Andrés Sopeña, agudeza instintiva
pasado con presente incluido
Ha sido durante más de cuarenta años profesor de Derecho Internacional en la UGR
Escribió 'El florido pensil', un libro sobre la educación en las escuelas franquistas del que ha vendido 325.000 ejemplares
Dice que su proyecto más inmediato es seguir viviendo, tiene interés en eso
Hay personas cuya ejemplaridad viene como un merecimiento innato, de esas que comparecen en la memoria de los demás cada vez que se habla de fútbol, de religión o de política. A este escritor que ha sido durante cuatro décadas profesor de Derecho, acudimos muchos juntaletras cuando necesitamos un consejo literario, la opinión de un experto o simplemente la mano tendida de un amigo que es difícil que te deje en la estacada. Cuando ausculta la sociedad que le rodea, dispone de una especie de agudeza instintiva que le permite emitir un juicio certero sobre cualquier cuestión local o patria. Pocas cosas le son ajenas. Suele meditar sobre dogmas y exponer después su clarividente hipótesis de intelectual adobado con malafollá granaína. Y en su discurso, siempre ese sentido del humor y esa ironía que tiene como bandera. Un sentido del humor que utilizó para escribir El florido pensil, del que han llegado a venderse 325.000 ejemplares y que es el retrato de una época que hay que recordar y a la vez olvidar. Nació en Madrid pero pasó gran parte de su infancia y adolescencia en Linares, donde tres huevos son dos pares y donde pudo sentarse en un pupitre de aquellos que tenían un redondel en el medio que era para el tintero. De allí sacó el suficiente material vivencial para escribir ese clásico sobre las escuelas franquistas. Es zurdo, depresivo, nunca se ha sacado el carné de conducir y tampoco se ha hecho un plan de pensiones. Cuando se mueve lo hace con esos pasos suyos de levantar lo mínimo los pies del suelo, como si fuese un barrendero resabiado en plena faena. Estamos hablando, cómo no, de Andrés Sopeña Monsalve.
Mi tocayo me cita en su casa que tiene en el Carril de San Cecilio. Cuando me abre la puerta un montón de kilos de carne con dientes se me abalanzan para darme la bienvenida. Es Morgan, su perro labrador, zalamero y juguetón, que te lo ganas con solo pasarle la mano por el lomo. Intento dar un paso pero Morgan reclama más caricias y no me deja avanzar. Me mira con ojos suplicantes para que juegue con él.
-Morgan, deja al Cárdenas, que viene a trabajar - dice el tocayo.
El labrador se ha metido tanto en la vida de Andrés Sopeña y Andrés Sopeña en la vida del labrador, que ya es casi imposible pensarlos disociados en sus respectivas existencias.
-Yo digo lo que Rügman, que se puede vivir sin perro, pero no merece la pena.
Sopeña me pide que lo siga al santuario que utiliza pasar la mayor parte del día, un santuario en el que conviven miles de libros, películas, canciones y recuerdos. Tomo asiento en un amplio sofá y Morgan se me echa encima. Hasta que su dueño le lanza una orden en fase de ultimátum.
-¡Morgan, baja de ahí y siéntate aquí a mi lado!
Y Morgan obedece, aunque a regañadientes a juzgar con la lentitud con la que acata la orden.
Y entonces hablamos.
CUANDO LLEGA EL ÉXITO
Andrés Sopeña Monsalve nació en Madrid en 1948. Su padre era funcionario en calidad de trasladable, por lo que su infancia la pasó en Cataluña, Alcalá la Real y Linares.
-¿Tú que querías ser de mayor?
-Mi primera vocación intensa fue la de portero de fútbol. Había unos folletitos ilustrados, biografías de Carmelo, Ramallets, Araquistain, Pazos... me sabía su vida y milagros. Mis tíos me regalaron unas rodilleras y un jersey azul y blanco, y yo, feliz, feliz... Iba bien por alto y en las salidas, pero jugábamos en la calle o en una era, piedras por doquier, y por bajo entraban todas. ¡Jo, Sopeña, pero tírate! Y pasé a querer ser Gento, que yo también era zurdo, corría que me las pelaba y centraba hacia atrás desde la supuesta esquina del córner. Eso sí, compaginándolo con lo de inventor, que también quería ser Edison y Von Braun. Sobreviví de milagro; y mi familia también, y los vecinos: Cohetes espaciales que estallaban en la rampa de lanzamiento o a diez centímetros del suelo, electrocuciones al tocar un grifo, interferencias en la radio, apagones; la electricidad, en particular no tenía secretos para mí... También quería ser periodista: hacía periódicos en casa con un par de folios y se los vendía a mi padre por una perra gorda... Luego hice la revista del Instituto durante el bachillerato, la de un club juvenil en los Salesianos del Triunfo, la revista de la Facultad, la del Cineclub universitario, la de la Universidad... Pero no hice Periodismo, y dejé los estudios de Ingeniería... Nunca se me pasó por la mente ser profesor.
Me cuenta que comenzó estudiando Ingeniería en Madrid. Estudiar Derecho fue la opción que le propuso un tío suyo porque Periodismo no era aún una carrera universitaria y había que tener un título que avalara luego cualquier ocupación.
-De todas maneras yo quería ser muchas cosas porque la verdad es que siempre he sido persona a la que nada le resulta ajeno, he sentido y siento curiosidad por muchas materias. Hubo un tiempo en el que me dio por la mecánica cuántica o la astrofísica, por ejemplo.
El caso es que se matricula en Derecho en la Universidad de Granada, ciudad en la que también hace el servicio militar.
-Coincidió mi primer año de Derecho con la mili. Quise hacer las milicias universitarias pero me pegué un calamonazo en el plinto y me suspendieron. Como compaginaba los estudios con la mili, muchas veces tuve que ir a clase vestido de soldado.
