José Miguel Castillo Higueras, el señorito camarada

pasado con presente incluido

José Miguel Castillo Higueras fue doce años concejal del Ayuntamiento de Granada (1980-1992) y durante su mandato se recuperaron varias tradiciones populares

Reavivó el interés por la fiesta de San Cecilio, por la Toma y por la Tarasca, a la que le compró la ropa interior en un sex-shop

En una cafetería de la capital, con una de sus pasiones -los libros- y con esa mirada entre irónica y sarcástica que tanto le define.
En una cafetería de la capital, con una de sus pasiones -los libros- y con esa mirada entre irónica y sarcástica que tanto le define.
Andrés Cárdenas

11 de febrero 2018 - 02:32

Con él no hay manera de empalmar silencios. Habla hacia afuera, viste hacia afuera y vive hacia afuera. Y cuando se raspa esas exterioridades aparece una persona premiosa, irónica y apabullante que encadena soliloquios y que no da a su lengua la ocasión de estarse quieta. Su discurso ya está escrito de antemano y se lo puede contar a usted, querido lector, por si un casual lo ve por la calle. Viene hacia mí con su gorra americana, con sus gafas de sol y su pañuelo anudado al cuello. Su ropa y su aspecto es juvenil a pesar de llevar en este mundo 71 tacos de calendario y haber vivido al menos varias vidas. Ha manejado sus incoherencias políticas (fue del PCE en la clandestinidad, después del PSOE y hasta asesor cultural del PP) de manera admirable, no escondiéndolas, sino aireándolas y aun mezclándolas con esa ironía irreverente que le pone a su vida. "Cuando era del PCE e iba a presidir las procesiones los periodistas me decían que cómo podía ser eso. Y yo les dije que el primer comunista que existió en la tierra fue Jesucristo". Me estoy refiriendo, por supuesto, a José Miguel Castillo Higueras, que fuera durante doce años concejal del Ayuntamiento de Granada y ahora un profesor de la Escuela de Artes y Oficios jubilado que se dedica a leer, pasear y dejar constancia de lo que ha vivido o le ha faltado por vivir.

Antes de quedar con él yo había decido titular este perfil con 'El guardián de las tradiciones', pues han sido varias las tradiciones granadinas que recuperó de las arcas empolvadas de la dictadura cuando estuvo de concejal en el Ayuntamiento. También, gracias a su intervención, algunos edificios emblemáticos no acabaron en la picota. Pensaba que ese era un titular muy adecuado, sobre todo cuando al sentarnos en una sucursal de la cafetería Isla a la que él va a menudo, dice:

-¿A qué no sabes lo que voy a pedir?

-No.

-Pues un par de piononos. Es la tradición.

Después me cuenta por qué se llaman piononos, los ingredientes que lleva y si me descuido hasta la vida completa de Pío IX y Ceferino Isla.

Tradiciones viejas, tradiciones nuevas

Bien. Cuando los socialistas alcanzaron la alcaldía de Granada tras el fallido intento del añorado Antonio Camacho, allá por 1980, no tenían ni puta idea de cómo gestionar las tradiciones, ni qué hacer en las procesiones, ni si había que ponerse chaqué el día de la Toma, ni si había que besar la urna en la que se encuentran los pretendidos restos de San Cecilio. El gobierno progresista que salió de las urnas quería modificar muchas actividades que estaban ancladas en el tiempo y no sabían cómo hacerlo. Fue un joven concejal comunista de una familia bien de Granada el que los sacó del atolladero. Este joven concejal había pertenecido al PCE en la clandestinidad cuando estaba estudiando arquitectura en Sevilla, conocía como nadie la ciudad en la que había nacido y sabía dónde y por qué se habían construido muchos edificios históricos de esta ciudad. Después de estudiar en Sevilla se viene a Granada donde trabaja en el Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos. Se codea en esta ciudad con la élite cultural, con Elena Martín Vivaldi, con Julio Juste, con Juan de Loxa… "Una vez Julio Juste me dijo, oye, podríamos apuntarnos al PCE. Él no sabía que yo ya pertenecía al partido en la clandestinidad". Él era un niño bien que provenía de una familia adinerada y fueron muchas las mentes granadinas que no concebían tal desbarajuste social e ideológico.

Hay una famosa anécdota que retrata perfectamente esas aparentes contradicciones con las que él, sin embargo, vive en total armonía. En plena campaña electoral viene a Granada a Granada Santiago Carrillo y lo primero que hace es llamar a la de su correligionario José Miguel Castillo Higueras. Se pone al teléfono una criada a la que el líder comunista pregunta:

-¿Está el camarada José Miguel?

La criada dice que va a ver y cuando vuelve le suelta al comunista:

-No. El señorito camarada ha salido.

