Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
DICE la historia no exenta de leyenda y mentidero granaíno que la procedencia del llamado 'Coño de la Bernarda' se sitúa en el lugar llamado de Artefa, villa cercana a Trevélez. Al parecer una mujer, de nombre Bernarda, de la que se decía que era hija natural del rey musulmán Aben Humeya, y nacida en torno a mediados del siglo XVI en Artefa era una reconocida santera; a caballo entre ambas religiones, en unos tiempos difíciles, recorría las calles de aquella aldea armada con sus tablillas de oraciones, mezcla de versículos coránicos y cristianos. Era la sacristana de la ermita en la que los artefaños guardaban y veneraban la imagen del Señor del Zapato. Aunque la fama le venía de santera, ya que lo mismo enderezaba la pata torcida de un cordero, como remediaba las más diversas dolencias, como dirigía los rezos en ausencia del cura por lo que era mujer conocida y querida entre sus vecinos.
Una noche la mujer fue sorprendida por unos toques en la puerta de la ermita que solía habitar, de manera más concreta en una pequeña dependencia aneja. Asustada abrió la puerta y vio que, embozado en su capa, no sabiendo muy bien si por el frío, o por salvaguardar su intimidad, se encontraba Don Aurelio del Alto Otero, a la sazón segundo Conde de Artefa, que venía, pese a lo alto de la madrugada, a solicitar su consejo, ya que, según él, había tenido un sueño que le tenía profundamente alterado: ''Tuvo una visión en la que vide los graneros de Artefa todos vacíos, y secos, con homnes e mulleres famélicos, que ploraban lagrimas a sus puertas y nadie podía façer nada… de repente, en medio de todos eles, aparecíase el Conde mesmo, lamentándose por la suerte de las gentes de su pueblo, y sin poder façer nada, alzaba los ollos al cielo esperando una respuesta, aparecióse entonces la figura, que él creyera de San Isidro Labrador, y una voz en el cielo que decía desta manera: ''San Isidro, labrador, quita lo seco y devuélvele la verdor…''
La mujer se vio sorprendida ante el relato del Conde y le contó que ella había tenido otro sueño parecido, una noche que se acostó apesadumbrada por haber dedicado su vida a los demás, no haberse casado y no haber tenido hijos, pues, según ella: "No es buena la mujer de cuyo higo non salen fillos". En ese momento se le apareció en su habitación la figura de San Isidro labrador que metiéndole la mano en la raja, de donde gustó tanto la santa mujer que creyera entender por fin el significado de la expresión 'tener mano de santo' y al punto casi de morir, por el arrobamiento experimentado, creyó ella oír, por boca del santo, la misma expresión: San Isidro, labrador, quita lo seco y le devuelve el verdor…
El Conde se fue, casi con la misma duda que traía pero, desde su entrevista con Bernarda, las cosechas de Artefa se sucedieron sin parar y no hubo la hambruna temida por el Conde a raíz de su sueño. Por eso, el Conde, hombre religioso, compartió el secreto de su visita a donde la Bernarda, con el cura del lugar DonHiginio Torregrosa, quien, en la homilía del día siguiente, se dedicó a cantar, desde el púlpito, las alabanzas de Dios que tantos "bienes e menesteres plugóle mandar sobre esta sancta terra nuestra de Artefa, por mediación de la muy noble, e sancta muller de Bernarda, o más bien, por medio del figo della, o sea, del coño suyo benedito".
Con todo, había un artefaño, conocido como Manolico, 'El tontico', que se pasó todo el día, en la plaza del pueblo, gritando: "Que non se creyera lo de la sancta Bernarda, que ninguna muller es sancta por donde mea, así en el infierno arda". Indignada Bernarda con estas palabras mandó traerlo a su presencia y en la intimidad de la ermita le dijo: "Mete tu mano en el coño bendito, a ver si miento, en lo que siento, y sea tu escarmiento". Hízolo así Manolico, que desde entonces, pues nadie vio el milagro escondido, se hizo el más célebre predicador del 'figo benedito' de su paisana artefaña.
Las bendiciones se sucedían sobre Artefa, diciendo las crónicas que: "Todos los homnes, e mulleres, de los derredores, allegábanse a casa la Bernarda, a tocar su coño benedito, y por doquiera la abundancia manaba: las mulleres daban fillos sietemesinos fuertes como cabritillos, y las guarras parían cochinillos a porrillo, las cosechas se multiplicaban y hasta las gallinas empollaban ovos de sete yemas…"
Mas Bernarda murió, y la enterraron entre gran llanto y duelo de sus gentes, que a partir de ese momento, como maldecidos por la ausencia de la buena mujer, sufrieron en sus carnes todo lo que aquella, quizás en vida evitara: terremotos, abortos en el ganado y las mujeres, cosechas baldías…
Cuenta la leyenda que un buen día que: "Una muller del pueblo, ploraba lagrimas de seus ollos al sepolcro della, vióse sorprendida por unas luminarias que ascendían del sepolcro, asustada e enloquecida corrió a presencia del señor cura párroco, que ordenó desenterraran el corpo morto de la Bernarda, hallando, todos los presentes, con el Notario de Artefa al frente, que la Bernarda polvo era, como es la suerte de nuestros padres, salvo su figo incorrupto, rojo y húmedo qual breva".
El párroco, Don Higinio Torregrosa ordenó el traslado del despojo santo a la parroquia, donde enseguida lo colocaron en un relicario, llamado desde entonces el Coño de la Bernarda, por la urna de oro y la forma de lo que dentro conservara… y que no hubo nadie que al contacto del relicario no recuperara la abundancia.
El por aquel entonces arzobispo de Granada, D. Pedro Castro Vaca y Quiñones, más preocupado en vigilar de cerca de los moriscos falsamente convertidos a la 'fe verdadera', no estaba mucho por la labor de apoyar una petición de canonizar a una santera, amén de que, como expresivamente decía la misiva, remitida al Ayuntamiento de Artefa: "Dicen los senyores teologos e dominicos desta Ecclesia de Granada que nunca oyóse en toda la christiandad, que el Senyor Papa gobierna, y Christo benedice, que nada bueno saliera del coño de una muller". Con tal respuesta, Don Higinio Torregrosa, según las crónicas, escondió el 'sagrado órgano' tras el falso muro que el cura mandó construir, introducido en un relicario de oro con brillantes. Realidad o ficción, la misma historia, con trazas de similitud se sitúa en localidades como Ciudad Real y Sevilla. La versión granadina lleva la firma del escritor Manuel Talens que se encuentra en la novela La parábola de Carmen La Reina.
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