Curro Albaicín, el bailaor de ojos verdes
Ha dedicado gran parte de su vida a recuperar la esencia perdida del
Sacromonte
Su labor fue primordial para rescatar la zambra, el baile por
excelencia del citado barrio granadino
Después de vivir 30 años en el Albaicín,
regresa a la cueva en la que nació.
En los pliegues de la memoria de Curro Albaicín hay una anécdota de un sucedido que él presenció siendo un jovencito, cuando vivía con su familia en la cueva del Sacromonte en la que nació. La protagonista de la anécdota es Bárbara Hutton, heredera de los almacenes Woolworth y considerada por entonces la mujer más rica de Estados Unidos. Esta mujer vino a Granada a finales de los sesenta del siglo pasado con unos amigos y quiso conocer el Sacromonte.
Estaba en pleno recorrido por el barrio granadino cuando vio a una mujer en la puerta de una cueva guisado un puchero de coles. A Bárbara Hutton, que venía envuelta en un lujoso abrigo de visón, le dio el capricho de probar aquel puchero y le pidió un plato a la mujer, que era María la de los Cabreras, la madre de Curro.
-A la rica heredera le encantó el puchero pero al cabo de un rato le dieron retortijones. Mi madre le dijo que no se preocupara y le sacó un cubo de zinc de esos que había antes. La americana le dijo, por señas, que no quería vomitar, que lo que sentía era otra cosa. Hasta que mi madre le aclaró que el cubo era para hacer de vientre porque en la cuevas no había retretes y no se podía hacer en otro sitio que no fuera el campo. Así que allí me tienes a una de las mujeres más ricas del mundo con el abrigo de visón remangado cagando en un cubo de lata en uno de los barrios más pobres de España, jajajajajaja.
Curro Albaicín es la memoria viva del Sacromonte, la esencia misma de ese barrio que vive la degeneración de lo útil y que se ha visto abocado a sobrevivir gracias a los turistas que van por la noche a ver los espectáculos de flamenco que ofrecen las cuevas. Ese imperioso afán por revitalizar una herencia gradualmente degradada ha convertido a Curro en un imprescindible informador para cualquier estudio en el territorio histórico del flamenco como es el Sacromonte.
Todo el que ha querido hacer un documental, una película, un sondeo, un vídeo para colgarlo en la red… ha contado con Curro. Él siempre ha estado en donde lo han llamado y tal vez esa buena predisposición suya ha chocado con los espurios intereses de los demás y lo han convertido en una persona que ya no cree en las buenas intenciones de casi nadie.
-Si he recibido algo siempre han sido las migajas. Me he convertido en un descreído. Y ya no me duelen prendas decir lo que pienso. Fíjate en ese documental que grabó Chus Gutiérrez sobre el Sacromonte. Yo participé como guionista. El documental ha tenido mucho éxito y le han dado varios premios. Pero yo... ¿qué he recibido? Nada de nada. El éxito ha sido para ella.
Lejos de la contundencia racial de los gitanos, Curro Albaicín es rubio y tiene los ojos azules. Su mirada tiene un punto de tristeza, de persona resignada a los avatares de una vida que en ocasiones no le ha sido propicia. Cuando habla, con moderado ceceo, lo hace sin ambages y sin abandonar ese ramalazo burlón con el que pone de vuelta y media a aquellos que creen que son unos impostores en su quehacer diario, sobre todo a los políticos, a los que considera en su mayoría unos hipócritas que le han puesto buena cara cuando ha ido a verlos y luego no han hecho caso a sus reivindicaciones. Y también por creer que son ellos los culpables de que el Sacromonte esté en decadencia perpetua y por no darse cuenta de que en ese barrio vive el arte encerrado en cualquier cueva.