El PCE sacó en aquellas elecciones municipales tres concejales en el Ayuntamiento: Damián Pretel, Juan Mata y José Miguel Castillo Higueras. Al final fue éste último el designado para teniente de alcalde. Y ahí fue donde empezó su labor de rescatar tradiciones ya olvidadas y de salvar parte del patrimonio. "Mira yo creo que un pueblo no es nada sin sus tradiciones. Muchas estaban ya casi a punto de fenecer por la larga dictadura que sufrió este país, así que yo no tenía más que reactivarlas".

Y fue así como rescató del olvido la fiesta de San Cecilio redactando un nuevo protocolo, dio un nuevo impulso a las fiestas del Corpus llenándolas de un contenido diferente y hasta fue a Londres a pujar por el yelmo del Boabdil, que se iba a vender en una importante casa de subastas.

-Al final no pujé porque me dieron el chivatazo, y yo comprobé después, que el yelmo era falso.

José Miguel Castillo hizo que la Tarasca, cuya cabeza esculpida por Luis Molina de Haro estaba olvidada en un trastero, saliera en procesión de manera tan digna que hasta los modistos granadinos pugnaban por vestirla, para que fuera este maniquí quien marcara la moda del año.

-¿Sabes que la Tarasca no llevaba ropa interior? Así que cuando estaba a punto de salir en procesión fui a una tienda de sex-shop y le compré unas bragas y un sujetador. Es que estaba todo cerrado menos esa tienda -dice antes de soltar una carcajada-.

Se jacta (y es para jactarse) de haber tratado de cerca a Joaquina Eguaras, a Antonio Domínguez Ortíz, a Francisco Ayala, a José Guerrero…

-A José Guerrero yo iba a visitarlo mucho a Nueva York. ¿Y sabes lo que me pasó con Manuel Ángeles Ortiz?

-No. Cuenta, cuenta.

-Pues que fui a visitarlo a París y yo le pregunté si conocía a Pablo Picasso. Él hizo una llamada y después me dijo que había quedado con él a las seis en una cafetería. Para mí Pablo Picasso era Dios. Yo era muy jovencito y conocer al pintor malagueño fue una de las cosas más grandes que me han sucedido en la vida. Cuando nos despedimos hizo unos dibujos en un mantel de papel y me los regaló.

-¿Tienes dibujos originales de Picasso?

-Claro. Los guardo como oro en paño.

Ocurrente y refinado

En cuanto al patrimonio de la ciudad, dice que se siente orgulloso cuando recuerda que fue él quien impulso la compra por parte del Ayuntamiento del Palacio de los Córdova, quien declaró monumento local al Palacio de los Patos que iba a ser derruido y quien también puso en contacto a los dueños del carmen de los Mínimos para que pasara a patrimonio municipal. Fue además de teniente de alcalde concejal de Cultura, de Hacienda y de Urbanismo. También se jacta de haber enseñado la Alhambra a varios reyes y presidente de Gobierno de todas parte del mundo.

Pero yo, que lo conozco desde hace años, sé que detrás de esa persona que dispone de una meticulosa pretensión de monólogo, hay un ser que le teme a la vejez y al olvido. Para luchar contra la decadencia de la vida, dice que él se siente cada día más niño y cada vez más joven, como el protagonista de El curioso caso de Benjamin Button.

-Tengo 71 años, pero mi edad mental es de once años, que fue tiempo en que tuve mi primera experiencia sexual. Desde entonces no he crecido. Me gusta codearme con la juventud, primero porque así me mantengo joven y segundo porque pienso que ellos son el futuro.

José Miguel Castillo es una persona ocurrente, refinada, cínica en la más juiciosa acepción del término. Conoce Granada como pocos y observa la vida desde una tribuna cuyos puntos cardinales excluyen la normalidad y la coherencia. Un día llevó a su perro Volcom a que le ayudara a poner discos en una discoteca y de su cuello cuelgan cinco emblemas pequeños a modo de medallas dedicados a los cinco perros que ha tenido. Dice que sigue yendo a Nueva York y que sigue cerrando las discotecas, pero en sus palabras siempre hay ese deseo de dibujar la realidad con la imaginación de sus anhelos. No suele hablar mal de nadie y en sus recuerdos no hay más que personas que son capaces de su admiración: Antonio Jara sobre todas las cosas. Los que le han hecho daño o han tratado de hacérselo los ha olvidado o simplemente cree conveniente no hablar de ellos. Ha cultivado el hedonismo como otros practican el parapente o el paseo en bici. Como 'cultureta' le ha puesto el texto a una preciosa edición de una guía de Granada y en su biblioteca dice que hay miles de libros que ya no sabe dónde poner.

-¿Sabes lo que me agobia? Pues pensar que lo importante no es saber lo que sé, sino lo que me falta por saber.

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