Eva Velázquez, querida loca

Pasado con presente incluido

Es autora de una novela sobre Juana de Castilla que va por la cuarta edición

El día 25 de febrero presenta dos libros de relatos eróticos y de amor y desamor

Hoy cumple 64 años

Eva Velázquez, durante el encuentro. / A. C.

Está hermosa Eva, con su rostro marcado de vida, sus arrugas de vitalidad, desplegando con sabiduría su capacidad de seducción. Tiene la mirada noble y una sonrisa llena de melancolías. Su belleza podría ser de esfinge si consiguiera permanecer algún momento quieta, lo cual es improbable. Y es que cuando habla gesticula mucho, actúa, mueve las manos y se toca su pelo color ceniza y su anillo plateado. Es locuaz y cuando pone en marcha su capacidad comunicadora te habla desde el punto de vista de una mujer que tiene mucha experiencia y sabe a qué atenerse. “He sido de todo. Solo me falta subir en globo y ser puta”, dice con una de esas sonrisas suyas que iluminan cualquier momento. Elegante, insumisa, empática, transgresora en una sociedad pacata y con muchos prejuicios, ha sido la primera en algunas cosas y ha bajado hasta lo que tenía que bajar para sostener su dignidad y a su hija. Tiene un currículo como para llenar tres archivadores A-Z y antes de dedicarse a escribir ha trabajado en tiendas de electrodomésticos, en la peluquería de su familia, en una agencia de seguros y ha sido vendedora de vinos de ribera del Duero a pesar de ser abstemia. Es diplomada en Magisterio y ha trabajado (está prejubilada) en la Universidad, donde ha ocupado muchos puestos, desde coordinadora de servicios a directora del Aula de Cultura de la Facultad de Derecho. Su impresionante capacidad para asimilar cualquier modalidad del arte le ha llevado, además de a escribir, a pintar, a tocar instrumentos, a hacer teatro, a hacer muñecas y a cantar en una coral. Tiene publicados varios libros de poesía y una novela: Mi querida loca, que está ya en la cuarta edición. El día 25 de febrero presentará dos volúmenes de relatos. “No tengo vida para agradecer todo lo que recibí, ni tiempo para hacer tanto como me gustaría”, dice. Está llena de ideas y no pierde nunca la esperanza de estar a gusto con lo que está haciendo. Le tiene comida la voluntad su nieta Lucía, a quien le cuenta cuentos a la hora de dormir. Y mientras tanto ella trata de conducir el colorín colorado de su vida hacia un final feliz.

En la terraza del hotel Alhambra Palace.

Elogio de la lectura

Un día nos llevaron a Eva Velázquez y a mí a un instituto para hablar de los beneficios de la lectura a un numeroso grupo de estudiantes, muchos de los cuales estaban más pendientes del móvil que de lo que decíamos los ponentes. Ella dijo que la poesía en particular y la literatura en general le habían ayudado a sobrevivir. Yo comenté algo parecido y después de contar alguna historia dije que aquel que no se beneficia de la lectura se empobrece sin remedio y acota su espacio de regocijo y emoción. Los rostros de los estudiantes no disimularon su incapacidad receptiva y al final le pregunté a Eva si nuestro esfuerzo por ir allí a hacer apología de la lectura había valido la pena. “Con que solo hayamos conseguido concienciar a solo un estudiante, pienso que sí ha valido la pena”, me contestó. Desde entonces somos amigos y nos juntamos de vez en cuando para contarnos cómo van nuestras vidas. Precisamente hoy hemos quedado para tomarnos un café y que me cuente todo lo que crea conveniente para ser publicado en este periódico. “Por mí encantada, pero… ¿tú crees que yo doy la talla para una de tus entrevistas?”, me pregunta cuando me ve coger la libreta y el bolígrafo.

Eva Velázquez nació el 26 de enero de 1956 en la calle Horno de Espadero.

En su más tierna infancia.

