¿Se pueden plantar pimientos de Padrón en Marte?

Ciencia en el instituto

El IES Zaidín Vergeles desarrolla un proyecto para enseñar el método científico a alumnos de Secundaria y Bachillerato con la colaboración de centros del CSIC

El laboratorio del centro acogió un pequeño cultivo en 'suelo marciano' creado por los propios estudiantes

Los alumnos junto a Antonio Quesada en el laboratorio del IES Zaidín Vergeles. / Carlos Gil

Una película, un pedido a Amazon de 8 euros y una reflexión. “El sistema educativo se centra en enseñar desde la seguridad, desde una idea preconcebida. Aquí se enseña desde la incertidumbre”. Candela, futura arquitecta que ahora cursa primero de Bachillerato en el IES Zaidín Vergeles de Granada, formula esta aseveración rodeada de algunos de sus compañeros el pasado curso de la asignatura Biología y Geología. Junto a científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) abordaron cómo determinar, mediante el método científico, las posibilidades de supervivencia de distintas especies en Marte.

Para ello tuvieron que simular las condiciones marcianas y ofrecer resultados que fueran consecuencia de aplicar el método científico. Porque el objetivo docente no era descubrir si se pueden plantar pimientos –o patatas– en otro planeta. Se trataba de cómo plantear una pregunta y cómo darle respuesta desde un laboratorio. Hace dos años el instituto desarrolló un proyecto sobre exoplanetas. La continuación de aquella iniciativa era ‘aterrizar’ sobre un planeta –en este caso Marte– y plantear un nuevo proyecto. Al profesor Antonio Quesada se le ocurrió la idea de que sus alumnos se enfrentaran a determinar las posibilidades de supervivencia tras visionar, en una clase, la película Marte, en la que el astronauta –Matt Damon– se las ve y se las desea para sacar adelante un cultivo de patatas. “¿Por qué no plantamos papas?”.

Se acotó el proyecto a través de dos cuestiones: si son viables los cultivos de plantas –concretamente dos especies, arabidopsis thaliana y capsicum annuum, popularmente conocida como pimientos de Padrón– y la supervivencia de bacterias en condiciones similares a las que se dan en Marte. Los alumnos se dividieron en grupos y cada uno de ellos tuvo en sus manos la pregunta y el método científico para determinar una respuesta. Las conclusiones – como ocurre en los centros de investigación– se redactaron y se materializaron en papers publicados –en inglés– en su propia revista científica, la High School Students for Agricultural Science Research, que suma ya ocho números y se publica por la Estación Experimental del Zaidín (EEZ), que pertenece al CSIC y que colabora, dentro de su labor de divulgación científica, con centros educativos de la provincia.

Nuño Gutiérrez y Paula Duro. / Carlos Gil

Con Manuel Espinosa, investigador del EEZ –al igual que Carmelo Ruiz y José Manuel Palma–, se abordó qué condiciones son necesarias para que sobreviva una bacteria. Gracias a la instrumentación enviada a Marte se conoce la composición tanto de la atmósfera como del suelo de este planeta, cuestiones que se reprodujeron a escala –y de la forma más económica posible– en el instituto. Se compró un saco de escoria volcánica, con un coste de 8 euros. Algunas piedras se machacaron para tener polvo. Otras se dejaron más o menos enteras. Todas se esterilizaron. “No son diapositivas. Trabajar así te incita a pensar”, reflexiona Nuño, futuro médico.

Gracias a la colaboración del Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (IACT),mixto entre CSIC y Universidad de Granada, se determinaron las diferencias y similitudes entre el suelo marciano y el ‘creado’ por los alumnos en el laboratorio. Se determinó –mediante técnicas como difracción de rayos X o fluorescencia– que la bolsa de roca volcánica comprada Amazon, tras ser tratada, podía ser candidata a simular el suelo marciano.

Una vez ‘creado’ el suelo, se echo mano de las condiciones de atmosféricas. “Sometimos a las bacterias a todo tipo de perrerías”, relata con humor Espinosa. Los compuestos químicos, las bajas temperaturas y otras condiciones –luz, agua– sirvieron para determinar las posibilidades de supervivencia en otro planeta de las bacterias elegidas para los experimentos. Todo se anotó y sirvió para sacar conclusiones.

José Manuel Palma, de la Estación Experimental del Zaidín, recuerda que el conocimiento tiene como base lo desarrollado por otros, lo que ya está en los libros –“Newton decía que se había apoyado en hombros de gigantes”–, pero que se requiere seguir con nuevas dudas e inquietudes. Experiencias como ésta, en centros de Secundaria, pueden tener su recorrido científico. “El junio publicamos un artículo sobre antioxidantes de la granada que tuvo su origen en un proyecto de alumnos de primero de Bachillerato en 2016”, reseña.

Antonio Zamora, en el laboratorio. / Carlos Gil

Palma también destaca que pese a que el instituto desarrolló el proyecto en el laboratorio, éste “parece más una sala de estar”. Los alumnos tenían la oportunidad de trabajar también en los recreos, y allí solían encontrarse con otros estudiantes de cursos inferiores que curioseaban entre los cultivos de control y placas de petri. “Los de primero de ESO empezaron a venir a regar las plantas”, recuerdan los jóvenes científicos.

“El problema de enseñar ciencia” en un instituto, prosigue Quesada, “es que no hay mucha diferencia entre cómo se imparte Historia de España y Biología”. Se limita a una sucesión, más o menos extensa, de conocimientos. De los “asentados”, como los definió Candela. “En el método científico se trabaja poco”, arguye el docente.

“Con que sepan cómo se trabaja en un laboratorio, que la ciencia es algo que se trabaja todos los días y despertar su curiosidad, el objetivo está más que cumplido, destaca Espinosa de un proyecto en el que, para Quesada, “lo menos importante son los resultados, lo importante es el procedimiento”.

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