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73 Festival de Música y Danza de Granada. Edith Peña piano. Alexei Volodin piano. Música para piano a dos y cuatro manos. Programa íntegro de Franz Schubert (1797-1828). I Fantasía para piano a cuatro manos en fa menor, D 940 (1828). Allegro molto moderato – Largo – Allegro vivace – Tempo I. Cuatro Impromptus para piano solo, D 899 (1827). Allegro molto moderato. Allegro. Andante mosso. Allegretto. II Allegro, en la menor, a cuatro manos «Lebensstürme», D 947 (1828). Divertissement à la hongroise, en sol menor, a cuatro manos, D 818 (1824). Andante Marcia: Andante con moto. Allegretto. Patio de los Mármoles (Hospital Real). Miércoles 10 julio, 21:30.
Viendo cómo se pone el Festival, quizá debamos empezar nuestra crítica aludiendo a la Eurocopa de futbol, así que comenzamos. Con España clasificada para la final de la Eurocopa de fútbol, eso sí, a expensas de saber, al menos los allí congregados, si el otro finalista sería Países Bajos o Inglaterra, pues esa otra semifinal coincidía con nuestra velada con Schubert esencia comenzó nuestro concierto. Una nueva cita con la obra pianística de Schubert que ha sido una de las protagonistas de esta brillante edición de los Festivales de Música y Danza de Granada. El repertorio, obras a cuatro manos escritas en el último año de vida del genio vienés y alguna otra, que venía perfectamente traída a la propuesta de esta pareja dentro y fuera de los escenarios que son Edith Peña y Alexei Volodin.
Un repertorio siempre plantea un marco de referencias en el oyente, pues establece conexiones o precisamente todo lo contrario entre las obras que se ejecutan. Aunque a priori puede parecer que un monográfico sobre un autor se pierde la ocasión de confrontar sus obras con otras, en mi caso y en la velada de ayer supusieron todo lo contrario. Hablamos de obras compuestas en el último año de la corta vida de Schubert, a cuatro manos, o a piano solo si incluimos los cuatro impromptus, pero el abanico de timbres, temas, melodías y sonoridades es amplio y a la vez resulta cercano, pues todos salen de una misma época y de un mismo autor. Eso permite profundizar precisamente en la riqueza y el genio que poseía Schubert para crear. Lo que antes decía del genio vienés no era una giro hecho, realmente es un compositor genial, exuberante. Ayer quedó en evidencia una vez más el amor por las estructuras bitemáticas de Schubert, siempre contraponiendo temas opuestos en sus piezas. Es otra de sus genialidades, el unir y relacionar temas antagónicos, uno melancólico con otro enérgico por ejemplo y crear una relación estrecha e imposible entre ellos.
El planteamiento que hicieron los dos virtuosos del piano ayer fue todo un despliegue de maestría. Comenzó el concierto con él a los graves del piano y a la pedalera y ella a la izquierda con los agudos, algo que mantuvieron en el Allegro D 947, al que Diabelli, al publicarlo póstumamente más de diez años después de su muerte, llamó “Lebensstürme” (Tormentas de la vida). Para la obra final cambiaron, ella se ocupó de la pedalera y los graves y él de los agudos. Esta obra final, el Divertissement à la hongroise tiene pasajes auténticamente visionarios de la música para piano, pues resuenan con una actualidad que maravilla. Había momentos en los que Volodín, en la parte derecha del piano se dejaba llevar, ensimismado por la maravilla que creaba. Esta combinación permitió disfrutar de cómo la pareja defiende un enfoque de la obra de Schubert que mantiene, sea quien sea quien ocupe un lugar u otro en el piano, parecían uno, y todo sonaba a un perfecto Schubert, enérgico una veces, absolutamente grácil y virtuoso otras sin solución de continuidad.
Los cuatro impromptus nos permitieron recrearnos en cada uno de los solistas, Alexei interpretó el primero y el tercero y Edith, los pares, especialmente virtuosos. Ambos, en los impromptus, sin partitura hicieron un ejercicio de introspección en la obra y la vida del último Schubert realmente conmovedores, sonaba la madurez del maestro y la música de piano inundaba el Patio de los Mármoles, con toda la grandeza que aporta.
Finalmente un par de propinas, con un exquisito Falla para terminar y antes, “la tercera canción de Ellen” o Ellens Gesang III, más popularmente conocido como su Ave María, donde la mano derecha de Volodin cantó la famosa melodía, acompañado de su mano izquierda y de la mano derecha de Edith, una preciosidad.
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