donde la propia peculiaridad técnica de oboes, clarinetes, flautas, trompas, trompetas, etc. crean una atmósfera propia, a la que se suma, incluso, los instrumentos de cuerda, como los contrabajos. Y hasta los timbales suenan de otra manera, porque utilizan pieles de cabra, más opacas y musicales, evitando estridencias habituales cuando proceden esos destellos de la percusión. Hay, en todo ello, una atmósfera vienesa que envuelven las interpretaciones de las distintas obras y autores. Aunque desde sus comienzos hasta 1933 los directores eran lo que llamaban suscripción, es decir, por temporadas, entre los que estuvieron Gustav Mahler (1898-1901) y Wilhelm Furtwängler (1927-1930), desde la nencionada fecha han sido directores invitados, desfilando las batutas más insignes, entre la multitud de ellos Abbado, Ansermet, Boulez, Barenboim, Bernstein, Haiting, Karajan y un largo etcétera por orden alfabético de los nombres más universales, europeos, asiáticos y americanos, entre el que se incluye el granadino Heras-Casado.
Ausencia femenina
Es verdad que en su pasado, esta venerable agrupación vienesa ha sido criticada por su absoluta preponderancia masculina en sus músicos, porque entre sus integrantes no figuraban mujeres, hasta que muy recientemente, en 1997, fueron admitidas las primeras tres instrumentistas con pleno derecho. También algunos críticos han estimado que tradicionalmente se ha buscado instrumentistas de raza blanca, según ideas de mantener la pureza de la tradición europea, lo cual tuvo especial incidencia durante la época nazi y el antisemitismo que incluso afectó a Mahler y a músicos e intelectuales de su tiempo, como todos saben. En cualquier caso, casi todas las agrupaciones orquestales –así como las escénicas- han sido marcadas por su tiempo y sus circunstancias.
Momento estelar
Hoy, cuando escuchamos este regalo sonoro nos olvidamos de hechos pasados y circunstancias concretas. Nos importa la música y su mensaje universal. Esta noche, en la bienvenida de la Filarmónica de Viena, que por vez primera pisa el Palacio de Carlos V, consideraremos un momento histórico, como lo fue el de la Filarmónica de Berlín, dirigida por Herbert von Karajan, en 1973, y como lo han sido la multitud de grandes orquestas europeas que han pasado por este escenario, como les recordaba en el pasado reportaje del día inaugural de esta edición, marcada por la recuperación de su trascendental ciclo sinfónico-coral.
Aunque el público, en general, conoce a la Filarmónica de Viena por los conciertos de Año Nuevo en sus interpretaciones de las obras de la familia Strauss, los melómanos que no hayan tenido ocasión de desplazarse a la capital austriaca, o asistido a algún concierto de sus frecuentes giras –mañana actuarán en Sevilla, como estará en Oviedo u otras capitales españolas- sí han disfrutado de la multitud de grabaciones, con los mejores directores, de un amplísimo repertorio de autores no sólo austriacos, sino de todo ese culto a la Europa diversa, a la Rusia creadora, que, aunque ahora Putin reniegue de esa influencia, forma parte de la creatividad de la cultura occidental, donde lo eslavo es, al fin de cuentas, otro eslabón más, visto desde la globalidad y universalidad cultural
Tres obras conocidas interpretarán en este único concierto, bajo la dirección del joven director suizo Lorenzo Viotti. La primera, el precioso Capricho español, de Rimski- Korsakov, un alarde pintoresco, lleno de sutilidades y sugerencias que superan el cliché estereotipado y que servirá de aperitivo musical para degustar ese cálido y único sonido que define a la orquesta, así como la elegancia y viveza de la perfección. Contrastará con La isla de los muertos, op. 29 de Sergei Rajmaninov, obra inspirada en la fotografía en blanco y negro –dijo el autor de que de haberlos visto en color no le hubiese causado el mismo impacto- de la serie de cuadros del pintor suizo Arnold Böcklin. Escrita en 1908 en Dresde, el poema sinfónico utiliza ese ambiente sombrío que se encuentra en numerosas obras rusas, en este caso jugando magistralmente con los temas, que se repiten y enriquecen, incluyendo –algo frecuente en el autor- el Dies Irae, para plantar el clima de la muerte, entre las mecidas de la barca de Caronte que de alguna manera es signo de vida que se extingue, para subrayar el binomio vida y muerte.
Para finalizar la presentación granadina de la Filarmónica vienesa, una obra bellísima, grandiosa como es la Sinfonía núm. 7 en Re menor, op. 70, de Anton Dvorak. Escrita entre diciembre de 1884 y marzo del siguiente año, encargada por la Sociedad Filarmónica de Londres, tras el triunfo de su Stabat Mater en la capital londinense, sus cuatro movimientos son un resumen de su personalidad, donde el drama –pérdida de la madre y el hijo mayor- y su profunda raíz nacionalista –recuérdese su himno a la nación checa- se unen en aquellos momentos en que las raíces tendrían tanta importancia en la música europea. Dolor y calma en los movimientos lentos, juego de temas y tonalidades, para desembocar en un monumental estallido de rebeldía. Aunque en la música todo es relativo, no deben ignorarse los tiempos, en este caso la región de Bohemia, dominada por el imperio austriaco. Habrá que recordar al padre del nacionalismo musical checo, Smetana, y sus frecuentes cantos a la patria. Un maestro de ideas para Dvorak, como Brahms fue un modelo de creador sinfónico.
Disfrutaremos hoy de sus sombríos adagios –‘para tiempos de dolor’-, nos entusiasmará la maestría y riqueza rítmica del Scherzo, con sus referencias eslavas, y, naturalmente, nos deslumbrará el Finale-allegro, iniciado con un preámbulo coral de clarinetes, trompas y chelos, al que seguirá otro motivo exaltado, para iniciar una marcha triunfal que, tras remansos de paz, desembocará en una explosión apoteósica final donde el autor y el pueblo que sugiere encuentran su liberación.
Final para, también, la apoteosis de una orquesta que, como es de esperar de la categoría de la Filarmónica de Viena, dejará otro de los momentos estelares a que me he referido en mi veterano acercamiento al Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Era el nombre europeo que faltaba en estos ciclos sinfónicos-corales, médula de la convocatoria y que este año se ha recuperado en la despedida –triunfal la califiqué- de su director Antonio Moral.
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