Opinión
Carlos Navarro Antolín
El Rey brilla al defender lo obvio
Historia
Granada/"¿Ves aquel cerro de allí? Pues la ciudad creemos que llegaba hasta él". El arqueólogo Andrés Adroher, coordinador de las excavaciones que se llevan a cabo en el yacimiento romano de Ilurco, señala un afloramiento de roca oscura a algo más de medio kilómetro en línea recta. Todo ese espacio a la redonda entre el brazo del científico y el del promontorio dan cuenta de la magnitud de lo que se cree que está enterrado bajo olivos, cultivos de secano, y también tierras de relleno de una zona excesivamente expoliada. Sin embargo, queda por sacar a la luz el mayor de los tesoros, el trazo de las calles, las casas, los templos de la ciudad romana de Ilurco, la segunda, y en momentos la primera en importancia de la Vega de Granada. Destapar la traza de una ciudad romana de un tamaño casi al de la misma Pinos Puente, que pudo albergar a 20.000 habitantes, y que ahora empieza a mostrar poco a poco la importancia que tuvo no solo en la era romana, si no en sus ancestros de la Edad del Bronce, posteriormente ibéricos, romanos más adelante, luego musulmanes y hasta modernos tras convertirse en un enclave de trincheras durante la Guerra Civil. Más de 100.000 años de ocupación hasta que cayó en el olvido. Y nadie sabe por qué.
El Cerro de los Infantes, como se conoce la zona, es un espacio poco habitable. No hay apenas árboles. Algún almendro suelto que mucha sombra no da. Es un secarral del que queda como vestigio que alguna vez fue arado. En los terraplenes, pequeños agujeros sirven de madriguera a los conejos y liebres que cada mañana dan los buenos días al equipo de arqueólogos de la Universidad de Granada, que en el último mes han excavado en las catas realizadas en los años 70 en el yacimiento, y que han servido para confirmar, nada menos, el lugar exacto en el que se encontraba el foro del municipium romano de Ilurco.
El foro es la clé de voûte, la clave de bóveda. Si a la Granada histórica y prehistórica le falta un elemento por añadir a su rico patrimonio es el de sacar a la luz un foro romano que permita destacar la importancia de esta civilización en la provincia y en la Vega próxima a la capital, y que con los últimos hallazgos del equipo de Andrés Adroher, ya tienen una particularidad que lo hace diferente a otros enclaves romanos: dos grandes ciudades, Ilurco e Ilíberis, en un espacio tan cercano. De la segunda apenas quedan vestigios, enterrada bajo siglos de desarrollo urbano en el Albaicín. De la segunda hay 300 hectáreas por excavar.
La importancia del foro es capital. Es la plaza donde se desarrolla toda la vida de una ciudad romana. La económica, la judicial, la religiosa, la social. Determinar su ubicación para luego intentar sacarlo a la luz, la vía para desenterrar la Granada romana. "¿Me está diciendo que estamos pisando lo que era el foro?", pregunta descreído el periodista. "Sí", responde con su voz profunda y radiofónica el arqueólogo Andrés Adroher. Sobre nuestros pies, una era. Muy grande, eso sí, de tierra removida y piedras y fragmentos de vasija y ladrillos de diferentes edades. Sobre los restos del foro atraviesa un camino sobre el que pasan los coches que llegan al yacimiento. Lo hacen bordeando unos muros semiderruidos, que son los que se han convertido en la llave para entender la Ilurco romana.
Decía a sus alumnos el doctor Jones, Indiana para los amigos (y que sabemos que ese era el nombre de su perro), que una X nunca marca el lugar. A veces sí, como en aquella ficticia biblioteca veneciana, y más en realidad aquí en el yacimiento de Ilurco. Adroher muestra y explica cómo llegaron a la conclusión de que los muros de ese Castillo de Velillos, reutilizados a principios del siglo XX en un cortijo, y que se estimaban también íberos, eran más exactamente los de un criptopórtico romano. Una construcción fundamental porque bordeaba, delimitaba, embellecía y realzaba el foro de la ciudad. Los dos muros y los contrafuertes que afloran del suelo no son meros aterrazamientos del monte, son los pasadizos internos del criptopórtico. Y la pista la tenían en las narices siempre. "Ponte aquí para que lo veas en perspectiva", dice Adroher al periodista, que obediente se sitúa tres metros más atrás. "¡Ostras, el arco!", exclama este sin que al arqueólogo le dé tiempo a iniciar la explicación. Ríe. "Tienes ojos para esto", añade. Siempre hay que mirarlo todo con espacio.
