El parqué
Caídas ligeras
Pasado con presente incluido
Granada/Mirándola desde el ángulo adecuado se le nota alrededor del cuerpo un halo de soledad antigua. La poesía le suele servir para pensar en todo lo que le pasa en la vida, para atrapar aquellos instantes que cuan estrellas fugaces pasan insistentemente por su lado. Piensa que el camino nunca va derecho, sino que tiene muchos recovecos con los que no cuentas cuando recorres el sendero establecido.
Insegura, tímida y siempre humilde, es de esas personas a las que cuesta arrancarle un 'sí' instantáneo para una entrevista. Es más, es de las que acude al encuentro con el periodista deseando que a éste se le haya olvidado la cita. Su discreción permanente y su cierto gusto a pasar desapercibida le hace quedar en segundo plano, para, desde allí, en sigiloso decoro, observar mejor todo lo que les ocurre a los que están por delante.
Ha sido profesora en el Centro de Lenguas Modernas, es miembro de la Academia de Buenas Letras, ha escrito columnas de opinión en este periódico que usted tiene en sus manos y es hija predilecta de Rute. También tiene en su haber el Premio Mariana Pineda, una mujer a la que admiraba la poeta. Ahora, en ese curioso ciclo justiciero que tiene la vida, está siendo reconocida su obra, pues hace tres años le dieron dos galardones literarios de los que engordan mucho el curriculum de un poeta: el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nacional de Poesía.
Desde entonces no para porque la llaman de todas partes para que intervenga en lecturas de poemas, en presentaciones de libros o en encuentros literarios. Y como no sabe decir que no, su vida ha entrado en un bucle lleno de tareas del que no sabe salir. "Tengo que aprender a decir que no puedo", me dice.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos al chino, y hasta los cantantes les ponen letras a sus canciones. "¿Quieres saber una anécdota graciosa? Un día me llamó el cantante Daniel López para pedirme permiso para musicar un poema mío llamado Ella vino a quedarse. Yo le dije que sí y en la conversación me di cuenta de que tenía una idea equivocada de mí. Al leer mi poema se creyó que 'ella' era una persona y que yo era lesbiana. Le dije que 'ella' se refería a la soledad. Entonces modificó la letra y al final de la canción se dice: ¡Soledaaaad!".
Como tan requetebién cuenta Ángeles de manera poética en su libro Ficciones para una autobiografía, tiene pocas cosas que guardar, realmente salvables, en los viejos rincones -también de la memoria- donde esconde los posos secretos de su vida. Destinadas a perderse, como ella se diluye en el aire.
Pero el periodista sí ha acudido a la cita, que es en la cafetería del Hotel Saray. La tarde de septiembre se incluye en el llamado veranillo de San Miguel: ese calor que aún se resiste a ir. Ángeles pide un té verde. ¿O fue negro? Allí me cuenta que llegó muy tarde al año que se iba y que el que venía la encontró dormida.
-Yo nací en Rute pero mis padres eran canarios. La historia de cómo se conocieron mis padres es curiosa. Él era médico que había trabajado como tal en un transatlántico. Hasta que se hartó porque él lo que quería era ejercer la medicina de verdad. Un día, al tomar tierra en San Sebastián de la Gomera, vio un anuncio en una puerta que decía que se necesitaba ayudante médico. Lo había puesto el padre de mi madre, que era médico también. Se puso a trabajar con mi abuelo y al final se casó con su hija. Allí tuvieron tres hijos. Los dos restantes nacimos en Rute, donde se trasladó toda la familia. Recuerdo que mi madre me contaba que cuando vinieron era invierno y lo pasaron muy mal porque hacía mucho frío. Fue aquí donde mi madre conoció lo que era un brasero y lo que eran los sabañones. Jajajaja.
