La ciudad y los días
Carlos Colón
El avestruz y los tres monos sabios
Aunque la ocupación del territorio y el origen de este tipo de construcción sea anterior al periodo musulmán, la configuración actual de la mayoría de los pueblos alpujarreños se debe a esta etapa cuando el aumento de población fue más significativo, siendo el pueblo beréber quien viene a conformar la tipología de sus viviendas, lo que parece corroborar la similitud con algunos poblados norteafricanos. No obstante, serán los nuevos pobladores cristianos, tras la expulsión de los moriscos, los que rematen su imagen finalmente.
La adaptación a un relieve montañoso, en ocasiones abrupto, con dificultad de acceso a otros valles, dio origen en la comarca alpujarreña a la formación de pequeños núcleos urbanos relativamente próximos entre sí, orientados a la autosatisfacción de sus necesidades, con escasas demandas exteriores.
En este contexto se entiende que la arquitectura de la Alpujarra responda a una relación estrecha con el medio natural en el que se sitúa y en esto influye, decisivamente, la elección y disponibilidad de los materiales constructivos, obtenidos directamente del entorno más próximo, prácticamente al alcance de la mano, o de la carga en animales de tiro. En esto la naturaleza fue generosa con la zona ya que ha proporcionado la madera y la piedra necesarias para el desarrollo de un tipo de arquitectura genuino, singular, que se ha demostrado muy eficaz desde el punto de vista bioclimático pero a la vez de gran belleza y perfecta integración en el paisaje.
La contribución de esta arquitectura serrana al paisaje es uno de los principales motivos de la apuesta para que la Unesco incorpore a la comarca en la Lista de Patrimonio Mundial. La candidatura a este selectivo club no puede concebirse sin la especial relación existente entre el patrimonio natural y el patrimonio cultural, en esta simbiosis que da lugar a un paisaje ecocultural único y que ha hecho del equilibrio entre el aprovechamiento y la conservación de los recursos naturales un acabado ejemplo de eso que ahora llamamos sostenibilidad.
En la Alpujarrra la casa popular se convierte en una parte más del paisaje natural. Los materiales con los que se construye, las formas cúbicas, los terraos cubiertos de launa y los huertos interiores se desparraman por los barrancos como mantos blancos pintados en la montaña. En sentido inverso, ese paisaje natural, desde la escena urbana de los pueblos, se convierte en un fondo escénico de incalculable belleza que desde las cimas (buena parte del año cubiertas de nieve), hasta las vegas bajas, muestra un mosaico integrado de imágenes de diferentes texturas y colores que se puede disfrutar desde múltiples ángulos, esquinas y encuadres.
El elemento constructivo base de la casa alpujarreña es la piedra disponible en la zona, utilizada para los gruesos muros, reservando las lajas de pizarra para su uso en suelos y aleros. Estas rocas locales presentan una notable ventaja al permitir su división en piezas de distintos tamaños, ofreciendo una gran flexibilidad estructural para resolver problemas de geometría y acabados. Además de ser empleadas para la arquitectura residencial, han servido para la construcción de eras, albercas, puentes, balates, apriscos… y en las tradicionales acequias de careo.
El otro material constructivo básico es la madera, preferentemente de castaño, antiguamente mucho más abundante, y cuyas propiedades la hacen especialmente útil para la construcción de vigas, forjados e incluso para la carpintería de exteriores. Se trata de una madera fácil de trabajar, dura y estable, si el proceso de curado ha sido lento, y de un envejecimiento pausado aún en condiciones adversas. Pero también se utiliza la madera de roble, nogal, álamo o pino.
Las viviendas frecuentemente se disponen orientadas al sol con el objeto de mitigar los largos y fríos inviernos. La disposición de las habitaciones es similar a la de otras zonas montañosas.
El acceso principal suele ser a través de un zaguán del que parte la escalera de acceso a la planta superior. Dependiendo del tamaño y disposición de la parcela, la planta baja puede estar destinada a la estabulación de animales y/o al almacenamiento de aperos y productos agrícolas. En la primera planta se desarrolla la vida cotidiana e incluye una cocina-salón-comedor en la que se sitúa la chimenea. Por encima se sitúa el típico terrao plano.
El encalado típico actual de los pueblos alpujarreños parece que fue introducido en época relativamente reciente. Quizás anteriormente no estuviera disponible o por motivos defensivos las casas no se enlucieran. Razones tanto higiénicas como decorativas hicieron que con posterioridad se utilizara la cal en las paredes de las casas, convirtiéndose tanto el saneamiento y renovación de los terraos como el encalado de las fachadas en una tarea periódica que se hacía coincidir con la celebración de determinadas fiestas.
Uno de los elementos dominantes del paisaje de los pueblos alpujarreños son las chimeneas que emergen desde los planos terraos, lo que le ha hecho convertirse en icono simbólico de la arquitectura alpujarreña. Sus formas y tipos son variados resaltando la de forma troncocónica rematada con un sombrero constituido por una laja y una castigadera encima. También las hay de sección cuadrada, con o sin coronar por una laja, con y sin castigadera, de sección constante o variable reduciéndose en altura. Su tamaño oscila entre los 75 centímetros y el metro y medio, la altura suficiente para un correcto funcionamiento.
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