Granada será a partir de ahora el lugar donde terminará su carrera, se casará con su compañera de curso Olvido Pérez Vera, comprará casa, tendrá sus tres hijos y será profesor de Derecho Internacional durante cuatro décadas.
Andrés Sopeña habla en un castellano satisfactorio de madrileño exiliado, aunque algunas veces suelta expresiones granadinas que delatan los muchos años que lleva en Andalucía. Su mirada, a veces ladina a veces sardónica, ocupa una buena porción de su rostro y cuando baja los ojos y aprieta las mandíbulas, es que está a punto de dar una opinión que ha mascullado y que sin duda merece ser tenida en cuenta.
Me cuenta que El florido pensil empezó a fraguarse tras pronunciar en varios lugares una conferencia titulada Se cogen puntos a las medias. En ella hablaba sobre la vida cotidiana en España de los años cuarenta y cincuenta, en la que una parte importante estaba dedicada a la educación que recibíamos los niños de entonces. Un día, al darle al teletexto de la televisión, vio que se había convocado el Premio Espejo de España de ensayo y decidió enviar su trabajo sobre las escuelas de la España franquista. No ganó pero quedó finalista y hasta hubo un periódico que le dedicó un amplio reportaje al libro, aunque aún no estaba editado. Intentó publicarlo en Alfaguara, donde conocía a alguien, pero la editorial jamás le contestó. Luego estuvo algún tiempo intentando publicarlo en Granada, pero dice que aquí hubo editoriales que le tomaron el pelo y que le daban largas porque no tenían la intención de publicarlo.
-Al poco tiempo leí Las leyes fundamentales de la estupidez humana, de Carlos M. Cipolla, un ensayo publicado por Crítica. Entonces pensé... si esta editorial publica este tipo de libros de ensayos atípicos en clave de humor... ¿por qué no el mío? Y se lo mandé.
El éxito entonces fue fulminante. El florido pensil constituyó todo un fenómeno editorial sin parangón en la reciente historia de la literatura española. Hasta ahora ha vendido 325.000 ejemplares, lo que le hace tener el honor de ser el autor granadino que más libros ha vendido de un sólo título. El libro de Sopeña ha conocido posteriormente multitud de reediciones, tanto en formato habitual como de bolsillo, colecciones, clubes de lectores, etc. Fue adaptado al teatro por el grupo Tantaka, con más de dos mil representaciones y enorme éxito de público. Ha sido representada en castellano, euskera, catalán y valenciano. Y en 2002 fue llevado al cine por el director granadino Juan José Porto.
CINE Y TEATRO
Tras el éxito de El florido pensil, Andrés Sopeña publicó La morena de la copla, un ensayo sobre la educación específicamente 'femenina' que recibían las mujeres en la España de aquellos tiempos. Aunque esta obra no alcanzó el éxito de la anterior, como era previsible, su presencia en la actualidad cultural fue notoria y hoy día, según los expertos, continúa siendo, junto a El florido pensil, referencia no sólo literaria sino para estudiosos de la sociedad civil y las relaciones de poder durante la dictadura franquista. Con anterioridad a El florido pensil, Andrés Sopeña había sido guionista, junto con Juan José Ruiz-Rico, de la viñeta de humor, publicada en los diarios Sur de Málaga y El Defensorde Granada, Gaudeamus, una serie de aproximaciones críticas a la vida de un profesor universitario. El dibujante de aquellas viñetas fue el ex ministro de justicia Juan Fernando López Aguilar, a la sazón estudiante en la Facultad de Derecho de Granada, quien firmaba sus dibujos como Juan Flops. También fue director de la revista Campus, que editaba una vez al mes la Universidad de Granada.
Andrés Sopeña es autor de numerosos artículos publicados en prensa, algunos de los cuales han sido recogidos en el libro Un no sé qué de agradable en las flores de plástico. En 2001, en sintonía con una de sus más acendradas aficiones, el cómic y su mundo, publicó Tente, iracundo otomano, una visión esperpéntica de El guerrero del antifaz y, como siempre, crítica hacia el entorno social que hizo posibles aquellos tebeos. Ha colaborado como columnista en El Mundo, El Defensorde Granada y La Opinión.
Lleva ocho años jubilado de la Universidad y dice que desde entonces ha pasado la mayor parte de su tiempo multiplicando por 27,2 lo que eran sus aficiones: la fotografía, el cine o clasificando los miles de archivos de todo tipo que ha ido acumulando en su vida. También ha seguido dando conferencias y ha dado clases en el Aula de Mayores. Y está intentando escribir otro ensayo, pero dice que lo tiene atrancado por pura pereza.
-Me pasa como a Victoriano Valencia que el día que iba a torear decía por la mañana que tenía muchas ganas, pero que se le iban quitando conforme se iba acercando la hora de la corrida. Yo me levanto todos los días con unas ganas de escribir tremendas, pero conforme va pasando el día se me van quitando.
Andrés Sopeña tiene una nieta de su hija mayor de 7 años a la que ve menos de lo que quisiera porque vive en Madrid. Suele salir poco porque dice que en su casa tiene lo suficiente para ser medianamente feliz. Sale cuando lo llaman para que dé una conferencia va o cuando un amigo le requiere para que le presente un libro, como es mi caso. Le gusta ir a la tertulia de El Salvador, donde coincidimos, y a las reuniones del Instituto Patafísico de Granada, donde también coincidimos, y donde él es regente de la Cátedra de Ontogenesocracia, secretario del Departamento de Pensiles, Instantáneas y Alineaciones Balompédicas Pertinentes y providatario de la Didáctica del Cinquillo. Ahí es ná. Ese es Andrés Sopeña.
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