Honores y pleitesía al Gran Jefe Paco de Lucía
‘Vuela’ es un pasaje de quince escenas divididas en cuatro actos en los que encontramos guiños al guitarrista de todas las clases y formas
Bailando a los clásicos
A pocos días de cumplir once años de que el gran jefe (que diría Faustino Núñez) Paco de Lucía pisara las tablas del escenario del Generalife, allá por 2013, su recuerdo, su memoria y su legado siguen más vivos que nunca. No es fácil rendir honores al mejor guitarrista flamenco de la historia sin asumir el vértigo de no estar a la altura y caer al vacío. Homenajear a una figura de esta envergadura supone un riesgo a todas luces, pero si sale bien, el éxito está garantizado. Para ello hay que conocer los entresijos del flamenco, haberlos vivido, interiorizado, y saborearlos como si fuese una fruta prohibida. En aquel verano de 2013 Paco le dijo a Granada que volvería. Y lo hizo de manos de la bailaora gaditana Sara Baras. Afrontar la dificultad y responsabilidad que entraña, desde el baile, un homenaje así sólo se defiende desde el respeto y la sabiduría que mostró la gran Sara en un espectáculo que, bajo el nombre de ‘Vuela’, nos hizo volar al infinito, allá donde los focos se convirtieron en cuerdas y que llegaron al cielo, casi para tocar a Paco.
‘Vuela’, que así se llama, es un pasaje de quince escenas divididas en cuatro actos en los que encontramos guiños al guitarrista de todas las clases y formas.
Las últimas giras de Paco se caracterizaban por incluir en el escenario un buen número de maceteros con plantas, tipo palmeras, y por la vestimenta de los artistas: todos con camisa blanca y chaleco negro. La brújula que apuntalaba las notas de sus conciertos, en forma de acordes imposibles repletas de alma, las transformó Sara en braceos limpios y un cuidado tratamiento en los pies a la hora de percutir en la caja escénica. El elenco musical desprendió flamenquería sin necesidad de ahondar en la estética. Pero sí, era necesaria. Un ritual obligado que pinceló la bailaora con buenas dosis de emotividad.
Desde el inicio, la música de Paco inundó el Generalife. Cuatro actos: madera, mar, muerte y volar. Cuatro ases de la baraja, cuatro patas para un banco de danza flamenca magistral y musical. Al principio, cortes musicales en off de sus falsetas más populares. Una silla presidía con humildad el escenario. La silla del gran jefe. Vacía y llena a la vez. Sara ocupó la silla para ahondar en la profundidad de sus enérgicos pies. Detallista y comedida. Los focos en la retaguardia simularon las cuerdas de la guitarra durante la práctica totalidad de la noche. Otro guiño. Sara se desprende de la silla y de negro, con pantalón y pañuelo, encara una propuesta telúrica, mimetizando la música con el baile. Una afrenta difícil de superar.
Cabe destacar que este espectáculo no está cargado de un cuerpo de baile excesivo, sino que apenas siete artistas rellenaron el escenario sin necesidad de engaño destacando sobremanera Daniel Saltares. Las coreografías femeninas adornaron y embellecieron cada estampa en la que participaron, con sigilo, sin destacar pero conmoviendo desde la profundidad de una creación medida y diseñada como alta costura de lo jondo. La cantaora May Fernández junto con ‘El Mati’ aderezaron los cantes por derecho: saeta, seguiriyas, rondeñas, minera, tientos, soleá o los fandangos de Juan María o Frasquito Yerbabuena.
En el baile, por seguiriyas, otro guiño a Paco y a Camarón, tándem perfecto y definido por Sara como una metáfora del flamenco. Sonó Canción de amor coreografiado por el cuerpo de baile para dar paso a la saeta inundando el Generalife el olor a incienso acompañado de una procesión silenciosa en forma de bailaoras y músicos.
Con un diseño aparentemente simple pero efectista y cuidado, el elenco femenino, con vestidos de volantes y dos abanicos por artista, compusieron un cuadro visual magnífico en el que menos fue más. Sonó Zyriab dejando paso a los fandangos de Huelva y recurriendo al guitarrista Keko Baldomero para demostrar que es un director musical de amplio espectro, creativo y personal, capaz de recrear a Paco con soltura y magisterio. Musicalmente, Diego Villegas recogió el testigo de Antonio Serrano, ‘tocaor’ de armónica de Paco. Incorporó el saxofón a su repertorio presumiendo de armonizar y acompañar las obras de Paco. Otro guiño.
La réplica y el guiño continuo se acercó a la copla. A aquella a la que Paco dedicara un disco, póstumo, lamentablemente (Canción andaluza, 2014). Sonaron además las alegrías La Barrosa con baile del cuadro femenino al son de las olas que dibujaban sus vestidos, olas de la bahía gaditana y obra de Luis F. Dos Santos. De sobresaliente el tratamiento de luces que Óscar Gómez de los Reyes diseñó para esta noche: milimétricamente ajustada y grandilocuente en los cortes.
Pero no fue el único protagonista. Sara Baras se alejó de estridencias para esta creación siguiendo los paso del de Algeciras. Fue especialmente cuidadosa en cada pieza, acotando los límites de su baile para adentrarse en conectar con la música de Paco. Sin más argumentos que bailar al toque, a la sonanta. Así pues, sus brazos tocaron falsetas al aire, sus pies volaron sobre el escenario, sin hacer ruido pero latiendo al compás del genio de la guitarra.
No faltó el fin de fiesta, largo, aparentemente excesivo pero irremediablemente necesario, con pataita incluida del percusionista Rafael Moreno, de los cantaores May Fernández y ‘El Mati’ que encaró con solvencia La leyenda del tiempo lorquiana en la versión de Morente.
‘Vuela’ vino a ser el recuerdo y homenaje al genio Paco de Lucía, que además del título del espectáculo fue un guiño, otro más, al disco Cositas buenas y a la bulería Volar que pudo escucharse muy personalizada por parte de los músicos Andrés Martínez (guitarra), Manuel Muñoz ‘El Pájaro’ (percusión) y Diego Villegas.
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