En la Alpujarra hay una fuente que si bebes el agua te mueres

Hay muchas fuentes en la zona y cada una tiene diferentes efectos.
Hay muchas fuentes en la zona y cada una tiene diferentes efectos.

LA del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo… Así comienza un capítulo (el cuarto) del famoso libro de Miguel de Cervantes que a mí me sirve para decir que era el alba precisamente cuando Harry y yo cogimos nuestros caballos de vapor (léase coche) y salimos para la Alpujarra. Nuestra intención era pasar dos días y ver algunos pueblos (no todos) de esta zona. Harry iba como don Quijote: contento, gallardo y alborozado porque por fin se iba a cumplir mi promesa de enseñarle parte de una comarca muy querida por los granadinos.

Viene a cuento esta entrada de artículo cervantina porque La Alpujarra tiene un cariño especial por Don Quijote. Por lo pronto Órgiva ha dedicado un museo al famoso hidalgo y los potentes que hay en la entrada de la carretera que lleva a Lanjarón recuerdan aquellos molinos de viento con los que luchara nuestro famoso hidalgo. La Alpuxarra es tierra de Don Quixote.

Viajar temprano dirige el ánimo a descubrir el día desde la perspectiva de alguien con la mente abierta a la improvisación. Harry está más hablador de la cuenta. Me confiesa durante el trayecto por la autovía que tenía muchas ganas de conocer La Alpujarra porque le han hablado que allí hay buenos paisajes y se come buen jamón.

-¿Probar nosotros hoy el jamón de Trelivez?

-¿Qué?

-¿Qué si probar nosotros hoy jamón de Trelivez?

-Trevélez, Harry, Trevélez. Es jamón de Trevélez. Lo probaremos si te portas bien. De todas maneras Harry quiero que sepas que esta comarca pretende ser Patrimonio de la Humanidad. Es un sitio que te abre la mente y te permite ir por un camino que en muchas ocasiones le lleva a ti mismo. Yo siempre que me vengo me predispongo a pasar unos de los momentos más felices de mi vida. Así, que atento.

Cuando nos desviamos hacia Lanjarón vemos los modernos aerogeneradores de aspas gigantes y le hablo a Harry del Quijote. Para abrir boca sobre las historias que quiere que le cuente, le digo que en Órgiva hay un museo en donde hay casi mil ejemplares de 'quijotes' de todo el mundo. Además de 'quijotes' escritos en inglés, francés, italiano o alemán, los hay también escritos en idiomas tan poco corrientes como e kurdo, lunfardo, serbio o yidí. Ediciones de este libro escritos en cincuenta y cinco idiomas. La idea de montar este museo fue del antiguo bibliotecario, Agustín Martín, al que su maestro le hizo que se leyera el famoso libro cuando era niño y quedó enganchado a él para toda su vida.

Lanjarón está muy quieto a eso de las ocho de la mañana. Solamente hay cierta actividad en los alrededores del balneario. Personas que van a 'tomar las aguas'. Le hablo a Harry de que a los de Lanjarón le llaman 'cañoneros' y que sus aguas tienen fama en todo el mundo.

-Sí. En mi casa beber agua de Lanjarón.

En Lanjarón es la puerta de La Alpujarra. Harry quiere conocer el balneario y le llevo al lugar donde están los caños de donde se surten de agua los bañistas. Le explico a Harry que la de San Vicente es buena para el riñón, que la Capilla facilita la digestión y que la ingesta de agua de la fuente de la Capuchina estimula la secreción clorhídrica y la motilidad gástrica e intestinal.

-¿Eh? No comprender.

-Que te vas de vareta, Harry.

Por el balneario pasan cada año casi 15.000 personas, por lo que este negocio es primordial para el desarrollo del pueblo.

Lanjarón es el pueblo que más fuentes tiene de toda España. En cualquier rincón encontramos una rodeada de geranios y de poemas de Lorca o Manuel Benítez Carrasco. Al lado de una nos sentamos Harry y yo a oír el rumor del agua, el único rumor que no necesita confirmación para convertirse en noticia. Llevamos sentados casi un cuarto de hora cuando llega un anciano con garrota a llenar una botella de agua.

