Lápidas que levantan edificios
En Granada, los cementerios hispanomusulmanes fueron profanados y hoy estas sepulturas aparecen por infinidad de sitios
Las ciudades se van conformando mediante un proceso circular de construcción, destrucción y sustitución que, implacablemente, gira a lo largo del tiempo. En muchas ocasiones, las piezas que han formado las construcciones anteriores son reutilizadas en la elevación de nuevos edificios, unas veces debido a la calidad plástica o representativa de las piezas y otras, por el valor intrínseco del material del que están formadas, convirtiéndose en elementos de construcción de bajo coste. Entre las primeras, podríamos citar los fustes romanos del aljibe de la iglesia de San Miguel Bajo o los capiteles romanos, califales y emirales del Bañuelo en la Carrera del Darro, todos ellos material de arrastre de diferentes sitios y que, en su reutilización, llevan implícito el prestigio y el lujo de quienes los encargaron originalmente. Entre las segundas se encuentran una gran cantidad de piezas que componen edificios granadinos del siglo XVI, especialmente iglesias, que los obreros han dado en llamar "piedras moras" y que no son otra cosa más que lápidas sepulcrales hispanomusulmanas.
Si nos damos un paseo por la iglesia de San Cristóbal, en lo más alto del Albaicín, veremos que sus muros exteriores están compuestos de una gran cantidad de piedras estrechas y alargadas que muestran una curiosa decoración de labores geométricas y en alguna ocasión incluso inscripciones en árabe. Al igual que en San Cristóbal, se pueden detectar en los muros del convento de las Carmelitas Calzadas, en la iglesia de San Pedro o en varios sitios de la Alhambra, como la muralla que sube desde la Puerta de la Justicia hasta la Alcazaba o el propio aljibe cristiano, pero muy especialmente en el monasterio de San Jerónimo; lugar donde, precisamente, comenzó todo este proceso de reutilización de las sepulturas hispanomusulmanas para la construcción de nuevos edificios.
En diciembre de 1499 se produce una rebelión de moriscos en el Albaicín, cuyo detonante parece que fue la conversión de una mezquita en iglesia por el cardenal Cisneros. La rebelión, rápidamente sofocada en Granada, tomó vuelos en la Alpujarra y otros lugares del reino, que ponen en bandeja de plata la suspensión de los pactos de las capitulaciones y el comienzo del bautizo forzoso de moriscos, la sustitución de las mezquitas por iglesias y el cierre de los cementerios, convirtiéndolos en ejidos de la ciudad. De este modo, los Reyes Católicos, por cédula otorgada en Sevilla en abril de 1500, conceden a los frailes de San Jerónimo todo el ladrillo y piedra que había en el osario de la Puerta de Elvira para la obra de su monasterio.
Estas lápidas tienen diversa tipología, dependiendo del tipo de enterramiento y del material en que están realizadas. Así, por ejemplo, las lápidas reales localizadas en la Rawda real (cementerio) de la Alhambra, son piezas de exquisita talla realizadas en mármol y compuestas de losas horizontales y estelas epigráficas para la cabecera de la tumba, pero las que nos ocupan hoy, más modestas, son piezas talladas en piedra arenisca de unos diez centímetros de grosor y una longitud que, en el mayor de los casos, puede llegar al metro y medio aproximadamente. Estas piezas más largas se situaban en los costados mayores de las fosas, hincadas en la tierra, dejando al aire solamente la parte decorada y se les denomina bordillos de sepultura. Probablemente, la mayor parte de la piedra reutilizada sería de este tipo y, aunque también se utilizaran estelas, al quedar dentro de la construcción actual no podemos saberlo con seguridad.
Todo este material salía de los cementerios hispanomusulmanes que, siguiendo la tradición romana, se situaban a las afueras de las ciudades. En Granada se han localizado gran cantidad de ellos en el Barranco del Abogado, la ladera Campo del Príncipe, en el barranco de la Sabika, la ladera de San Miguel Alto, en la calle Panaderos y, por supuesto, el más grande localizado hasta la fecha: el de la Puerta de Elvira, del que tenemos algunas descripciones dejadas por el viajero alemán Jerónimo Münzer -que visitó Granada en 1494, antes de la definitiva cristianización de la ciudad- como que se encontraba sembrado de olivos e, incluso, nos describe un funeral en el que "terminando de enterrar un cadáver, sentáronse junto a su tumba un imán que cantaba vuelta la cabeza hacia mediodía, mientras siete mujeres vestidas de blanco esparcían ramos de oloroso arrayán sobre su reciente sepultura".
El hecho es que estos cementerios fueron profanados tras la rebelión de los moriscos de 1499 y hoy estas sepulturas aparecen repartidas por infinidad de sitios y para diferentes usos. Por ejemplo, se utilizaron como lajas para cubrir la acequia real de la Alhambra a su paso por debajo del Palacio de Carlos V, donde se descubrieron al hacer las reformas necesarias para instalar el Museo de la Alhambra permaneciendo allí integradas o, incluso -y esto ha debido ser en tiempos relativamente recientes-, en un pequeño murete de contención de un parterre delante del Palacio de los Córdova, en la cuesta del Chapiz. Un patrimonio que se hace necesario catalogar, proteger y conservar, tanto por su valor histórico y en ocasiones artístico como por respeto de quienes estuvieron bajo esas piedras.
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