Linneo, del latín al supermercado
Carl Linneo estableció las bases fundamentales de la moderna nomenclatura binomial, sistema para nombrar a los seres vivos
Si en la pescadería de nuestro mercado habitual pidiéramos "parrocha" o "chouba" pudiera ser que nos mirasen con asombro, salvo que el pescadero fuera asturiano, gallego o cántabro; y entonces nos vendería unas ricas sardinas. También podríamos pedir albacora, rabol, tongol o simplemente bonito o atún, que con todos esos nombres comunes se le conoce.
Esta cuestión de nombrar con términos locales a las especies de peces, de aves o en general de cualquier ser vivo es un viejo problema al que tuvieron que enfrentarse los naturalistas y científicos durante siglos. Y era un problema, aún cuando la ciencia oficial utilizaba el latín para sus escritos y comunicaciones entre científicos de muy dispares orígenes.
Lo cierto es que hubo numerosos intentos de adoptar un sistema de nomenclatura común, basado en el latín por supuesto, pero la cuestión no era fácil de resolver puesto que en paralelo a los nombres se planteaba la cuestión de cómo clasificar a los seres vivos.
Todo estudiante sabe, y sufre, la taxonomía biológica. Y por supuesto que sabe quién es su padre: Carl Linneo (1707-1778). Linneo estableció las bases fundamentales de la moderna nomenclatura binomial, un sistema para nombrar a los seres vivos que utiliza dos vocablos o términos. El sistema que este naturalista sueco propuso, con algunas modificaciones, permite actualmente nombrar sin posibilidad de error o confusión a la enorme diversidad de seres vivos (o casi). Digo "o casi" porque los científicos suelen hacer cambios en los nombres para mayor gloria de la memoria del insigne sueco. Nuestro estimado Carl (Carlos, para los amigos) es también el padre del sistema de clasificación de los seres vivos; lo uno viene de la mano con lo otro. Nombrar, ordenar, clasificar. La base de todo se encuentra en sus dos grandes obras: Species Plantarum (1753) y Systema Naturae (1758). En latín por favor y en letra cursiva, como mandan los cánones académicos.
El éxito de la propuesta de Carlos le permitió alcanzar una gloria inmensa en vida. Se le llamó "El príncipe de los botánicos" y "El Plinio del Norte". Lo alabaron Goethe y Rousseua. Parece que se llegó a decir de él que "Dios creó y Linneo nombró". Él dejó escrito que "si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas". Era, ciertamente, un varón que no ocultaba su gloria y méritos. Su imagen clásica bajo la peluca blanca (de 1775) es la habitualmente transmitida en los libros, pero hay otros retratos menos conocidos como los de su boda (en 1739) o vestido con ropas laponas (en 1732), pero siempre posando con un pequeño ramillete de flores que se convertiría en su emblema personal. La planta en cuestión fue renombrada, en su honor, como Linnaea borealis.
Y es que esto de los renombres, de cambiar el nombre, parece que estaba ligado a nuestro eminente Carlos. Expliquémoslo. El padre de Linneo se llamaba Nils Ingemarsson Linaeus. Este segundo apellido lo escogió tras latinizar el nombre sueco de "lind", que significa tilo. Al parecer en sus tierras había un gran tilo y de ahí se inspiró. Curiosamente Nils era un gran jardinero y su hijo Carlos siguió la tradición familiar. Con estos antecedentes nuestro futuro científico fue bautizado como Carl Nilsson Linaeus; aunque a él le gustaba la latinización de Carolus Linnaeus. De ahí deriva nuestro Carl Linneo o Carlos Linneo. Y por último, en 1761, pasó a llamarse Carl von Linné porque fue ennoblecido por el rey de Suecia y adoptó este nuevo nombre. Ya saben la manía que tienen los taxónomos en cambiar los nombres, hasta los suyos.
Como todos los grandes hombres de ciencia, Carlos también tuvo ideas que hoy no comprenderíamos. Por ejemplo era un firme defensor de la inmutabilidad de las especies. Linneo escribió "Unitas in omni specie ordinem ducit ( la invariabilidad de las especies es la condición para el orden natural). Sin embargo al final de su vida sugirió la idea que especies próximas podían haberse originado por hibridación, tras la creación del mundo por Dios. Sus creencias religiosas eran muy profundas, basadas en una teología naturalista muy en moda en el siglo XVIII: Creationis telluris est gloria Dei ex opere Naturae per Hominem solum ("La creación de la Tierra es la gloria de Dios, tal como sólo el Hombre lo contempla").
Y dirán ustedes que todo este latín, todos estos nombres en cursiva, todo esto no se ve por ningún lado… bueno solo para el tormento de los estudiantes. Se equivocan. Lo tienen en su pescadería, en su supermercado, en su cocina y en su despensa. Miren detenidamente en el etiquetado de las bandejas de pescado de la pescadería y podrán encontrar el nombre "científico" (en la nomenclatura binomial de nuestro viejo amigo Carlos Linneo) de la especie que compra y consume; también lo verán en los mariscos. Lo hallarán en múltiples latas de conservas de pescado, crustáceos y moluscos, en las preparaciones precocinadas congeladas de muchos productos; también en conservas de vegetales, en latas y botes de cristal de setas y otros productos. En fin en multitud de productos que llevamos a nuestras casas y cocinas. Lean las etiquetas, y junto a la importante información nutricional, podrán leer en latín. Los champiñones se convierten en Agaricus bisporus, los mejillones en Mytilus galloprovincialis, la caballa en Scomber japonicus, etc. Tras estos nombres latinos hay información interesante sobre su origen o características, pero eso lo trataremos en otro momento. Ahora recuerden que Carl Linneo y su nomenclatura binomial nos contemplan desde nuestra despensa. