Inseguridad y caravanas en el Albaicín: cuestión de clase
Los vecinos del Albaycín se manifiestan por la inseguridad que viven en las calles y por la proliferación de caravanas que acampan ilegalmente
Subo caminando desde Recogidas. Atravieso el centro y me siento segura. Dos coches de la policía nacional están parados en Puerta Real. Dos de la policía local en la escultura de Isabel La Católica, y en el corto trayecto de Reyes Católicos que separa ambos puntos, me cruzo con una patrulla que va caminando. Un coche de la Local pasa en dirección contraria por la Gran Vía. Los miro. Me miran. Dos agentes de la Policía Nacional hacen guardia en la Subdelegación del Gobierno. Al llegar al Triunfo, hay dos coches más de la Policía Local, sus cuatro agentes conversan frente a nuestro Colón particular. Pienso lo bien custodiado que está el centro. Me pregunto, ¿cuánto tardaría en aparecer una patrulla de la policía para multarme si se me ocurriese aparcar en, por ejemplo, la Gran Vía? Me pregunto, ¿cuánto tardaría una patrulla en evacuar una caravana que decidiese aparcar y pasar unos días en, por ejemplo, la Plaza del Carmen?, ¿tres segundos?, ¿cinco?, ¿una décima de segundo?
Lleva rastas hasta la cintura y tres perros que salen del camión como los Miuras del toril. Los dilatadores permiten que del otro lado del lóbulo de la oreja se asome el Veleta. Junto a lo que fue en algún momento un camión refrigerador convertido en caravana, una señal de prohibido aparcar, para más “inri”, de prohibido aparcar caravanas. Con el dedo índice le hago notar que está cometiendo una infracción. Me mira, mira la señal y me contesta que la señal la usa para mear cada mañana. Lleva toda la Semana Santa y ni un solo coche patrulla ha pasado para multarle. Ni a él, ni a las seis caravanas más que ocupan toda la calle. De Alemania la mayor parte de ellas. ¿Cómo han llegado hasta aquí? ¿Han traído la caravana en el avión? ¿Qué permiso de movilidad tienen? Una de las caravanas la ocupa una pareja de alemanes que, me dicen, están de turismo por España.
No sabían que necesitaran permisos, han atravesado el país y nadie les ha parado. Me mira un vecino del barrio. Lleva seis meses sin ver a sus nietos, viven en otra provincia. ¿Quizás si compro una caravana?, me comenta, y pones acento alemán, le contesto. Llamaron a la policía, y la policía se personó, nos dijeron que podíamos quedarnos uno o dos días más, pero que finalmente debíamos irnos. Sí, sí, si ya se nos acaban las vacaciones, obvio, nos vamos. ¿Cuánto tiempo de margen, de benevolencia, daría la policía a esa supuesta caravana que acampara en la Plaza del Carmen, un día, dos?
Pregunto a otro chico que ha aparcado su camión-caravana un poco más atrás. Veinte metros a lo sumo detrás. Lleva un look similar al que ha tomado el poste de la señal de tráfico como tomaría un perro el tronco de un árbol, una farola, la propia señal. Le hago ver que está prohibido. Me dice que en ese punto no existe ninguna prohibición y que la policía le ha dicho que ahí sí puede estar. No es comprensible, no hay ni veinte metros. Llamo a la policía local y pregunto para estar al tanto. Quiero comprobar que sigue vigente la Legislación General de ámbito local del Ayuntamiento de Granada en Ordenanza publicada en el B.O.P. nº 202 del 21 de diciembre de 2009, a la que este periódico dedicótodo un artículo en su momento. En el título II, capítulo XII, artículo 84, punto 2.19 reza: “Queda prohibido aparcar y acampar, sin autorización expresa, en todo el término municipal, ya sea con caravanas remolcadas o autopropulsadas, tiendas de campaña, furgones u otras variantes”.
Pues sí, sigue vigente, ahora denominada: Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público de Granada (B.O.P nº 202, Granada, miércoles 21 de octubre 2009, artículo 84, 2.19), el mismo texto. Una ley pionera en España, puntualiza el agente orgulloso de ella. Descubro además el artículo 58 del Capítulo VI, denominado Necesidades Fisiológicas, muy adecuado para el chico inquieto de los canes: “Está prohibido hacer necesidades fisiológicas, como por ejemplo defecar, orinar, escupir, en cualquiera de los espacios definidos en el artículo 3 de esta Ordenanza como ámbito de aplicación objetiva de la misma”. Sigo bicheando la ley y encuentro el Artículo 7 del Capítulo II, Dignidad de las personas y actitudes de intransigencia: “Deben evitarse todas las actitudes, individuales y/o colectivas, que atenten contra la dignidad de las personas y velar para que no se conculque la dignidad de terceras personas, de hecho o de palabra, mediante insultos, burlas, molestias intencionadas, agresiones o hechos análogos, coacción moral psicológica, física o de otra clase”.