-¿Para qué es buena esta agua, señor? -le pregunto al hombre sabiendo que casi todas las fuentes de Lanjarón tienen ciertas propiedades medicinales.

El abuelete se nos queda mirando con esa expresión anfibia de la que hablaba Paco Izquierdo en 'El apócrifo de la Alpujarra Alta', y dice:

-El que bebe de esta agua se muere.

Nos quedamos acongojados por la información. Hasta tal punto que Harry le pregunta al viejete:

-¿Entonces usted por qué llenar botella?

-Es que el que no bebe también se muere. Aquí no se queda nadie, jejejeje.

De Lanjarón a Órgiva hay unos diez o doce kilómetros que los invertimos en hablar de la ocurrencia del viejo de Lanjarón y de la Alpujarra. Por allí el paisaje empieza a ser monumento nacional. Harry saca la cámara y no para de echar fotos.

Órgiva es el pueblo cabecera de comarca. Allí hay gente viviendo de muchas nacionalidades. Desde lejos se ven las 'torres gemelas' de la iglesia de la Expectación, lo que me da pie para contarle a Harry la anécdota del reloj que preside la fachada del templo. Le cuento al irlandés que yo cubrí un día una noticia sobre el pago de una deuda que se tardó cien años en saldar. Resulta que 1988 encontraron un documento en el que el relojero madrileño Antonio Canseco se quejaba de la deuda que el municipio había contraído con él al encargarle por 5.500 pesetas el reloj para la torre de la iglesia. El municipio le pagó solo el primer plazo de casi 1.300 pesetas y le dejó a deber el resto. Canseco inició entonces una campaña de desprestigio del Ayuntamiento orgiveño. Decía el industrial en una carta fechada treinta años después que no le pagaba desde que le puso el reloj en 1887 «porque desde entonces no ha habido en Órgiva ningún ayuntamiento que le haya dado la real, ni la liberal, ni la federal, ni la socialista, ni la absolutista gana de pagar a un industrial de tan buenos y tan nobles comportamientos que, como el señor Canseco, no es merecedor de tan reprochable recompensa». El caso es que en 1989 la Corporación municipal saldó su deuda con los bisnietos del relojero, que fueron invitados a las fiestas y que se llevaron las cuatro mil y pico pesetas -ya convertidas en simbólicas- de la antigua deuda.

-Desde entonces se decía en plan de coña que el reloj de Órgiva da las horas pero no los 'cuartos' -le dijo a Harry, que se ríe después de explicarle que en España al dinero también le llamamos 'cuartos.

En la calle principal hay varias cafeterías. En una de ellas nos sentamos para tomar café y ver el paisanaje de la localidad. En Órgiva los habitantes dividen a los foráneos en dos categorías: guiris y hippies. Los guiris son los que se han comprado cortijos o casas en el campo y han decidido vivir en la naturaleza y hippies los que han buscado asentamientos en Beneficio, el Morreón o Los Cigarrones, y pasean por las calles con sus rastas y sus pies negros.

-Ser curioso -dice Harry- que haber tantas personas de tantos lugares.

-Británicos hay muchos. Y hasta famosos. ¿Sabes quién es Christ Stewart?

-Siiii. Yo haber leído 'Entre limones'. Ser antiguo batería de Génesis.

-Pues vive aquí. Es amigo mío. Si lo vemos te lo presento.

La mañana pasa de largo. Los orgiveños, a los que también llaman güeveros, se dedican a la agricultura o al turismo. Es sábado y el pueblo comienza a tener una actividad mitad productiva y mitad de relax. Harry está tan a gusto con lo que yo le cuento y con lo que ve, que se resiste a levantarse de la silla para continuar el viaje.

-¿Dónde ir ahora?

-Al Barranco del Poqueira. Te va a encantar.

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