Tan mínima, tan inmensa

Festival Internacional de Música y Danza

La lusa María João Pires trae al Carlos V la tensión dramática de la ‘Patética’ de Beethoven y escenas llenas de lirismo gracias a Schumann

Un momento de la actuación de la lusa / Álex Cámara

Maria João Pires luce mínima junto al piano. Alejada de los grandes escenarios, eligió –como referente mundial que es– convertirse uno de los puntos de mayor interés de la programación de este año en el Festival de Música y Danza.El público –que agotó el papel hace días– respondió a la invitación de la pianista lusa con un lleno espléndido y una actitud arrobada -sobre todo en la segunda parte- ante el revoloteo de las manos de Pires sobre las teclas del Yamaha CFX de Musical Leonés. La pianista correspondió a la entrega de su público con un repertorio que llevó a la velada a un continuo subibaja. Tensión y desasosiego aquí. Melodías que arrullan allá, como el bis que regaló ya entrada, de largo, la medianoche.

La velada comenzó con la Sonata núm. 8 en do menor, op.13, la Patética de Ludwig van Beethoven, que fue, precisamente, uno de los protagonistas del concierto inaugural del pasado viernes. Pires y el alemán conforman una pareja capaz de dialogar pese a los tres siglos que les separan. Trágica y a la vez serena, la Patética hace buena el título que recibe su creador, maestro del contraste. Paz interior a pesar –o justamente como respuesta– a las tormentas del alma. La intensidad con la que comenzó el recital se dejó ver en la postura de la intérprete, en algunos momentos con la cabeza totalmente inclinada sobre el piano.

Arabeske, op. 18 de Robert Schumann sumó su poética a la del entorno del Palacio de Carlos V. Seis minutos de lirismo. El recital continuó sin pausa -con un breve silencio que resultó algo desconcertante para parte del público- con Kinderszenen, op.15, creada en 1829, un año antes que Arabeske. Tiernas escenas infantiles de una poética dulce e inocente. Pires, nacida en Lisboa en 1944, dio su primer concierto en público con 4 años. Der Dichter spricht (Habla el poeta) cerró –casi dentro del aura de irrealidad que se respira entre las butacas del Carlos V, bajo el cielo estrellado– ese capítulo de la noche.

El marco del Palacio de Carlos V, incomparable / Álex Cámara

Beethoven y Pires volvieron a reencontrarse en la segunda parte del programa de la mano de la Sonata op. 111. El empuje de Arietta –hermosísima melodía, llena de momentos vibrantes– permitió a Pires demostrar –una vez más– los motivos por los que es, por derecho propio, una de las artistas más reconocidas del último siglo.Capaz de adaptar sus cualidades físicas al piano y a la exigencia de un repertorio romántico que –también es justo decirlo– ha sabido transmitir al gran público y convertir a la portuguesa en una superventas. La conclusión de la pieza, con un silencio que rompió la noche, redondeó una velada que se completó con un aplauso entregado. La respuesta del público hizo pertinente que la artista regresara para regalar un breve bis. La ofrenda final remató a los asistentes que -con el personal ya en pie- hicieron, gracias a sus aplausos, de la noche una cálida velada.

Maria Pires, a la conclusión de su interpretación / Álex Cámara

Quizá el calor también pudo ser la causa de un par de indisposiciones que obligaron a algunos asistentes a abandonar prematuramente el Palacio.

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