Leo en el punto 3 de este mismo artículo que le corresponde a la autoridad municipal velar por el derecho a vivir dignamente por las calles de nuestra ciudad, sin temor a sufrir agresiones de ningún tipo: “La autoridad municipal también evitará cualquier actitud o práctica que conculque el derecho a la intimidad, a la convivencia ciudadana pacífica, a la libre elección y al uso colectivo de los espacios y bienes públicos”.
Todo está legislado. Es entonces un problema de clase. Clases siempre las ha habido, y ha diferenciado individuos y zonas. No campan donde saben que la policía es una constante, sino en donde salen tranquilos de su cubículo cada mañana con los residuos de la noche para volcarlos contra la muralla Nazarí del siglo XIV. La policía raramente patrulla esa zona.
Como en algunos pueblos costeros, que lucen un paseo marítimo de dulce, pero en cuanto te adentras en una de las calles fuera de ese paseo, corres el riesgo de desaparecer en un socavón, aquí ocurre igual. Cuidamos lo que se ve, y descuidamos lo demás. Las leyes se aplican a rajatabla en unos barrios y en otros se relajan, hay que ser tolerantes. La presencia policial se concentra en un punto, y en otros no tanto. No es necesario salir al extrarradio. Dos calles más allá de la Gran Vía, los portales desaparecen bajo garabatos y grafitis. En nuestro barrio más internacionalmente popular, Patrimonio de la Humanidad, es evidente la poca presencia de la autoridad municipal, cuando los vecinos han tenido que auto protegerse creando patrullas vecinales, “Patrullas de acompañamiento”, las llaman.
Manifestación
Cada día a las 7:30 en la Plaza de San Gregorio se citan para acompañar a los vecinos y a las vecinas que así lo necesiten para llegar hasta su casa. Siempre ha habido clases. ¿Cómo, si no, puede permitirse que en un barrio como el Albaicín ocurra esto? A lo largo de la historia el barrio se ha defendido solo. Porque, y a pesar del turismo o la popularidad, no ha sido ni será Puerta Real, nombre que, por otro lado, no cruza fronteras y sólo conocen los granadinos. Por mucho que los vecinos del Albaycín paguen el mismo IBI que los vecinos de Gran Vía, parece que no tienen derecho a las mismas prestaciones. Bandas organizadas, me comentan, se mueven impunemente por el barrio. Han arrastrado del bolso a vecinas, trabajadoras, casas robadas de vecinos sanitarios, mientras estaban en el hospital de guardia. Clavículas rotas, piernas… Vecinos hartos de vivir con miedo en su calle, en su propia casa.
“Los yonkis de los ochenta y los noventa tenían dignidad, no atracaban a las trabajadoras del barrio”, me comenta una vecina. Hay que ponerse de acuerdo para defenderse, para acompañarse, para pasear los callejones. Una historia vieja. El barrio sobrevive gracias a los vecinos. Una solidaridad modélica que ha sido siempre marca del Albaycín, pero un ejemplo triste para una ciudad que incumple en sí misma sus propias ordenanzas.
El miedo es indigno. Caminar con miedo de vuelta a casa, o hacia el trabajo, es indigno. Vivir con la amenaza del “sé donde vives” es indigno, verte arrastrada por el empedrado frente a la puerta de tu propio domicilio es indigno, encontrarte desvencijada tu vivienda al volver del trabajo es indigno, y que la policía “no sea más que marketing en el Albaycín”, en palabras de alguien de dentro del Ayuntamiento, es indigno. Y la ley, no sólo la nacional, sino como descubro, la local, debe proteger al ciudadano contra los actos indignos.
Ayer domingo los vecinos protestaron, una vez más, como tantas otras. Se han convocado, a través del whatsapp, de la misma manera que han formado las “Patrullas de acompañamiento”. “Manifestación con Cacerolada”, por un Albaycín seguro. El punto de salida fue Plaza Larga, el de destino la Subdelegación del Gobierno: “¡Acabemos con esta oleada de delincuencia que asola nuestro barrio! ¡Exigimos seguridad!”, podemos leer en el cartel de la convocatoria. Tal vez desde la Subdelegación consideren que, tal y cómo reza la Ordenanza, es a la autoridad municipal a quien atañe la cuestión, tal vez desde el consistorio consideren que se trata de la autoridad nacional la que debe ocuparse de hacer cumplir las leyes.
Entre tanto, los vecinos, a no ser que se protejan a sí mismos, seguirán conviviendo con lo indigno. El “lasser passer” ha propiciado que se instaure en la ciudad una delincuencia que va tomando posesión en los distintos estamentos, como una tela de araña, como un cáncer que carcome, y cuando se quiera actuar, será demasiado tarde. Quizás ya sea demasiado tarde. Parece que la ciudad aún dormita, mientras desde lo más minúsculo, como caravanas copando las aceras, cortes de luz constantes en ciertos barrios por el cultivo de la marihuana, tener que auto protegerse en patrullas vecinales para llegar sano y salvo, a copar los estamentos más altos, va un paso sin demasiado abismo por medio. De sobra lo sabemos. Hemos visto películas sobre las mafias y su modus operandi.
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