Antonio Campos, el hombre y la palabra
Pasado con presente incluido
Ha sido decano de la Facultad de Medicina, director del Instituto Carlos III y ocupa el sillón que tenía Ramón y Cajal en la Real Academia de Medicina de España
Dirige un equipo de ingeniería tisular que fabrica córneas y piel artificial
Gran aficionado a la poesía, entre sus autores de referencia están Miguel Torga y Gioconda Belli
Este hombre, inquieto de mente y de cuerpo, tiene un claro excedente de vitalidad. Se desplaza con paso largo, vagamente patoso, con deje de fraile exclaustrado que no ha perdido del todo su compostura monástica. Amable y pedagógico, con su punto justo de timidez, es de los que se olvidan de él en un acto protocolario y no dice ni pío. Ameno conversador, en la ordenación de sus mensajes siempre se advierte una definida capacidad poética, quizás una vocación literaria oculta y olvidada, que él cultiva con un fresco buen humor solo comparable con su habilidad conversadora. De amplia cultura y conocimientos, es de las personas que más saben en España de tejidos y células humanas. Fue Premio Nacional Fin de Carrera y el catedrático en Medicina más joven de España, ya que consiguió la cátedra a los 29 años. Desde entonces vive en Granada, donde tiene muchos pupilos y amigos, algo de lo que realmente se siente orgulloso porque piensa que está en esta sociedad para servirla y nunca para aprovecharse de ella. Se llama Antonio Campos Muñoz, un humanista con una infancia de pintura y teatro allá en la isla de San Fernando, donde tuvo su primera cuna y donde aprendió de sus antepasados el valor de la justicia y de la palabra: abuelas que le contaban historias al calor de la lumbre. Pasado el tiempo da la sensación de estar al margen de imágenes definitivas y de ser más persona que personaje. Hace poco le dieron un importante premio por su contribución a la Educación Médica en España y en Iberoamérica, tanto en su ámbito disciplinario, la histología y la ingeniería tisular, como por su contribución en todo lo que ha sido y sigue siendo: presidente de la Conferencia de Decanos de Medicina de España, presidente de la Asociación Europea de Facultades de Medicina, director del Instituto de Salud Carlos III, miembro de la Real Academia Española de Medicina, presidente de la Real Academia de Medicina de Andalucía Oriental, doctor honoris causa por la Universidad de Aveiro... Entre sus aportaciones de las que se siente orgulloso está la creación del Plan Cajal de movilidad entre los estudiantes de Medicina, de donde salió el Plan Sicue-Séneca y la vinculación de las facultades españolas y europeas al proceso de formación médica continuada. También está inmerso en la creación del diccionario de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina, donde ocupa el sillón número 38, el que tuvo su admirado Ramón y Cajal. Ha sido presidente del Consejo Social de Granada y es autor de más de un centenar de artículos científicos sobre histología, inmunología y células madre, así como de otros libros y ensayos, tanto de contenido médico, como histórico, social y literario. En los últimos treinta años, Campos ha sido el impulsor en la investigación y la docencia de la ingeniería tisular en España. Su grupo creó la primera córnea artificial y un nuevo modelo de piel que ya se están aplicando. “Hay que estar a la altura del tiempo en el que se vive”, es su lema.
Infancia en San Fernando
Nuestra cita es en un salón del Colegio de Médicos donde él ha ido antes de asistir a una reunión. Espero con impaciencia la llegada de Antonio Campos porque sé que con él siempre hay un buen rato de charla. Locuaz y simpático, dice justo lo que le interesa decir bajo el uniforme torrente de sus palabras. Compartió infancia con Camarón de la Isla y como el filósofo Soren Kierkegaard piensa que los primeros años de vida y la adolescencia, al carecer de pasado, hacen prácticamente imposible entender la existencia a esas edades. Antonio Campos, hijo de un médico de la Marina y de una mujer de mucho carácter, nació en 1951 en San Fernando.
