Cien años sin Salmerón
Se cumple el centenario de la muerte del presidente de la I República Española, Nicolás Salmerón. Un demócrata honrado que dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte

Habiendo nacido al sur de la Sierra de Gádor, en el bonito pueblo alpujarreño de Alhama de Almería, casi era obligado llamarse Nicolás, ya que es este santo, al que se dice de Bari aunque nació en Licia (Turquía), el patrón de la villa. En Alhama tiene Don Nicolás dedicada una plaza y, en la propia Almería, un bonito parque y un afamado instituto con más de 150 años de vida llevan también el nombre de Nicolás Salmerón.
Resulta curioso que su pueblo natal pasara a llamarse durante la II República de Alhama la Seca a Alhama de Salmerón, como homenaje de los 'segundos' republicanos a este hijo de la villa. Naturalmente, en 1941 se volvió a la denominación de Alhama de Almería.
No habiendo entonces Universidad en la vecina ciudad, era lógico que el joven Nicolás, siendo el hijo del médico del pueblo, realizara estudios en la ciudad de Granada. Vivió primero en la Placeta de Tovar junto al Corral del Carbón, y luego en la calle del Águila, en la pensión de Manuel Zamora, desde donde iba a la Facultad de Jurisprudencia (Derecho) y Filosofía y Letras hasta que en 1856 se traslada a Madrid.
Dicen que ya su padre, liberal convencido, había participado en aquel intento de pronunciamiento llamado de los Coloraos; tuvo que huir de la represión de Fernando VII desde Torrejón de Ardoz hasta Alhama la Seca nada menos. Con este ambiente familiar y con los compañeros de estudios que se buscó en Granada, Francisco Giner de los Ríos y Julián Sanz del Río, no era extraño el acercamiento de Nicolás a las tesis krausistas, su afinidad a los postulados republicanos y su vinculación a la Institución Libre de Enseñanza. Después de una serie de peripecias políticas acabó preso en las cárceles de Isabel II, pero con la llegada de la República llegó a ser presidente, aunque sólo fuera en los meses del verano de aquel lejano año 1873.
SENTENCIAS DE MUERTE
Dicen que dimitió enseguida por no firmar unas sentencias de muerte y ya como ministro de Justicia con el presidente Figueras había abolido la pena capital. Tal vez sean éstas las mejores enseñanzas que nos dejara, a pesar de haber sido catedrático de Metafísica con dudosas cualidades para la educación pero con magníficas dotes de orador. Resultan curiosamente frecuentes los casos de hábiles políticos que nacen de mediocres profesores y estupendos maestros que arruinan sus virtudes docentes abandonando la tiza para meterse a políticos de tres al cuarto. Así luego pasa lo que pasa.
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