El Albaicín fue buena cuna
Unos dirán que es la magia telúrica; lo da la tierra Para otros será el aire, el agua, el paisaje Veo que corres riesgos, Albaicín de mis temores Necesitas menos críticas y más amores
"Soy tan albaicinero/que cuando bajo a Plaza Nueva/me siento extranjero" (Benítez Carrasco). Es demasiada casualidad que haya sido este barrio granadino casa y cuna de tantos hombres y mujeres ilustres; algo tendrá esta acrópolis habitada desde el siglo VII a. C. Algo tendrá cuando en 1994 fue declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad. Unos dirán que es la magia telúrica; lo da la tierra. Para otros será el aire, el agua, el paisaje. El albaicinero es, o era, una especie con denominación de origen, híbrida de tierra, agua, aire y sol, como lo son sus cármenes de agua y flores, sus calles de tortuoso y encantador recorrido, sus aljibes, sus plazas, sus iglesias, sus recoletos conventos.
Se echa de menos tener en la palma de la mano una nómina ordenada aunque siempre será incompleta, tal vez injustamente incompleta porque nunca estarán todos los que son, de albaicineros que dejaron huella a veces sudorosa, a veces clamorosa, a veces fantástica, maravillosa; desde el modesto obrero que supo ganar vida y fama con sus manos artesanas hasta el artista de la pluma o el pincel, de la música, el cante, la danza, la poesía. Mi modesta pluma no tiene tinta fina para tal aventura.
Orgulloso se sentía el poeta albaicinero Benítez Carrasco cuando sin renunciar a su cuna en la Placeta del Salvador decía aquello de "soy tan albaicinero/ que cuando bajo a Plaza Nueva/ me siento extranjero".
Con tantos siglos de historia, tiempo ha habido más que de sobra para dar abundantes frutos desde el asentamiento de sus primeros habitantes allá por la Edad del Bronce; huellas nos quedan de población ibérica y romana, aunque el sello más personal y genuino vendría con el Albaicín islámico a partir del siglo VIII, cuando entre ziríes, nazaríes e inmigrantes de Baeza construyeron en siglos el arrabal del Albaicín amurallado, de casas abigarradas y calles estrechas, anárquicas y serpenteantes, con sus plazas más populares, la de San Nicolás y la Plaza Larga. Albaicín abierto y renovado después con la posterior huella cristiana cuando las mezquitas se transformaron en conventos y los alminares en campanarios.
Arrabal del Albaicín con su administración de justicia, sus treinta mezquitas, sus aljibes, sus baños públicos y hasta su hospital de locos, el Maristán. Albaicín de población numerosa y abigarrada, la mayoría obrera; artesanos de todos los oficios que cuidaron de transmitir de padres a hijos en generosa pero esforzada herencia.
Albaicín mezclado y enfrentado en aquel dramático siglo XVI de muy difícil convivencia cristiano-morisca que sirvió para crear inestabilidad social y política, pero también para transmitir e intercambiar saberes de oficios entre culturas. Se echaron las bases, la partida de nacimiento, de ese nuevo Albaicín de obreros, funcionarios y artistas cuando a Granada llega la Chancillería, la Universidad y las grandes obras públicas: el Hospital Real, Santa Isabel la Real, el Palacio de Carlos V, la Catedral, San Jerónimo, palacetes de nobles y altos funcionarios, iglesias por docenas, conventos a pares, nuevos trazados urbanísticos, Plaza Nueva, Plaza de Bibarrambla, etc. y abundante mano de obra, mucha de la cual vivirá en el Albaicín y echará semilla de futuros albaicineros, ilustres unos, modestos otros, pero entrañables, queridos y recordados todos.
Albaicín de mis temores que veo que corres riesgos, que pones en peligro tu belleza y deterioras tus encantos; no descuides la limpieza de tus calles, cuida con mimo tu conjunto monumental; riega tus flores con las aguas de los mil aljibes; mira bien que es de toda la Humanidad y conseguido con el sudor de los albaicineros a los que ojalá alguien rinda justo tratamiento antes de que yo me aburra y lo que aquí digo se lo lleve el viento.
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