–Mi infancia transcurrió en un mundo que gran parte ha desaparecido ya. Un mundo en lebrillos, azoteas y abuelas que me contaban cuentos. El vínculo al recuerdo de mis abuelas es algo trascendental en mi vida. Mi abuela Jerónima me contó una historia que no he olvidado nunca. Según su padre, mi bisabuelo, un campesino casi analfabeto de Medina Sidonia, el mundo será justo, cuando “uno pueda dejar un saco de grano en la puerta de su casa y no se lo lleve nadie”. Dejar un saco de grano en la puerta significaba para él, me decía mi abuela, haber podido saciar el hambre después de la cosecha y, que nadie se lo llevase, que había trabajo para todos y que todos tenían su propio saco de grano. Esta historia ha sido siempre para mí la más hermosa metáfora de la justicia social y ha marcado siempre mi pensamiento en este ámbito.
Antonio Campos recuerda su paso por la escuela de La Salle y que, junto a su hermano, siempre estaba estudiando ya que su madre decía que ni en verano se puede dejar de estudiar “porque el cerebro se oxida”. En cuanto a su padre, fue para él un ejemplo a seguir.
–A mí padre, que fue un modelo de ética civil, austero y ajeno a cualquier tipo de lujo, comencé a valorarlo en la adolescencia. Era respetuoso con la autoridad, pero no servil. Era médico de la armada y tuvo algunos desacuerdos con varios superiores en el desarrollo de su actividad. De él aprendí, entre otras muchas cosas, el valor de la discrepancia respetuosa en tiempos no fáciles. Por eso creo que nunca he tenido miedo a discrepar del poder cuando lo he considerado necesario. Mis padres procuraron, en el San Fernando de entonces, que mi hermano y yo pudiésemos desarrollar nuestras posibles capacidades: mi hermano en la música y yo en la pintura.
De su paso por el Instituto recuerda la influencia del director Alberto Agudo, que había sido alumno de Antonio Machado en Segovia y le inculcó para siempre el amor a la figura y la obra del poeta. También le inculcó el amor por los libros.
–Tengo muy viva la impresión que me produjo la primera biblioteca que conocí, la de los hermanos de La Salle, con todos sus libros muy bien forrados y con un bien organizado servicio de préstamos. Tengo también un buen recuerdo de las sesiones de teatro en que participábamos en el mismo colegio y que tanto me ayudaron a perder la timidez a hablar en público. A ello me ayudó mucho también el haber sido, con doce o trece años, monaguillo de la Iglesia Mayor, que estaba enfrente de mi casa, y como consecuencia de ello lector, cuando las misas empezaron a utilizar el español en vez del latín. Desde el atril y desde mis doce años, tenía que decir enérgicamente: de pie, y toda una muchedumbre se ponía de pie; de rodillas, y todo el mundo se ponía de rodillas. ¡Qué poder tenía la palabra!
Carrera de Medicina
Le llega la hora de elegir una carrera y se decide por la Medicina. Me cuenta que su padre no se lo aconsejó porque le dijo que si elegía esa profesión nunca tendría vacaciones al ser era una actividad muy sacrificada. Aun así, estudia la carrera en la Facultad de Cádiz, donde por entonces se enseña la Medicina moderna al estar allí el Real Colegio de Cirugía de la Armada. La especialidad que elige es la Histología porque conoce a un hombre con una extraordinaria cultura y una personalidad arrolladora: José Gómez Sánchez.
–Me dejó libros y me estimuló mucho. Un día me preguntó si yo quería ser catedrático. No me atrevía a decir que ‘sí’ para que no pensara que era un arrogante. Ni decir que ‘no’ para que no creyera que no me importaba. Así que le dije que quería llegar al máximo que mi capacidad intelectual me permitiera. Esa respuesta le gustó. Salí de profesor adjunto y al poco tiempo saqué la cátedra de Oviedo. Allí estuve dos años. Una época muy feliz en mi vida y donde también estuve muy implicado en el ambiente cultural de aquella ciudad. Por entonces todavía estaba soltero. Luego saqué la cátedra de Granada.
De su primer día en Granada recuerda la anécdota de la noche de su llegada, que fue al hotel Cóndor, donde había reservado una habitación, y le dijeron que no había habitaciones libres. Gracias a amigo, Alberto Ramos, pudo pernoctar en el Colegio Isabel la Católica. Le gustó la estancia en los colegios mayores y se quedó en el de San Jerónimo.
