Gigantes y cabezudos

Simbología. Granada arrastra un grave error en la interpretación de estos personajes. Para el Cristianismo simbolizan el Mal, el infiel, frente al Bien, representado en el Corpus Christi

José Luis Delgado

11 de junio 2012 - 01:00

No seré yo el que venga ahora a romper una tradición granadina relativamente reciente, pero sí tengo la obligación moral de echar mano de la historia local y de la historia de las civilizaciones para dejar claro esto.

La figura simbólica del gigante ha sido considerada como la representación de una anomalía física monstruosa, una deformación por exceso que causa espanto, por fea y agresiva; significa desorden, bestialidad, fuerza bruta; y por esa típica asociación medieval de lo feo con lo malo, el gigante es para la religión cristiana la representación del Mal, del Leviathán, del enemigo del alma al que hay que vencer.

Gigantes vencidos quedan recogidos en la Literatura y en los textos bíblicos; basta recordar un par de ejemplos: Ulises vencerá al gigante Polifemo clavando una estaca ardiendo en el único ojo de su enemigo, así lo cuenta la Odisea; el joven David hará caer al gigante Goliat; es la lucha del Bien contra el Mal.

Si esa misma representación simbólica la traemos a la Granada recién conquistada por unos reyes cristianos al Islam, es lógico que en la procesión del Corpus aparezcan los Reyes Moros, los infieles, el Mal, según el Cristianismo, en forma de gigantes; pero si ahora vamos y les ponemos al lado a otros gigantes en forma de reyes cristianos (los llamados Reyes Católicos) comprenderán enseguida la enorme barbaridad. Serían Isabel y Fernando los primeros en ponerse las manos en la cabeza, si la pudieran levantar. Y no digamos Fray Hernando de Talavera.

Pero es que con los cabezudos pasa algo peor. Estos personajes se empezaron llamado diablillos y simbolizaban el pecado, los vicios, amenazas del alma que andan alrededor del hombre golpeando su espíritu; siempre desde la óptica cristiana. En una coplilla de Corpus del siglo XVIII aparece esta estrofa: Enemigos del alma /son los demonios, / diablillos, nos muestran /a los viciosos.

Estos diablillos son el precedente de los enanos, que así se llamaban en oposición a los gigantes; denominación que hería a los bajitos acondroplásicos abundantes en las cortes reales, sobre todo en la de los Austrias, y se cambió la denominación por la de cabezudos; pero el sentido simbólico es el mismo; son deformados por defecto, feos, malos, agresivos con sus vejigazos; de nuevo el enemigo del alma, el Mal, el pecado, etc.

Ahora vamos nosotros y en Granada colocamos de cabezudos a las representaciones de razas nobles como los indios, los negritos africanos, los chinos (el cabezudo indio, el negro, el chino) o a nobles personajes populares que nada tienen que ver ni con los enanos, ni con el pecado, ni el Mal, ni nada por el estilo; y ahí tenemos al propio Don Quijote vestido de cabezudo, al pobre y desgraciado Paniolla, al desventurado Birolio (era bisojo, de ahí el nombre) que aunque cabezón, ni era malo, ni era el pecado, ni nada que ver con el símbolo del Mal que predica el Cristianismo. Bastante sufrieron en vida.

Y para colmo metemos entre los cabezudos a la gitana, al torero, al turista, la viejecita, etc. que no sé qué tendrán ni de diablillos, ni de cabezudos. Milagro sea que alguna vez no protesten el colectivo gitano, los clubs taurinos, las agencias de viajes o la Federación de Jubilados.

Yo, sin embargo, sacaría a unos cuantos de gigantes ambiciosos y prepotentes y de cabezudos enanos mentales porque conozco a bastantes que dan el perfil por feos, malos y peligrosos. Pero, ya digo; ni quiero dar ideas, ni soy yo nadie para enmendar lo que otros granadinos sabios han hecho con las comparsas de la procesión del Corpus. Dios me libre.

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