Jorge Luis Borges, ciego en Granada
La Alhambra se le representaba al escritor argentino como una revelación de lo perfecto Un veinteañero autor de 'El Aleph' visitó Granada junto a su familia y en 1976 lo hizo con María Kodama
LA Alhambra fue para Borges una revelación de lo perfecto», dijo la viuda del escritor argentino y presidenta de la Fundación Jorge Luis Borges, María Kodama, durante su última estancia en Granada, en recuerdo emocionado de la visita que la pareja, Borges y Kodama, realizara a los palacios nazaríes en 1976. Kodama recordaba que el escritor ya había visitado con su familia el monumento cuando tenía veinte años, antes de perder la vista. Y deseaba compartir con su compañera aquel lugar, que aún mantenía vivo en la memoria. La compañera del escritor fue sus ojos físicos, porque la Alhambra se mantenía en la inmensa retina mental del autor de El Aleph.
En una de las murallas de la entrada al conjunto monumental, en la Alcazaba, hay una placa que recoge una frase célebre extraída de un soneto del poeta mexicano Francisco de Icaza, que dice: Dale limosna mujer,/ que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada. Kodama le describió a Borges el lugar donde se encontraban y leyó el texto sin pensarlo. Apenas pronunciado se sintió muy mal, y el escritor trató de consolarla diciéndole que ella sería sus ojos ese día. Borges percibió inmediatamente su temor y con una inmensa ternura y refiriéndose a la ascendencia japonesa de María, cogiéndole la mano, le dijo: "No te sientas mal. Tú me la enseñarás con los ojos de otro Oriente". Borges seguía la máxima del cineasta granadino José Val del Omar, aquella que dice: «Ver es el conocimiento y no la visión".
Borges recurrió a la historia y a las sensaciones olfativas, táctiles y auditivas para evocar sus recuerdos de los palacios mientras Kodama le detallaba los lugares que ella estaba viendo por primera vez. Y fruto de esa experiencia nació el poema Alhambra, que actualmente está también inscrito en uno de los muros de entrada al monumento. "…Que la tarde que miras es la última", dice al final el poema de Borges, fechado en Granada en 1976, diez años exactos antes de su muerte. Probablemente, intuía, al salir de la Alhambra con melancolía y desgana, con cansancio de hombre viejo y ciego al que la celebridad le acumula viajes agotadores, presencias de desconocidos, horas de abatimiento en habitaciones de hotel, que ya no volvería nunca a ese palacio tan claro en la memoria, tan hecho de niebla y de voces en el regreso. Con frecuencia escribía sobre las cosas que hacemos inadvertidamente por última vez: cerrar una puerta que ya no cruzaremos de nuevo, un libro que no tendremos ya tiempo de abrir. Comprendería que se estaba despidiendo para siempre y no sólo de la Alhambra sino también, de algún modo, del recuerdo venerado de su visita de tantos años antes, cuando su padre vivía y su madre era joven, cuando él mismo era un muchacho miope y tímido, asustado del mundo, enfermo de literatura. El granadino Francisco Ayala se quedó fascinado por el poema alhambreño de su amigo Borges, a quien se encontró en Buenos Aires. Había leído en La Nación el poema. "Es un poema conmovedor. La radiante, deslumbradora luminosidad de la Alhambra está 'vista' por el ciego mediante los sentidos restantes. Tampoco ahora ha de rebajar 'a lágrima o reproche' la referencia a su ceguera. Grata la voz del agua / a quien abrumaron negras arenas, comienza, recogiendo a través del oído la impresión del paraje que se niega a sus ojos, para apelar en seguida al sentido del tacto", escribió Ayala en sus escritos sobre los encuentros con Borges.
Y continuó la visita. Tocando las columnas como si fuera posible extraer las historias que oculta la piedra, Borges se refiere al murmullo de las fuentes y al dulce aroma del jazmín en flor para evocar la tristeza que el sultán Boabdil sintió en su último día en la Alhambra, reflejo de su propia tristeza. Ambos supieron que no volverían a verla. En palabras de Kodama lo que más le conmovió a Borges fue el sonido del agua, "porque él amaba el agua y había sido nadador en su juventud, y para él fue como una revelación de la perfección". La pareja se paseó por el Albaicín, escenario de la anécdota de la manzanilla: "Borges paró en un bar porque quería tomar una manzanilla, y cual fue nuestra sorpresa cuando el camarero se presentó con dos infusiones, a lo que dijo que nos habían tomado por dos turistas de Estados Unidos". La pareja también visitó en aquellos años una de las cuevas del Sacromonte, "que no estaban preparadas para el turismo, y en la que no había ningún extranjero, y de pronto empezamos a escuchar como un rumor, como una oración, y eran los gitanos que nos rodearon y empezaron a cantar". "Borges lloraba de emoción, porque una de sus grandes preferencias musicales era el flamenco y sobre todo la zambra", rememoraba Kodama.
Más allá de la visita del autor de El Aleph a la Alhambra, la cultura árabe tuvo una gran presencia e influencia en la literatura del escritor, "un tema de las muchas conversaciones que mantenía con su amigo el granadino Francisco Ayala", señaló la escritora. La que fuera compañera de Borges recordó que la primera relación del escritor con la literatura árabe su produjo "a través de la inglesa abuela paterna de Borges, quien siempre le leía Las mil y una noches, una obra que le obsesionó y de la que se hizo con las mejores traducciones". Borges medía la importancia de un país o de una cultura por su literatura, por la calidad de sus escritores. Tal fue la importancia que Borges le prestó al árabe que durante su último año de vida quiso aprender esta lengua.
Cosa muy distinta fue su relación con el poeta de Granada, con Federico García Lorca.
"García Lorca me parece un poeta menor, le ha favorecido su muerte trágica. Desde luego, los versos de Lorca me gustan, pero no me parecen muy importantes. Es una poesía visual, decorativa, hecha un poco en broma; es como un juego barroco. Yo no creo que uno pueda ponerlo al lado de Manuel Machado, o de Antonio Machado por ejemplo, o de Juan Ramón Jiménez…, en todo caso no me he sentido muy conmovido leyéndolo, de emociones, uno mide los poetas por la emoción que produce, en el caso de Lorca he sentido agrado, pero nada más, he sentido agrado y a veces sorpresa ante las metáforas, pero nunca me he sentido conmovido…", afirmó el escritor en una de sus muchas entrevistas. Más allá de esas diferencias, que al parecer eran irreconciliables, Kodama al ser preguntada por esta relación señala que "eran dos personalidades diferentes y no hubo entendimiento entre ambos, porque eran dos formas de ser distintas".
Borges había conocido al poeta de Fuente Vaqueros durante su estancia en Buenos Aires. "Pareció un hombre que actuaba, que representaba un papel. Yo he vivido en Andalucía y los andaluces no son nada así. Tal vez pensó que en Buenos Aires debía mantener ese personaje. Bueno, pues cuando yo conocí a Lorca, él era un andaluz profesional. Quería deslumbrarnos. Me dijo que estaba muy preocupado por un personaje muy importante del mundo contemporáneo. Un personaje en el que se podía leer toda la tragedia de los Estados Unidos. Siguió hablando de esa manera hasta que le pregunté cuál era ese personaje. Resultó ser Mickey Mouse. Supongo que intentaba hacerse el vivo", relató Borges de aquel encuentro. Más allá de esta animadversión literaria por el granadino, Borges amó en su mundo bajo los párpados al reino de sus visiones granadinas, una ciudad a la que dedicó uno de sus grandes poemas, en esa última mirada de aquel que observa desde el conocimiento, por encima y mucho más allá de la mirada física.
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