–En Granada me encontré una cátedra despoblada. Pero yo siempre digo que el mundo cambia si tu cambias lo que te rodea. Mis primeros esfuerzos estuvieron dedicados a darle forma y contenido a la cátedra. Me ayudó mucho Enrique Villanueva e incluso me fui a Madrid a la Dirección General de Equipamientos a reclamar un buen departamento. Al poco tiempo me llamó Antonio Gallego Morell, por entonces rector de la Universidad de Granada, para que fuera director del Carmen de la Victoria, que por entonces era Colegio Mayor. Le sugerí algunos cambios, como el que algunas habitaciones se arreglaran para que sirvieran de estancia a profesores visitantes. Fue una época muy emocionante para mí porque conocí a personas muy importantes, Willy Brandt, Torrente Ballester, Ángel González, Aurora Egido, Mario Bunge, Eva Klein… Muchas personalidades que pasaron por el colegio y con las que yo me codeé. Aquella experiencia me hizo escribir el libro El jardín y la palabra que, de alguna forma, relato mis encuentros con aquellas personalidades que por allí pasaban.
Como director del carmen de la Victoria está cuatro años, hasta que lo llama Vicente Pedraza para que colabore con él en el decanato de la Facultad de Medicina. Es nombrado vicedecano y pone en marcha el Aula de Literatura en el centro. Después sería el decano de la Facultad.
–Recuerdo que en aquella etapa mi verdadera preocupación era que no despareciera la Histología como tal. Pretendían que la materia fuera partida en Biología Celular y Ciencias Morfológicas, pero yo luché mucho para que no cambiara la materia en la que habíamos tenido un premio nobel como Santiago Ramón y Cajal. Y como decano una de las cosas por las que me siento orgulloso es de la incorporación del Virgen de las Nieves como hospital universitario. La Medicina hay que enseñarla adaptada a los tiempos. Luego también intenté que tuviera presencia en la Facultad la cultura, por eso allí se celebraron conciertos, exposiciones, conferencias…
En el Carlos III
Antonio Campos fue una figura clave a la hora de incrementar la presencia de la Facultad de la que era decano en el ámbito universitario español. Lo nombran presidente de la Conferencia de Decanos de Facultades de Medicina de España y consigue que se celebre en Granada la primera asamblea de todas las facultades de Europa. Hasta que lo nombran director del Instituto de Salud Carlos III.
–Tuve ciertas dudas a la hora de aceptar este puesto, pero mi mujer me animó. Fueron cuatro años de mucho trajín. De lunes a viernes tenía que ir a Madrid y muchas veces desde allí viajar a muchas ciudades europeas. Pero también fue una etapa muy productiva. Se creó el departamento de Metodología Docente en la Escuela Sanidad, se pusieron en marcha los institutos biosanitarios y las redes temáticas de investigación cooperativa.
Con Antonio Campos ha dado un paso importante la ingeniera tisular. Hasta hace poco, me cuenta, se conocían los tejidos para diagnosticar, pero a partir de ahora se fabrican para curar. Así, se hacen córneas y vasos artificiales y piel artificial para los quemados, entre otras cosas.
Y como Antonio es un hombre que todavía no ha aprendido a decir que no, cuando lo llama el alcalde José Torres Hurtado para presidir el Consejo Social de Granada, dice que sí. Solo está dos años, pero le da tiempo para elaborar un plan estratégico para Granada que es aprobado por unanimidad.
En el último tramo de la charla me habla de su vida cotidiana; de su mujer, Mari Carmen Sánchez Quevedo, licenciada en Ciencias Químicas y Farmacia y que dejó su trabajo en la Empresa Nacional Bazán en San Fernando para venirse con él a Granada; de sus dos hijos, de su casi obsesión porque se ponga en marcha en la ciudad un museo sobre la Medicina y de su gran afición a la poesía. Me cuenta que entre sus autores de referencia están Walt Whitman, Miguel Torga, los hermanos Machado, Gioconda Belli y Juan Antonio González Iglesias. Con todos estos espartos ha construido el cesto de su vida. “Yo siempre he tratado de vivir la vida con entusiasmo, creyendo en lo que hago, con vocación social y con conciencia histórica. Eso me ha permitido ser un hombre satisfecho consigo mismo”, dice como conclusión.
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