'Enganchados' a los libros en clase

Unos 174 centros de Granada están adscritos al PLyB, un proyecto de la Junta que fomenta una de las grandes carencias de los jóvenes: el hábito de la lectura

Alumnos del instituto La Zafra de Motril inician sus 15 minutos diarios de lectura en el aula.
Alumnos del instituto La Zafra de Motril inician sus 15 minutos diarios de lectura en el aula.
A. Beauchy / Granada

03 de mayo 2009 - 01:00

La jefa de estudios del instituto La Zafra, de Motril, es un referente en toda Andalucía. Profesora de Lengua y Literatura, Juana García Roldán se dio cuenta hace casi una década que el sistema educativo que se venía aplicando en los centros de enseñanza distanciaba cada vez más a los jóvenes del hábito de la lectura. "No se puede empezar masacrando a los alumnos con una lectura de hace 600 años", concluyó Juana, que entonces trabajaba en un centro de Torremolinos. Se refiere a La Celestina o al Quijote, entre otros clásicos, los primeros libros que figuraban en los programas de educación básica y bachillerato con los que se iniciaba a los alumnos en el mundo literario.

Sin saber nada de literatura juvenil contemporánea, esta docente decidió a principios de un curso dejar a un lado el libro de Lengua y Literatura y le pidió a sus alumnos que ese dinero lo empleasen en la compra de una novela juvenil. "Como empecé a ciegas, les orienté con algunos folletos", dice, y estableció un sistema de intercambio de libros que funcionó a las mil maravillas. "Los primeros 15 minutos de mi clase los dedicaban a leer y luego analizábamos su contenido", explica Juana. Para motivarlos aún más, un cuarto de la nota final de la asignatura calificaba sus lecturas. Este ejercicio ofrecía una oportunidad diaria al alumno para engancharse a la lectura y los resultados no tardaron en aflorar.

Para saber qué textos motivaban más a los chavales, Juana creó un sistema de puntuación por colores (rojo: me ha gustado mucho; amarillo: me ha gustado; azul: no me ha gustado y verde: no me ha gustado nada) que incorporaba a las fichas de cada libro. "Pero rara vez votan en azul", dice la profesora.

La mansión Dax o El viajero perdido, de César Mallorquí; y Sin Máscara o Pupila de Águila, de Alfredo Gómez Cerdá, son algunos de sus favoritos, pero la enseñante asegura que una vez que adquieren el hábito se atreven con todo. Frankenstein, Los santos inocentes, La metamorfosis ... "al final de curso no hay nadie que diga que no le gusta leer".

En este método, que ha ido perfeccionando con el paso de los años, ha conseguido implicar a 44 docentes de su centro. Además de la biblioteca del instituto, cada aula de La Zafra tiene su propio armario con medio centenar de libros, entre ellos aportaciones noveladas de todas las materias.

El éxito ha sido rotundo. Los alumnos de Juana García baten récords de lectura y, en 2001, empezó a dar cursos de lectura a otros profesores de la región. Una madre le advirtió un día que a su hija no le gustaba leer. Dos años después "esta alumna de segundo de ESO, Marta Morales, había leído 80 libros en un mismo curso", cuenta.

Algo más difícil lo ha tenido Antonio Rodríguez, profesor del colegio público (Semi-D) Madrigal y Padial de Vélez de Benaudalla en el que se imparte también primero y segundo de la ESO. La falta de una biblioteca municipal ha centrado todo el esfuerzo de este docente por implicar no sólo al alumnado, sino a toda la comunidad educativa de esta localidad de no más de 3.000 habitantes.

Así, con la ayuda de una administrativa, madres del AMPA y el propio Rodríguez, la biblioteca de la escuela, ahora también municipal, permanece abierta en horario de mañana y de tarde (de 16:00 a 18:00), de lunes a jueves.

"Pero una biblioteca por sí sola no es nada", explica Antonio. Una batería de actividades culturales y lúdicas han tenido que hacer la labor más difícil: "atraer al lector". En el mundo rural la motivación cultural es más difícil y hubo que tocar todas las edades.

"Para acercar la lectura a los niños pequeños propusimos que los mayores [de cuarto, quinto y sexto] les apadrinasen con un libro", explica. Y cuando llega la semana cultural, en el colegio es frecuente ver en el recreo a pre-adolescentes con niños de 3 años en su regazo leyendo cuentos "como abuelos".

Mercadillos de ocasión con utensilios y juguetes usados en los que, el dinero recaudado, se emplea luego en la compra de libros; recitales de pasajes literarios favoritos en plena calle como símbolo de "entrega de la palabra"; y, sobre todo, lecturas diarias en el aula.

Antonio trata de leerles un poco al comienzo de cada clase y comparte su análisis con los alumnos. "Lo que atrae al lector es la reflexión, la vida misma que se relata en un libro, lo que te hace pensar", argumenta Rodríguez, quien es partidario de leerles mucho, de compartir los pensamientos. Para ello, recomienda a sus compañeros que "hagan borrador", que no limiten las correcciones de los ejercicios a un "bien" o "mal", que argumenten a los alumnos su criterio, que analicen las lecturas.

Este docente no es partidario de "envolver el caramelo". Ni cuentacuentos ni teatros, todo esto, en opinión de Antonio, "distrae al niño e impide que se enfrente con la lectura". En cambio, ha descubierto de la mano del escritor Juan Matas todo un universo en los libros ilustrados. Ediciones con poco texto en los que la imagen amplía el contenido y se trabajan valores: derechos humanos, independencia, libertad, inmigración, etc.

Jull, de Gregie de Mayer (editorial Loguez) es un niño del que todos se ríen, se siente tan apartado que incluso se acerca a la vía de un tren para suicidarse... "es un libro muy cruel -dice-, mis alumnos acaban llorando cuando se lo leo, pero así entienden que somos diferentes". Es curioso cómo al día siguiente sus alumnos quieren que les vuelva a leer el libro. "Todos, en alguna ocasión, hemos sido Jull", apunta el maestro.

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