El arco se tiene que intuir. Está deteriorado pero la forma no engaña. Por encima y a la derecha, estaría el foro. Solo sería cuestión de excavar, pero Andrés Adroher echa el balón al suelo. "El foro debería estar en principio a la altura del arranque del arco. Si es así, del foro no queda nada". Más que rebajar la expectativa, arroja un tonel de agua helada, que bien hace falta por los rigores del sol de junio. Añade: "Todo lo que hay es relleno. Los templos, al igual que estamos viendo el arco y los muros, si se conservaran, tendríamos que estar viéndolo". Aun así queda un resquicio por el que merece la pena seguir metiendo excavadora, pala, palucha y pincel, que sería descubrir la traza de la ciudad, la distribución de las calles, un premio no menor.
Hasta que no se corona el Cerro de los Infantes no se toma conciencia del entorno privilegiado del lugar. Hay una cisterna romana, que al principio se creía musulmana pero donde se han encontrado evidencias y revoques, además de sillares, que hunden su origen más atrás en el tiempo, en la Roma, seguramente de Vespasiano. Ahí tuvo que haber agua, pero los investigadores tendrán que descubrir cómo. No les cuadra que "por las dimensiones" que fuera un depósito de lluvias, así que la inclinación más probable es que se tratara de un afloramiento natural, una especie de fuente de Aynadamar que hace ya siglos dejó de emanar. El ingenio permitía, desde ese punto, regar de agua la ciudad aprovechando la pendiente.
Un tipo de construcción que también ha servido para datar y ver con otros ojos los muros de lo que se creía el Castillo de Velillos, que casi tiene ya más de leyenda urbana que de realidad. La cisterna romana del cerro domina Pinos Puente mira con altivez el descarnado monte del Piorno. Literalmente a sus pies se desparrama la Vega, con un verde histriónico gracias a las lluvias primaverales. Se divisa el Poniente y el camino a la Costa. Granada, en su momento Ilíberis, queda tras la montaña. A las espaldas se abre el valle del río Velillos y domina en lontananza la Sierra de Tózar. Quien llegara desde allí vería una gran ciudad, con sus templos y su foro, su estatuas y sus mayores riquezas. "Los romanos eran unos reyes del marketing", dice Adroher.
El día en cuestión están todos un poco más alterados de lo habitual. Adroher espera al delegado de Cultura, Fernando Egea, e intenta que su equipo, en aquel momento unos diez arqueólogos, se dediquen a lo suyo. Están manos a la obra. En el muro del criptopórtico vuelve a aparecer una técnica de construcción romana, un revoque de argamasa compactada con pequeños fragmentos de cerámica machacada. "Es inconfundible", dice Andrés Adroher, maravillado de todo lo que están hallando. Se repite esta fórmula en el muro y en la cisterna. Los restos de las cerámicas y las ánforas servían de material de construcción en la antigua Roma. Incluso en la Città eterna todo un barrio está montado sobre restos de este recipiente que servía para transportar todo tipo de alimentos y sustancias, el monte Testaccio.
Llega Juan, junto a su hija, dueños del terreno. Mientras llega el delegado, recuerda que monte abajo, cuando tenía 15 años o así, la escorrentía de una tormenta dejó al aire unos sillares que siempre creyó romanos, pero los taparon. Perfectamente habrán pasado 60 o 70 años de aquello. Un técnico del Ayuntamiento de Pinos Puente señala al confín del yacimiento. "Ahí también han salido cosas", comenta a un cercano. Egea arriba al yacimiento. Los arqueólogos Iván Soto, José Carlos Coria, Manuel Abelleira y Erik Dávila explicarán lo que hay en Ilurco, lo que se ha hecho. El delegado quiere conocerlo. El papel de las instituciones es clave. Hay mucho que desenterrar. "La magnitud es enorme", expresa Andrés Adroher. "Ya me muriese yo a los 100 años, esto no estaría acabado ni de coña. Hace falta mucho dinero y mucha gente con ganas". No hay excavado ni un 1%.
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