Alejandro Dumas y su hijo en Granada

El escritor mulato, autor del célebre libro 'Los Tres Mosqueteros', vivió en la calle del Silencio; traía en la maleta pistolas porque no se fiaba de los gitanos. África empieza en los Pirineos No se entendieron demasiado bien con algunos granadinos, incluso protagonizaron algún altercado

José Luis Delgado / Granada

26 de diciembre 2011 - 01:00

Dejaron los Reyes Magos de traer libros y los niños dejaron de leer. Normal. Ya nadie se acuerda de Los Tres Mosqueteros ni de La Dama de las Camelias. Y si no se lee, pasa lo que pasa.

Se le atribuye a Alejandro Dumas, el autor de El Conde de Montecristo y de Los Tres Mosqueteros, la frase "África empieza en los Pirineos". Y es que en su viaje realizado en 1846 con la finalidad de servir de cronista de la boda del Duque de Montpensier con la hermana de Isabel II y de esta con el infante Francisco de Asís, pensaba que España era país de bandoleros, majas, bailes gitanos y amoríos fáciles. Es verdad que luego su hijo, llamado también Alejandro, desmintió que tal frase la dijera nunca su padre.

Como quiera que Alejandro Dumas, hijo de un noble francés y una esclava dominicana, de ahí sus rasgos mulatos, era hombre alegre y dado a la buena vida según refleja su aspecto físico, pensaba encontrarse aquí en el país de sus sueños. Parece que contrató a un bandolero para que fingiera un asalto por Despeñaperros a cambio de un cheque. Hecho que a él le serviría para una buena crónica. El bandolero, como es natural, se quedó con el dinero y le devolvió el justificante de cobro tras decirle que había cerrado el negocio. ¿A quién se le ocurre negociar con bandoleros?

Llegado a Granada el 28 de octubre de 1846, se hospedó en la Pensión Pepino de la calle del Silencio, cerca de la entonces Universidad y hoy Facultad de Derecho. Se trataba de una modesta casa de estudiantes de las numerosas que por entonces había en el barrio. Según él mismo escribía, traía tres maletas rebosantes de trajes, ropa blanca, pistolas, carabinas y cuchillos de caza. Yo no sé a dónde pensaba que iba, pero por lo visto le habían dicho que no se fiara mucho. Venía acompañado de cuatro amigos y de su propio hijo Alejandro, el que sería autor de La Dama de la Camelias escrita dos años después de su viaje a Granada; novela en la que se inspiró Verdi para su magnífica opera La Traviata (La Extraviada).

Los Dumas no se entendían demasiado bien con algunos granadinos, incluso protagonizaron un numerito que acabó en altercado y hasta fueron apedreados, tuvo que intervenir el corregidor de Granada; pero eso no resta para que Alejandro padre, en su obra Viaje por España. De París a Cádiz, no escatimara piropos a Granada y a la Alhambra, aunque aborrecía la construcción del Palacio de Carlos V y la subdesarrollada vida de los gitanos del Sacromonte.

De la ciudad dijo cosas tan hermosas como estas: "Granada, más deslumbrante que la flor, más sabrosa que la fruta de la que toma su nombre, parece una virgen tumbada al sol"

En el mismo sentido en el que se expresó el poeta mejicano Francisco de Icaza cuando escribió lo de "Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada, como la pena de ser ciego en Granada", Alejandro Dumas medio siglo antes había dejado escrito esto: "Principio a creer que hay una felicidad mayor que la de ver Granada; y es la de volverla a ver".

Bonito reclamo turístico del que nuestro sector de la hostelería se sentiría orgulloso y de rebote toda la ciudad. Porque lo bonito de Granada no es verla sino volverla a ver y a ser posible pernoctando unos cuantos días más, por lo menos los cuatro que se tiraron los Dumas en la calle del Silencio.

Granada hoy recuerda a Alejandro Dumas con el nombre de una calle en la barriada de la Paz junto al Parque 28 de febrero, pero no sé si recuerda el argumento de Los Tres Mosqueteros.

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