La casa-cueva
En uno de los paseos de fin de semana que hago a menudo por el Sacromonte, me llegué a la cueva de mi amigo Curro para saludarlo. Lo conozco porque le he hecho varias entrevistas y porque hemos coincidido de vez en cuando en algún sarao en el que él ha ido de artista y yo de periodista. De pronto, mientras hablaba con él, me di cuenta de que podía ser uno de los personajes para estas entrevistas que salen los domingos. ¿Por qué no?, me dije. Al fin y al cabo Curro, dentro de todas sus carencias, ha revisado ese mundo complejo y fastuoso del flamenco enclaustrado, por así decirlo, en la intimidad de un barro gitano. Curro ha ido recogiendo por las cuevas y por las casas del Sacromonte, la cuna de la zambra, valiosas muestras, con frecuencia fragmentarias, del cante y el baile primitivo en Granada.
Y a partir de esas esas reliquias olvidadas ha podido reconstruir muchos estilos personales o locales medio mantenidos hasta entonces en la clandestinidad de las cuevas sacromontanas: viejas bailaoras que heredaron de viejas bailaoras toda una riqueza estilística en trance de extinción. Y, por último, Curro es un exponente vivo de aquellas décadas de los cincuenta y sesenta en las que el flamenco subsistió a su etapa de degradación, cuando cantaores, guitarristas y bailaores malvivían esperando que los apalabrasen para alguna fiesta privada, en la que, además, eran tratados con cierto desdén. Por todas estas razones le propuse a Curro una entrevista para esta sección. “Cuando tú quieras”, fue su respuesta.
Volví al día siguiente. Curro se estaba afeitando y pidió que me esperara un poco. El tiempo de espera lo invertí en recorrer la cueva. Aunque la conozco bien por haber estado en ella varias veces, en cada repaso visual encuentro algo nuevo. Se trata de una cueva en la que Curro tiene su historia personal en fotos y recuerdos. Está fotografiado con Marisol, con Antonio Gala, con los reyes de Suecia, con Antonio Banderas y Melanie Griffith, con Los Habichuela… Hay placas y platos de cerámica en los que constan los homenajes recibidos y multitud de cacharros de cobre que engalanan las paredes. Y… ¿cómo no?, está ese enorme retrato de García Lorca presidiendo la antesala de la cueva. Estoy en pleno ‘bicheo’ por la gruta cuando Curro anuncia que ha terminado cantando por lo bajini una soleá:
-Se te ve contento hoy, Curro.
-Qué va. Canto por no llorar.
Curro sale acicalado, con su coleta bien cogida y un jersey pegado al cuerpo que lo hace más joven. Recién afeitado parece que los años no hayan afectado demasiado a su lozanía facial. Lleva, por supuesto, su inseparable garrota en la mano.
-¿Estoy bien para la foto?
-Tú estás siempre bien, Curro. Parece que no pasan los años por ti.
-Pues en enero cumplo 71 años.
En la cueva no hace frío. Estas viviendas horadadas en la tierra tienen la cualidad de mantener casi siempre la misma temperatura, sea verano o invierno, a causa de la inercia térmica. Aun así nos sentamos en la mesa camilla donde hay un brasero encendido. Y allí, una vez más, Curro me cuenta su vida.
La vida en el barrio
Los carteros se vuelven locos para encontrar en el Sacromonte a Francisco Guardia Contreras cuando van a llevarle una carta. Y es que a Francisco Guardia Contreras todo el mundo lo conoce por Curro Albaicín. Nació nuestro protagonista en ese barrio en el año 1948, en el seno de una familia de larga tradición flamenca: Los Cabreras. Su madre era María y su padre Miguel ‘el aguaor’. Y en el Sacromonte pasó gran parte de su infancia y su juventud.
-En esta cueva hemos vivido hasta dos y tres familias. Todos apiñados. Y me recuerdo de niño jugando con mis primos y mis amigos, esperando a los turistas para bailarles algo y que nos dieran unas pesetas. Por aquí pasaron muchos artistas, Ava Gardner, Charlton Heston, Orson Wells… Les hacíamos gracias cuando cantábamos y bailábamos delante de ellos. A veces, cuando había algo organizado se daba la voz… ¡Venga, que hay danza! Y todos salíamos corriendo a bailar delante de los visitantes. Yo bailaba ya a los cuatro años con mi prima ‘La Mona’.
