La elegancia de la excelencia

Crítica del Festival de Música y Danza de Granada

La Filarmonica de Viena la noche del domingo en el Palacio de Carlos V. / Jose Velasco/ Photographerssport
Gonzalo Roldán

24 de junio 2024 - 15:25

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Programa: Nikolái Rimski-Kórsakov, Capricho español opus 34; Serguéi Rajmáninov, La isla de los muertos opus 29; Antonín Dvořák, Sinfonía núm. 7 en re menor opus 70. Orquesta Filarmónica de Viena.Director: Lorenzo Viotti. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 23 de junio de 2024.

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada recibe, por primera vez en su historia, a la Orquesta Filarmónica de Viena, una de las pocas formaciones históricas que faltaban por visitar nuestra ciudad. En su primera aparición en Granada ha estado dirigida por Lorenzo Viotti, una de las batutas más frescas y cautivadoras del panorama actual por su versatilidad y su elegancia de movimiento.

La expectación que había suscitado la visita de la Orquesta Filarmónica de Viena no fue defraudada en absoluto. Ante el público del Palacio de Carlos V se presentó una formación de excelencia interpretativa tanto por su personal sonido –fruto del trabajo de tantos maestros de talla mundial que la han dirigido– como por su perfección técnica sin comparación. El acierto de poner este instrumento de precisión austriaca en las elegantes manos del suizo Lorenzo Viotti ha sido un valor añadido que tenemos que agradecer a Antonio del Moral, el director saliente del Festival, quien se despide con conciertos como este por la puerta grande.

El programa se abrió con el Capricho español opus 34 de Nikolái Rimski-Kórsakov, una pieza muy popular entre las orquestas europeas cuando vienen a nuestro país. No en vano, se trata de la visión romántica de un compositor extranjero de la España del siglo XIX, compuesta a partir de los referentes folklóricos conocidos entonces. Pero, además de ser una carta de presentación muy recurrente, la obra es particularmente interesante por el magnífico trabajo orquestal que Rimski-Kórsakov realizó, dotando de un timbre distintivo a cada elemento temático en función del significado que le inspiraba.

La interpretación de la Orquesta Filarmónica de Viena dirigida por Lorenzo Viotti sirvió para templar el escenario y demostrar la amplia paleta de colores que esta formación es capaz de exhibir. Viotti demostró una comprensión profunda de la obra, capturando la esencia festiva y colorida que Rimski-Kórsakov quiso plasmar en este capricho con vibrante energía y una atención meticulosa a los detalles y motivos secundarios. Por su parte la formación orquestal, con su amplia tradición de excelencia, aportó una ejecución técnica impecable y un sonido rico y cálido. La sección de cuerdas brilló con su virtuosismo en los múltiples motivos dialogados y en los pasajes en solitario a cargo del concertino. Los vientos, así mismo, aportaron colores vivos y contrastes dinámicos, mientras que la percusión, tan vital en esta obra, se destacó por su fuerza y emotividad, realzando el carácter rítmico y festivo de este capricho.

Le siguió la interpretación de La isla de los muertos opus 29 de Serguéi Rajmáninov, en una versión que capturó la esencia sombría y misteriosa de la pieza con gran eficacia. La profundidad emocional que el director fue construyendo a cada movimiento se vio reflejada en una interpretación orquestal perfecta, en la que cada sonido tenía el equilibro justo, con una diversidad de matices y dinámicas precisa y llena de sensibilidad. La capacidad de las distintas secciones para crear una atmósfera envolvente fue hábilmente aprovechada por Lorenzo Viotti. Desde los primeros compases de la partitura, dotó su versión de este poema sinfónico de una fuerza orgánica, la cual se fue desarrollando a cada gesto de su hábil dirección; el resultado fue una experiencia casi visual, donde el oyente lograba imaginar el oscuro paisaje que inspiró a Rajmáninov, evocando las pinturas de Arnold Böcklin en las que se basó la obra.

Segunda mitad

La segunda parte del concierto estuvo consagrada a la Sinfonía número 7 en re menor opus 70 de Antonín Dvořák. Lorenzo Viotti articuló una ejecución que combinó la intensidad emocional y la precisión técnica, lo cual es esencial para capturar el espíritu de esta obra. Desde el Allegro maestoso, que introduce un tema oscuro y amenazante, Viotti trabajó con enorme destreza todos los aspectos interpretativos, a los que la orquesta respondió con suma perfección y dinamismo. La riqueza temática de la obra se hizo patente en algunos momentos deliciosos y contrastantes. Particularmente vibrante fue el Scherzo-Vivace, con una rotunda pulsación de las cuerdas graves y una línea cantábile de violines y vientos-madera claramente danzable y muy efectiva. La energía rítmica que añade este movimiento, en claro contraste con los anteriores, fue continuada en el Finale Allegro, en el que Lorenzo Viotti definió un clímax expresivo vibrante y de expresión firme y resuelta que puso el broche de oro a una interpretación llena de elegancia y exquisitez.

La visita de Lorenzo Viotti y la Orquesta Filarmónica de Viena en esta velada estival granadina fue recibida con enorme entusiasmo. La prolongada y sonora ovación, que resonó atronadora en el Palacio de Carlos V, persuadió al director para ofrecer, en agradecimiento a esta calurosa acogida, una obra fuera de programa: su ágil y poderosa versión de la Danza húngara núm. 1 en sol menor de Johannes Brahms.

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