-Cuando yo tenía dos años mi familia se trasladó a la calle San Antón. En esa casa pasé los mejores años de mi vida junto a mis padres y mis tres hermanos más pequeños que yo: Emilio, Esther y Fernando Luis. Éramos una familia unida y muy peculiar en las que todos íbamos a una en los dos negocios de nuestros padres. Mi madre tenía una peluquería y mi padre era grafólogo. ¿Quieres saber una anécdota para que te des cuenta del tipo de familia que tenía? Los nombres de los cuatros hijos fueron elegidos ‘ex profeso’ para que coincidieran, junto con el primer apellido, con las dos iniciales del nombre de mis padres: Emilio Velázquez y Eva Valverde. Con el pequeño, como no nos poníamos de acuerdo con el nombre, le pusimos Fernando Luis porque superponiendo las primeras letras de los nombres forman la ‘E’. De esta manera las iniciales de todos los que conformamos la familia son EV. Ya ves. Una gente peculiar donde las haya, jajajajaja.

Desde los tres años a los 16 que acabó el bachiller, Eva estudió en el Colegio El Carmelo, que por entonces estaba ubicado en la calle Recogidas, con las Hermanas Carmelitas Descalzas Misioneras. Me cuenta que a ellas les debe su formación y el saber apreciar virtudes como la disciplina y el amor a la familia. Y que tuvo una infancia muy feliz gracias a su familia y a sus monjas. COU lo cursó en la Academia Progreso.

-Yo quería estudiar Arquitectura, Educación Física o Bellas Artes porque adoraba las matemáticas, el dibujo técnico y el deporte. Pero ninguna de estas materias se estudiaba en Granada y mi padre se negó a enviarme fuera. Quiso que estudiara unas oposiciones y, a pesar de que yo odiaba ser funcionaria, obedecí y me preparé para entrar en Hacienda. Suspendí porque el examen era oral y los nervios me traicionaron. De todas maneras, los conocimientos adquiridos en esas oposiciones fueron la base para que, años más tarde, aprobara otras al Banco Hispano Americano, aunque circunstancias personales hicieron que rechazara el puesto. Me tenía que ir de Granada y yo no podía. Aproveché la coyuntura para pedirle a mi padre que me permitiera matricularme en Magisterio, que era lo que más me gustaba de todas las opciones que ofrecía la Universidad.

Boda, hija y divorcio

Me dice Eva que ha tenido una juventud maravillosa, rodeada de una pandilla de amigos que aún conserva, entre guitarras, risas, cantos y paseos por la montaña. Y que en la Sierra, sitio al que iba a esquiar, conoció a su primer amor cuanto tenía 17 años. A los 23 estuvo a punto de casarse, pero al final la relación se rompió. Si se casó cuando tenía 27 años con un amigo de su hermano del que se enamoró. Tenía 28 años cuando tuvo a su hija Irene y tenía 30 cuando se divorció.

En sus años de juventud.

-Nos separamos, pero jamás dejamos de querernos. Él murió hace casi cuatro años y fue un gran golpe para mi hija y para mí, no por ser el padre de mi hija, sino por el marido y el amigo que fue hasta su último aliento, que me cogió a su lado. Cuando somos jóvenes no alcanzamos a comprender que las separaciones pueden venir por verdadera incompatibilidad de caracteres, aunque ames y te guste hasta la saciedad tu pareja. No lo entendemos, pero sucede y es lo peor que te puede pasar. Desde entonces, aunque ha habido intentos, nadie ha logrado ocupar su puesto.

Eva me cuenta esta parte de su vida con la mirada húmeda y la voz un tanto entrecortada por la pesadumbre que impone el pasado. Baja los ojos, se mesa el pelo y trata de recomponerse contándome que desde entonces fue dado tumbos por diversos trabajos para mantener a su hija. Trabajó en Electrodomésticos Expert, en la peluquería familiar, en Mudespa, en telemarketing, como directora en Corporación Dermoestética…

-Yo he tenido siempre mucha confianza en mí misma. Me sentía útil para muchas cosas y la verdad es que no duraba mucho en los trabajos porque las empresas cerraban o hacían regulaciones de empleo. Trabajando en seguros formé el primer grupo de chicas vendedoras de seguros. Por aquellos años me comía el mundo y como vendedora era capaz de venderle un peine a un calvo. Pero necesitaba una ocupación más segura. Y por eso quise meter cabeza en la Universidad, en donde he sido muchas cosas.

Lo de su llegada al mundo de la literatura fue después. Me cuenta que a ella siempre le había gustado escribir y que de niña ya componía poemas.

