Fidel Fernández en el barrio de los Doctores
Médico e historiador. Yo no sé qué hubiera sido de este granadino si se llega a morir con la edad de Francisco Ayala. Sus escritos se cuentan por cientos, sus libros por docenas y sus cargos a paresCon 19 años obtuvo el premio Cajal y con 22 presentó su doctorado ante un tribunal presidido por Ramón y Cajal · Su obra magna está dedicada a su gran pasión por Sierra Nevada

Aprovechando las fiestas del barrio pregunté en la calle Dr. Fidel Fernández quién era ese señor y alguno me dijo que un médico muy antiguo, y otro que él inventó la penicilina. Claro, estábamos en el barrio de los Doctores y el monumento a Fleming quedaba cerca. Aunque estoy seguro de que muchos vecinos del barrio lo conocen muy bien.
Leyendo los escritos de Cristina Viñes y de Manuel Titos nos ilustramos sobre el prolífico doctor Fidel Fernández Martínez, y nos quedamos realmente asombrados de su enorme producción, de su expediente abarrotado de Sobresalientes y Matrículas de Honor, de sus publicaciones, cargos y proyectos, siendo además que murió con sólo 50 años.
Merecía D. Fidel no una calle sino una avenida que llegara desde la Alhambra hasta el picacho Veleta. O por lo menos que Granada lo conociera un poco más.
Nació en la calle San Antón en 1890. Estudió en el Instituto General y Técnico (Padre Suárez), luego Medicina y leyó su doctorado en Madrid. Trataba sobre el kala-azar en los niños, una enfermedad que transmite un mosquito que vive cerca del ganado; presidió el tribunal nada menos que un Premio Nobel, Ramón y Cajal. Contaba con sólo 22 añitos. Increíble.
Pero es que ya con 19 años había obtenido el Premio Cajal por un trabajo de nombre rarísimo: Contribución al estudio del Treponema pallida en la heredosífilis. Para otro premio más que le quiso dar la Academia de Medicina hubo que esperar hasta que se licenciara porque no tenía la edad exigida.
Con 27 años ingresa en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Granada. Poco después acabó de profesor en nuestra Facultad. Especialista en aparato digestivo murió precisamente de una insuficiencia hepática en 1942.
Yo no sé que hubiera sido de este señor si se llega a morir con la edad de Francisco Ayala, porque sus artículos se cuentan por cientos, sus libros por docenas, sus cargos a pares y sus fichas bibliográficas, producto de su enorme dedicación, por miles. Lo cual significa estudio, trabajo e inteligencia. No estaría mal que tuviera algunos imitadores.
Colaboró en los periódicos locales y nacionales con artículos muy amenos y sobre todo muy granadinos: en Granada Gráfica, El Defensor, Ideal, ABC, Blanco y Negro… A veces firmaba con su nombre, otras con los pseudónimos de Asclepios, Juan del Veleta, Dr. Penibético o Aben Garnathí, y a lo mejor alguno más.
Enamorado de la historia, publicó obras tan significativas de nuestro pasado como La Alhambra, Aben Humeya, Boabdil, Fray Hernando de Talavera.
En la que podríamos calificar de su obra magna La Sierra, demuestra no sólo su meticuloso conocimiento de la montaña penibética mamado desde la infancia, cuando su padre, el Dr. Fernández Osuna, lo llevaba casi en pañales, sino su profundo amor a la Sierra, a sus caminos y veredas, a su fauna y vegetación, a sus paisajes, leyendas y tradiciones. Una joya. Precisamente su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes de Granada versaba sobre la historia bibliográfica de la Penibética.
Cargos los tuvo casi todos: director del Hospital de San Juan de Dios, presidente de la Sociedad Sierra Nevada, conservador de la Alhambra, delegado de Bellas Artes; sería largo.
No sé lo que pensaría si levantara la cabeza y viera ahora cómo está su Sierra. Pero por lo menos una de las cosas que yo más le agradezco es que fuera el que acondicionó el Parque de Invierno y el Llano de la Perdiz, porque hemos sido y seguimos siendo muchos los visitantes de tan preciosos parajes, que lo serían mucho más si estuvieran mejor cuidados y más vigilados. Seguro que el polifacético Dr. Fernández estará de acuerdo conmigo.
Vivir en Granada y pasear ahora por la calle Doctor Fidel Fernández tiene otro sabor. ¿No?
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