También hacíamos de ‘orejas’ y los llevábamos a sitios para que nos dieran una propina. Éramos pobres pero felices. El barrio era como una gran familia que se repartía la pobreza. Yo no digo que no hubiera problemas entre nosotros, que los había, pero en aquellos tiempos había más cercanía entre las personas. Ahora cada uno va a lo suyo.
Antes de seguir contándome su vida, Curro Albaicín me dice que está harto de quejarse de la situación en la que vive el barrio. Harto porque dice que no consigue nada y porque aquí, en Granada, no valoramos lo que tenemos. Lo mismo que se queja de la situación de precariedad en la que viven los artistas veteranos. Recuerda a los grandes cantaores anónimos a los que ha conocido, de sus vidas inmisericordes zarandeadas entre la ignorancia y la indigencia. Del Niño Osuna, del Niño de las Almendras, de Juanillo el Gitano, que murió mientras cantaba una soleá. Y de los que quedan ahora, casi siempre relegados a las migajas de los eventos casuales.
-Yo no digo que no se les dé paso a la juventud, que eso es lógico. Pero los más viejos estamos olvidados. Ellos, los jóvenes, tienen la fuerza de los años, pero nosotros somos más sabios, tenemos experiencia… ¿no crees?
Curro corrió aventuras infantiles con Mario Maya, Manolete, Los Heredias, Los Habichuelas y los Amayas. Desde pequeño empieza a oír los cantes los mayores como José El del Puchero, Juanillo el Gitano o La Gazpacha. Y a los 13 años forma parte como bailaor de la zambra de Manuel Amaya, donde también bailaba su madre, varias tías y primas, mientras su tío ‘Pataperro’ tocaba la guitarra.
-Luego fui muchas cosas, electricista, chatarrero, vendedor de flores… Mi madre no quería que yo fuera artista, ella pretendía que aprendiera un oficio, pero a mí me tiraba el cante y el baile. Estuve bailando en la sala de fiestas Rey Chico, por donde pasaban los grandes cantaores flamencos. Si vas a escribir algo de esto tienes que poner que Manuel Gómez, el dueño del Rey Chico, fue una gran persona que hizo mucho por este cante y por la zambra. Yo bailaba aquí en Granada pero también iba a Madrid o a donde me llamaran.
Cantar a Lorca
Curro me cuenta que él fue uno de los primeros en recitar los poemas de Federico García Lorca, cuando el poeta estaba estigmatizado en Granada.
-No sé si tú te acuerdas pero a mí me pegaron un tiro por recitar a Federico. Ahora es fácil ser de izquierdas, pero yo me la he jugado defendiendo la libertad de expresión. Y el primer disco que grabé fue prohibido por tener poemas de Lorca. Eso sí que era jugárselas.
A partir de 1972 Curro se internacionaliza. Forma parte de la embajada cultural española en la Olimpiada de Munich y actúa, compartiendo gira con los mejores artistas flamencos, en París, Estambul, Túnez, Jordania, Japón, Londres, Viena, Roma y Palestina. También trabaja para varios programas de televisión. Y en 1985 se le enciende la bombilla y para recuperar la extinta zambra reúne a todas las artistas veteranas del Sacromonte: María la Carajarapa, Tía Lili, Chon la del Porras, María la Bizca, María la Coneja y Carmelilla del Monte. Le llama al espectáculo ‘Gitanos del Sacromonte’ y con él actúa en la Bienal de Sevilla y el Palacio de Deportes de Madrid. Es el espectáculo que Carlos Saura incorpora a su película ‘Amor brujo’. Ha dirigido la grabación de varios discos y es autor de tres libros en los que ha intentado recuperar la esencia del Sacromonte.
-Ahora quiero escribir otro sobre la vida en el barrio desde las riadas aquellas del 63. Pero cada día me resulta más difícil. Estoy muy quemado. Ya no creo ni en el amor.
-Con lo que tú has amado.
-Sí, mucho. Pero hasta para eso hay que tener edad.
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