La risa de Ángeles está envuelta en una amabilidad minuciosa y asustadiza. Ríe casi en silencio y solo se sabe de su alegría por el rictus jubiloso de su rostro. Las gafas quizás aumenten su mirada luminosa y retraída. Viene a mi con un desaliño de pelo premeditado, su rebeca blanca y un foulard azul que alegra su figura. Cuando habla lo hace con un tono de voz un poco por debajo de lo normal y no deja quietas las manos, que bien las utiliza para afirmar sus palabras o bien para ponerlas en el mentón cuando quiere rememorar algo.
Ángeles recuerda la infancia, esa que dura más que una vida, que diría Ana María Matute, sin demasiados sobresaltos. Jugando en la calle y aprendiendo a vivir. En un territorio en el que se instruía en la libertad. Dice que allí, en la calle, estaba todo lo bueno y todo lo malo y recuerda que una tarde estuvo a punto de morir ahogada en una alberca de alpechín: "Caí de espaldas y mis manos pudieron agarrarse al borde. Si caigo de frente me hubiera hundido sin remedio".
Era una época en que los ángeles de la guarda trabajaban a destajo porque no había niño que no pasara por algún peligro. Allí, en Rute, vivió en la calle Granada, lo que podría haber sido una premonición del lugar al que le llevaría su vida años más tarde. En su pueblo de nacimiento hizo el bachiller y se matriculó por libre en Magisterio. Ejerció de maestra un año en una escuela en la que el recreo era en la plaza del pueblo donde se sentaban los jubilados. "Fue un año precioso, muy simpático", recuerda.
Por entonces ya había sido tentada para la escritura y empieza a garabatear sus primeros poemas en su habitación, cuyas ventanas dan al campo y en donde se permite ponerle voz a sus sentimientos y sus sensaciones. Sin duda, escarbando en ese desván de su memoria, encuentra en Rute las primeras palabras que nunca pronunciaría, listas para caer justo al otro lado del silencio.
-En Rute había muchas fábricas de mantecados y de anís. Recuerdo el olor a matalahúva que inundaba el pueblo porque se ponía a secar en las aceras de las casas. Es un olor que llevo siempre en mi memoria. También influyó tal vez en mi destino como poeta el que en Rute estuviera viviendo una temporada, en casa de una hermana, Rafael Alberti. Allí escribió El alba del alhelí, un libro muy ruteño, y allí escribió parte de Marinero en tierra, según cuenta él mismo en La arboleda perdida. Yo me leía todo lo que escribía. Y lo que son las cosas, luego lo conocí personalmente y hablamos en varias ocasiones, sobre todo a raíz de ganar el premio de poesía que lleva su nombre.
En el verano de 1971 Ángeles deja su trabajo de maestra porque se casa y a su marido lo destinan a Barcelona. Allí se matricula en Filología Hispánica, estudios que deja cuando nace su primer hijo. Trasladan a su marido a Madrid y en la capital de España le nacerán otros dos hijos. Fueron diez años que ella llama de 'vida oculta' porque solo, y no es poco, se dedicó a criar a sus hijos.
Es en 1979 cuando llega a Granada. Sus hijos son ya mayores y decide matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras y seguir por ese camino que ya había dejado en dos ocasiones. Su matrimonio empieza a ser un trampantojo de la felicidad y la buena convivencia conyugal. Simplemente se va el amor, ese amor que encuentra de nuevo en un profesor de la Facultad que todas las primaveras se ponía gongorino solo para ella.
-Yo ya conocía a Juan Carlos Rodríguez como profesor, pero lo conocí personalmente en el pub La Tertulia, donde iba él con muchos alumnos a hablar de literatura. En ese momento comenzó una relación que ha durado más de 30 años. ¿Qué decir de él? Pues que ha sido clave en mi vida. Después de divorciarme de mi primer marido comencé mi vida con Juan Carlos. Mis hijos lo aceptaron muy bien y lo querían mucho porque se ponía a su altura y se dirigía a ellos con cariño y siempre intentando enseñarles algo.
Juan Carlos Rodríguez no solamente fue clave en la vida de Ángeles Mora, sino en la de algunos poetas jóvenes que asistían a sus clases. Fue en el seno de esa convivencia pedagógica donde nacería el movimiento llamado La Otra Sentimentalidad, donde se defendía la utilidad social de la creación literaria, el alejamiento del yo poético y el concepto funcionalista de la poesía.