-Me gustaba la caligrafía. Me encantaba escribir palabras con trazos bonitos y regulares. Hasta que un día me dije que esas palabras no bastaban con que fueran bonitas, tenían que decir algo. Escribí bastantes poemas en cuartillas y cuando aprendí a encuadernar las junté en un libro manual. Recuerdo que me gustaba mucho Bécquer porque yo, en realidad, siempre he sido muy romántica.

La literatura en su vida

Ese mundo literario lo abandonó durante un cierto tiempo y se reencontró con él cuando, ya en la Universidad, entró a formar parte del equipo de la revista literaria Ficciones, que dirigía Pedro Enríquez. Tras obtener el primer premio de poesía y relato breve en un certamen organizado por la Universidad de Granada, comienza a escribir en Artes y Letras. En el 2001 ingresa en el Consejo de Redacción de la Revista Campus, editada por la Universidad de Granada. En el año 2003 se hace cargo de la Secretaría de la revista de creación literaria Caleidoscopio y de Elvira, revista de estudios Filológicos, con aportaciones de obra propia y artículos de investigación filológica, ambas subvencionadas por el Decanato de la Facultad de Filosofía y Letras.

En un recital de poemas.

-He dedicado mi vida entera a mi hija y al trabajo y cuando fui consciente de que mi hija volaría algún día, comencé a escribir y a frecuentar eventos literarios para ocupar mi vida ante de que pudiera sufrir ese síndrome que llaman del 'nido vacío'. Y fue mi mejor elección. Comencé en la literatura ilustrando una revista y terminé siendo parte del grupo literario. La literatura salvó mi vida. Al leer los primeros poemas en público y ver que gustaban, empecé a escribir y leer mucho más. Después conocí a varias figuras de la literatura y me introduje en ese ambiente. Y vinieron actos y más actos, más obras y más amigos. Y hasta aquí he llegado.

Hace unos seis años publicó su primera novela, titulada Querida loca. Va sobre un abuelo y su nieto que tienen que hacer un trabajo sobre Juana de Castilla. La cuarta edición se presentará el próximo día 25 de febrero, junto con dos libros de relatos que se titular Vuelo 686. Terminal I y Vuelo 686. Terminal II.

-La verdad es que Querida loca es una novela que me ha dado muchas satisfacciones. El público la ha acogido muy bien. En cuanto a los relatos son de amor y desamor y también hay eróticos. Sigo escribiendo poesía, pero... ¿sabes lo que me pasa? Que solo me vienen las musas poéticas cuando estoy triste y nostálgica.

Pero no solo de la literatura vive Eva. Como decía al principio, su actividad creativa es continua, apasionada, versátil y del todo significativa. Para llenar su alma de emociones necesita del teatro (ha protagonizado varias obras), de la música (además de tocar varios instrumentos es miembro de una coral) y de la pintura (a la que acude de vez en cuando). Como integrante del mundo cultural de Granada y conocedora del mismo, esto es lo que se atreve a decir:

-En el mundo cultural granadino falta honestidad. Hay gente muy buena y válida que está oculta. Sin embargo, hay muchos trepas, gente que no hace nada o casi nada y que, por lo que sea, está siempre en candelero. Yo siempre he dicho que no soy escritora, que soy una mujer a la que le gusta escribir. Pero hay gente que se atribuye ser escritor o escritora solo porque ha juntado unas letras. Hay una falta de respeto tremendo a la literatura.

Con su hija Irene.

Terminamos nuestra charla con un paseo por la calle San Antón, por donde tenía su madre la peluquería. Me dice que ha sido ese el escenario de su infancia y parte de su juventud. Me confiesa que le gusta pasear, pero todavía no ha aprendido porque siempre va tarde y tiene que andar deprisa. Es noctámbula puesto que se pasa las madrugadas leyendo, escribiendo o haciendo algo que le gusta.

-¿Pero sabes qué? Antes de ser todo lo que dice mi curriculum, soy madre y abuela, soy hija y soy hermana, soy amiga y compañera... cosas muy grandes que están por encima de todo lo que me gusta. Por cierto, ¿cuándo sale lo que vas a escribir sobre mí?

-El próximo domingo.

-¡Anda! Ese día es mi cumpleaños.

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