Granada no está para perder árboles

Crónicas del confinamiento

Uno de los arboricidios más sonados fue cuando se dejó pelada la Avenida Calvo Sotelo y la gente la llamó la Avenida de Kung Fu

El virus permite que vuelva el auge de los plásticos de un solo uso

Una manifestante pide que pare la tala en calle Palencia / A. C.

Granada/El coronavirus lo hace todo más extraño. Los manifestantes teníamos que ir a dos metros de distancia el uno del otro. Fue, como digo, una protesta rara, extraña por su forma, no por su fondo. Los organizadores de la misma habían asignado a personas que pusieran orden y para que no nos juntáramos unos con otros, como hacen los capataces con los penitentes en las procesiones. Al ir tan distantes, tanto a los organizadores como a las fuerzas del orden les dio tiempo a contar los manifestantes: unos cuatrocientos más o menos. Yo creo que es la única vez que ambos colectivos de han puesto de acuerdo en cuanto al número de manifestantes. Los participantes no paramos de corear la consigna: ¡No a la tala! ¡No a la tala!

Fue en la calle Palencia, en cuya calle han empezado a cortar olmos, cinamomos y arces. Nada de pancartas colectivas de esas a las que se agarran un montón de gente. Algunos manifestantes llevaban lemas en carteles unipersonales: "Granada Verde. Ciudad saludable", decía un cartón. Otro era más bucólico: "Un árbol es nuestro contacto más íntimo con la naturaleza". Y un tercero más categórico: "Derribar árboles solo debería ser tarea del rayo". Y cosas así.

Una mujer pide que Granada sea ciudad saludable / A. C.

Quedé en la misma calle Palencia con el colega Ramón Ramos y como dos jubilatas preocupados tanto por el futuro como por cómo llenar la tarde, nos pareció bien unirnos al desencanto ciudadano. Nos explicaron los organizadores de la manifestación –para eso seguimos siendo periodistas– que este proyecto de reforma del eje Arabial-Palencia tiene más de seis años y está concebido como compensación por el deterioro y molestias asociados a la construcción del Metro de Granada. Y que para que hagan esas obras tienen que talar aquellos árboles. "¿Saben lo que dicen? Que van a plantar otros que dentro de cuarenta años darán la misma sombra que estos. ¡Serán imbéciles! Dentro de cuarenta años nadie de los que estamos aquí lo podremos comprobar", decía uno del grueso del pelotón, un sesentón ataviado con sombrerillo de paja. "Yo lo que digo es que si estos árboles están bien y no molestan a nadie… ¿por qué tienen que cortarlos? Es de pura lógica", decía una señora, que estaba convencida de que querían cortar los árboles para quitar obstáculos a la tecnología del 5G que se nos viene encima.

Alcaldes arboricidas

El caso es que, si no se remedia antes, que creo que no, el actual alcalde, Luis Salvador, pasará a engrosar la lista de los alcaldes arboricidas que ha tenido Granada. Sin duda el ranking lo encabeza José Luis Pérez Serrabona, que ocupó la alcaldía desde 1968 a 1974. Durante su mandato sucedió dos de los más escandalosos arboricidios de los que se acuerdan las hemerotecas: el de la Avenida Calvo Sotelo y el del Carmen de los Mártires cuando se quiso convertir en hotel. Hubo tal contestación ciudadana en ambos casos que al susodicho alcalde le hizo decir una frase que quedó para los titulares de los periódicos: "No sé hacer política con los árboles".

El arboricidio más grave fue cuando, en nombre de progreso y la modernidad, mandó cortar todos los árboles de la Avenida Calvo Sotelo –hoy Avenida de la Constitución– para construir una gran arteria por la que pudieran transitar libremente los coches. Era la época del desarrollismo, en la que se mimaba más el alma de las máquinas que el de las ciudades. De la noche a la mañana, la calle de Calvo Sotelo se quedó pelada, de ahí que el vulgo la motejara por Avenida Kung Fu, por su similitud con la cabeza de aquel monje budista de la serie televisiva que triunfaba en aquellos años. Las protestas ciudadana –sobre todo de mujeres– no sirvió para nada. Una de las activistas más radicales fue la buena Eulalia Dolores de la Higuera, pintora y escritora, que se ató a uno de los plátanos de las indias para evitar que lo cortaran. Pero ni por eso claudicó el alcalde.

Tampoco se pudo evitar la tala de árboles en el Carmen de los Mártires, que había sido comprado para construir un hotel de lujo. Cuando ya estaban casi toda la arboleda cortada, el proyecto se paralizó, probablemente porque los dueños se quedaron sin dinero. Estas y otras talas indiscriminadas –como las que se habían hecho para construir el Camino de Ronda, la de las acacias de Plaza Nueva y la de los cipreses de la huerta de los Escolapios– permitieron que Granada estuviera entre las ciudades españolas con menos zonas verdes. Una polémica similar tuvo lugar en las obras de remodelación de La Chana, cuando se comenzaron a talar árboles y los trabajos tuvieron que ser suspendidos ante las protestas vecinales.

Guantes de plástico tirados en una calle de Granada / A. C.

El auge del plástico

Esta pandemia está dando al traste con campañas que estaban teniendo resultados. En el tiempo anterior al Coronavirus (A.C.) la sociedad parecía estar concienciada en que la acumulación de plásticos en el planeta era perjudicial para nuestra salud. Los supermercados ya controlaban la dispensación de bolsas de plástico y la gente pedía la barra de pan en una bolsa de papel. Pero ha llegado esta crisis y toda esa concienciación se ha ido al garete.

Por las calles se ven tirados miles de guantes de plástico de usar y tirar. Consumimos masivamente geles en botes de plástico y casi todas las mascarillas desechables que se fabrican tienen polímeros que pueden ser perjudiciales para la salud. Pero ahora la salud que se mira es otra y tiene que ver con un bichito que ha preocupado a todo el planeta. Lo que quiero decir es que ahora mismo plásticos de un solo uso que te protegen del virus son desechados a toneladas sin que esté programado cuál es la mejor forma de eliminación.

El Ayuntamiento de Roma, dicen los periódicos, multará con 500 euros a las personas que tiren mascarillas y guantes de plástico. El creciente problema de la contaminación había llevado en 2018 a gobiernos de 127 países a poner en marcha normas contra la utilización de bolsas de plástico y utensilios de un solo uso, según el programa de medio ambiente que había puesto la ONU. Pero el 2018 queda ya muy lejos.

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