Ciencia y burocracia: ¿enemigos íntimos?

Desde los primeros años de estudios universitarios circula ya una enfermedad de transmisión mental que se denomina 'curriculitis'

Ciencia y burocracia: ¿enemigos íntimos?
Ciencia y burocracia: ¿enemigos íntimos?
Francisco Javier Perales Palacios

05 de noviembre 2013 - 01:00

Nadie dudaría de que vivimos una época de zozobra política, económica, ecológica y moral, ya no sé en qué orden de prioridad. A pesar de algunos signos macroeconómicos que parecen indicar un "cambio de ciclo" (por favor, no más "brotes verdes"), también estaremos de acuerdo en que esta crisis no se despacha -o no debiera hacerlo- presentando ciertas cifras que a los ciudadanos de a pie nos pueden sonar a chufla. De esta marea roja que nos tiene a su merced desde hace ya varios años, la Ciencia española no se ha librado y, me parece, que tampoco lo hará en el futuro más inmediato. De hecho, son diversas las manifestaciones de protesta que se han sucedido durante los últimos tiempos por parte de los científicos ante el recorte presupuestario sufrido y otras lindeces.

No obstante, como ciudadano que de buen científico solo me queda, creo, que el escepticismo, me extraña sentirme tan solo en otras reivindicaciones. Me estoy refiriendo esencialmente a la losa burocrática que nos aplasta en el día a día y, como puede suponerse, a su repercusión en la productividad que se nos presupone como buenos servidores públicos.

Resulta paradójico que en una época en que los avances en las tecnologías de la información y la comunicación resultan tan fascinantes que nos permiten acceder en tiempo real a una operación quirúrgica, a la visión detallada del techo de nuestra casa, a descargarnos el último número de la revista Science o a diseñarnos unas vacaciones a la carta, la máquina burocrática se reproduzca incesantemente como las cabezas de la mitológica "Hidra de Lerna" tras serles amputadas.

Lo más curioso del caso es que si consiguiéramos alguna vez ganarle el pulso y comenzar a verla menguar, encima hasta ahorraríamos en coste económico y tiempo para rendir como se espera de nosotros. Ya sé que este es un mal que aqueja a toda la administración pública y a su macroestructura, aunque siempre podemos explicarlo como que ello ha permitido construir los nidos de muchos enchufados del partido político de turno. Pero a la Universidad se le supone que, en el ejercicio de su autonomía y profesionalidad, no participa en ese estado de cosas y es capaz de gestionar eficazmente sus actuales y escasos recursos.

Les pondré algunos ejemplos de a lo que dedicamos nuestro tiempo los profesores universitarios para que ustedes juzguen por sí mismos.

Desde los primeros años de estudios universitarios circula ya por las aulas una enfermedad de transmisión mental que se denomina "curriculitis" y a la que se exponen de forma voluntaria muchos de los alumnos que comienzan a plantearse algo en serio su futuro laboral. Cuando uno después aspira a -y consigue- una plaza de profesor universitario, los síntomas explosionan de forma incontrolada y conducen directamente a la caza y captura de certificados, artículos, comunicaciones a congresos, cargos académicos… que le permitan engrosar el dossier curricular. Incluso hay excelsos profesores que incluyen en algunos de estos papelitos a sus vástagos para ayudarles a abrirse camino en esta intrincada selva (la familia primero). Pero quizás lo que resulte más sangrante de este proceso es que cuando uno ha de acudir a las múltiples convocatorias públicas donde se ha de presentar el curriculum (acreditaciones, proyectos de investigación, solicitud de ayudas…), cada una de las administraciones convocantes exija un formato diferente, lo que obliga al solicitante a malgastar su tiempo en el "corta y pega" correspondiente. Excepto Hacienda (ya saben lo que decía el lema, "somos todos") y, no sé, si la Policía, el formato único para nuestros méritos (o deméritos) no es posible en nuestro querido país llamado España, precisamente cuando desde el punto de vista informático es perfectamente factible. El premio gordo se lo lleva la ANECA (Agencia Española de Calidad y Acreditación), que es la responsable de la acreditación del profesorado universitario. Superar el reto de encajar todos los documentos en su aplicación informática es todo un hito para el que lo consigue y lo lleva a buen término.

En términos internos a la Universidad tampoco nos libramos de estas demandas. Los requisitos burocráticos atenazan a facultades, departamentos, estudios de grado, másteres, doctorados… exigiendo más puestos de Personal de Administración y Servicios, de cargos académicos (vicerrectores, directores de secretariado, decanos, vicedecanos, secretarios, directores y secretarios de departamentos, coordinadores de másteres y de doctorados…) que viven, como diría nuestra Santa Teresa universal, "sin vivir en mí". A ello hay que añadir la multiplicidad de comisiones (estas sin remuneración económica): permanentes de gobierno, de infraestructuras, de investigación, de docencia, académicas… Si uno repasa los "estados de la materia" que nos enseñaran en la educación obligatoria, siempre olvida el "estado de reunión". Cuando se llevaba la "mili" en España aprendí de forma vivencial lo que era el "Principio de Conservación de la Energía", el Teniente abroncaba al Brigada, éste al Sargento 1º, y así sucesivamente; las malas pulgas nunca se acababan sino que desembocaban inexorablemente en los soldados rasos. Algo similar nos ocurre a los profesores "rasos", alguien inventa un trámite más y siempre acaba en nuestras espaldas.

En una espiral sin fin alimentamos a la Hidra para que nos devore. Uno, en ese escepticismo al que me refería con anterioridad, ya le pide pocas cosas a los políticos y gestores (y a la vida), pero ¡por favor!, que haya algún valiente que se comprometa (y cumpla) la reducción de la carga burocrática, que aligere los pilares de la Universidad en esta época de tribulación y nos permita dedicarnos a lo que debiera ser prioritario para nuestro puesto de trabajo: la enseñanza y la investigación; y después que nos pidan cuentas. En este caso a ese valiente estoy hasta dispuesto a votarlo.

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