Currista, bética, de los Gitanos
El adiós a Cayetana de Alba
Fue invitada de excepción a la boda de sus amigos Curro Romero y Carmen Tello. Era habitual su estampa bailando sevillanas en la Feria y sus primaveras las pasaba en Dueñas.
Curro Romero y el Betis, dos formas de ver el arte. Estas sevillanas que Antonio González el Raya, recopilador de fandangos, cantaba en la primavera de 1994 cuando el Betis regresaba de Burgos tras conseguir su enésimo ascenso a Primera, resumen el arraigo popular, las debilidades que hacen tan fuerte la reputación de la duquesa de Alba en Sevilla.
Muy cerca de Dueñas estaba el estudio de Enrique El Cojo, en cuya academia aprendió los secretos del baile por sevillanas esta mujer que prodigaba sus avances y sus encantos en la Feria de Sevilla. Su estampa en coche de caballos, en las casetas bailando (Jesús Aguirre de oyente, como Guerra en la Moncloa) se hizo habitual en la Feria de abril. Con palacio en Liria (cuando nació estaban de visita en su casa Ortega y Marañón), con estancias habituales en París y Venecia, en Mallorca y San Sebastián, Sevilla constituye su barbecho sentimental. La consagración de la primavera.
En Dueñas siempre se almuerza a las dos y media, recordaba Jesús Aguirre a sus invitados. De allí partió la novia, Eugenia Martínez de Irujo, para casarse con el torero Francisco Rivera Ordóñez en la Catedral, descartado el enlace en la iglesia de Santa Ana. “¿Es tan trianera la madrina como dicen?”, interpelaba Aguirre a este periodista sobre las devociones de Carmina Ordóñez, madre del novio. Vecina de la Amargura, tránsito de la Mortaja, apeadero de los Gitanos, el palacio de Dueñas es corazón de la Sevilla cofrade que busca el centro desde los barrios. Cayetana era internacional y de barrio, de palacio y de taberna. Una duquesa de cuento a la que le salían las cuentas.
Fue invitada de excepción a la boda de sus amigos Curro Romero y Carmen Tello. Hija predilecta en 2006, entre 2005, centenario del Sevilla en que el Betis ganó la Copa del Rey, y el 2007, centenario del Betis en que la ganó el Sevilla. Sus colores salen de una paleta de diplomacia. Es bética sin renegar del sevillismo. Es currista sin desmerecer a otros toreros, ella que fue pariente el tiempo que duró el amor entre su hija y su yerno de la estirpe de Paquirri y de Antonio Ordóñez.
“Ella ha dejado escrito que la entierren en Sevilla”, dicen en el entorno de la duquesa. Jesús Aguirre está enterrado en el panteón madrileño de los Alba, en Loeches. Sevilla es ciudad de vida hasta en la Muerte, que se adjetiva Buena en el Cristo de los Estudiantes; que es primavera incluso cuando los más viejos del lugar hacen cábalas con aquel invierno de 1954 en que cayó la última nevada. Cayetana de Alba es amiga de Matilde Coral, con estudio de baile en la calle Castilla. Es de Sevilla y de Triana, los dos nombres de la ciudad a uno y otro lado del río, que ahí Madrid no tiene nada que hacer, con ese Manzanares que ni el mismo Churchill de alcalde arreglaría, como dice un personaje de El Jarama.
Los cipreses de Dueñas se ven desde los talleres de artesanos de la calle Gerona, espaldas del palacio. No se ve el limonero, que fue de Sevilla a Colliure. Y se intuyen las palmeras del campo que cada quince días abre sus puertas a los incondicionales del equipo de la duquesa, sevillana de afectos.
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