30 años sin Stefano Casiraghi
El gran amor de la princesa Carolina de Mónaco y padre de sus tres hijos mayores perdió la vida a los 30 años en un accidente náutico el 3 de octubre de 1990
Este 2020 se cumplen tres décadas de la muerte de Stefano Casiraghi, el gran amor de Carolina de Mónaco y padre de sus tres hijos mayores. El playboy, empresario y deportista italiano enamorado de la hija de Rainiero y Gracia moría en las aguas de Saint-Jean-Cap-Ferrat, la península privilegiada entre Cannes, Montecarlo y Niza. Era el 3 de octubre de 1990. En el corazón de los Alpes marítimos, el padre de Pierre, Andrea y Carlota defendía su título de campeón mundial de offshore clase I, la Formula 1 de las aguas, en una segunda manga sin mayor dificultad aparente, al mando de los aceleradores de la Pinot de Pinot (12,8 metros, cinco toneladas, dos motores de 800 caballos capaces de hacerla surcar el aire y el agua). Como piloto iba su amigo Pierre Innocenti. A 700 kilómetros de allí, en París, Carolina pasaba el día con su eterna amiga Inés de la Fressange, en cuya boda había disfrutado ese mes de junio.
El día amaneció nublado y fue volviéndose grisáceo, y el mar, calmado al principio, también entró en marejadilla. Lo justo para que Casiraghi se confiara e inyectase más potencia a su embarcación, que iba a unos 175 kilómetros por hora. De repente, se toparon con una ola, la lancha comenzó a rebotar y girar sobre el agua. Innocenti salió despedido. Casiraghi quedó atado al asiento. Aunque al principio existieron dudas sobre si se ahogó, la causa oficial de la muerte fue la violencia del impacto. Innocenti salvó la vida, y vivió desde el hospital el funeral y el entierro de su amigo. El campeonato se suspendió. No hubo ganadores ni trofeos. La muerte de Casiraghi destrozó a Carolina. Fue Rainiero quien tuvo que explicarle a los tres hijos del matrimonio el destino de su padre.
El día 6 de octubre, Carolina se descompuso en el funeral, en la catedral de San Nicolás, la misma donde ocho años antes había acudido al entierro de su madre, con entereza regia. La eterna resistente, la que se echó encima el peso de la familia y la representación de su madre en la agenda pública de los Grimaldi, no pudo más. Casiraghi había aparecido en su vida poco después de morir su madre. El rico Casiraghi, siempre al límite, no parecía un buen sucesor del desastre que había sido el enlace de Carolina con Junot, roto en tan sólo dos años. Pero fue él el que le dio a la princesa la estabilidad y el apoyo que ella transmitió a su familia.
Pese a que el Vaticano frunció el ceño ante su temprana boda, impura a los ojos de la Iglesia. La nulidad con Junot no se había concedido cuando Carolina, embarazada de tres meses, se casó con Stefano. Esa situación ilegítima para lo eclesiástico impidió que se declarase el luto oficial. Sólo hubo banderas a media asta para el padre de tres niños que hasta 1993 no verían reconocidos por edicto papal sus derechos sucesorios.
Casiraghi siempre había sido adicto a la velocidad y la adrenalina. Su Ferrari no era de adorno e incluso había sufrido algún accidente con Carolina a bordo. En el mar, donde había encontrado su pasión casi al tiempo que a Carolina, llevaba siete años compitiendo en offshore. Y suyo era el récord mundial de velocidad de la época, establecido en 1984: 278,5 kilómetros por hora. En 1989, se coronó como campeón. Murió con 30 años, dejando viuda a Carolina, con tres hijos y 33 años. Tras ese día, Carolina comenzó un exilio rural en la Provenza francesa, donde pasaría dos años recuperándose.
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