-Yo ya escribía poemas y empecé a relacionarme con alumnos de Juan Carlos como Luis García Montero, Javier y Egea y Álvaro Salvador, los que yo llamo con cariño Los tres mosqueteros. Un día le di a leer el borrador de mi libro La canción del olvido a Álvaro Salvador y me dijo que yo hacía una poesía muy parecida a la de ellos. Desde entonces todos los estudiosos me etiquetaron en ese movimiento. Pero si te digo la verdad, nunca me ha gustado que me encasillen, no soy partidaria de escuelas literarias y no quiero entrar en esas luchas. Luego me circunscribieron en lo que se llamó la Poesía de la Experiencia... ¿Pero qué poesía no nace de la experiencia? En fin, que a veces, es difícil escaparte de una etiqueta y aunque tu no quieras siempre hay alguien que está dispuesto a hacerlo.
Eso sí, desde su poesía estaba preparada para romper la dicotomía burguesa de razón y sensibilidad, lo público y lo privado. Para ella no es de recibo que la razón y lo público se la atribuya a los hombres y la sensibilidad y lo privado a las mujeres. Esa sí era su lucha. La mujer no es el sujeto pasivo del amor, también es el sujeto activo. Y así empieza a moldearse una poeta que piensa que la poesía no es que imite a la vida, sino que tiene su propia vida. Sería Javier Egea el que la convencería para ponerle el título a su primer libro de poemas: Pensando que el camino iba derecho. Desde entonces su producción literaria se cosecha como los buenos vinos: un tiempo en la barrica de la propia existencia para que salga bueno. Una poeta de dicción fina y elaboración lenta, que diría sobre ella Antonio de Villena.
Gana premios (el Alberti y el Ciudad de Melilla) y empieza a crecer en el panorama poético español. Su escritura es nómada, como diría Juan Carlos Rodríguez, con gran variedad de registros en la que el amor, el cuerpo y el deseo aparecen inmersos en lo cotidiano. Desde entonces no hay antología que se precie que no recoja sus poemas ni investigación poética que no incluya sus poemarios. Y así hasta ganar el Premio Nacional de la Crítica y el Premio Nacional de Poesía, que cree "un milagro" el que se los hayan dado.
-Yo iba con Juan Carlos porque iba a dar una conferencia en la Feria del Libro de Granada cuando me llamaron. Creí que la llamada era de los organizadores de la Feria porque llegábamos tarde. Así que contesté y antes de que hablaran dije que no se preocuparan, que ya estábamos en camino. Pero era el presidente del jurado del Premio de la Crítica para comunicarme que me habían concedido ese galardón. Juan Carlos se puso muy contento e incluso habló de ello en su conferencia. El Premio Nacional de Poesía me lo comunicaron a los pocos días de su muerte. Ese día me hinché de llorar.
Ángeles Mora, me cuenta, en ese tono de confidencia que ofrece la caída de la tarde septembrina, que tiene tres nietos que a veces le reprochan que esté siempre en la calle, que tiene una hija cantante y que vive a menos de cien metros de otro Premio Nacional de Poesía: Rafael Guillén.
-Cuando era jovencita me sabía de memoria el poema Pronuncio amor. Ese que dice: "Vengo de no saber de dónde vengo/para decir amor, sencillamente. /Para pensar amor, sobre la frente/sostengo qué sé yo lo que sostengo. ¿Quién me iba a decir a mí que íbamos a acabar de vecinos?
Antes de despedirnos Ángeles me regala un ejemplar del libro Ficciones para una autobiografía, que tantas satisfacciones le ha dado en su carrera literaria. Y en la firma pone: "Para Andrés Cárdenas, por esta tarde preciosa de charla y por su trabajo continuo de escritor y periodista. Con un abrazo, la verdad de estas ficciones. Tu amiga: Ángeles Mora". Y yo le prometo que será un libro que pondré en un lugar especial de la estantería de mi alma. Puestos a ser poetas...
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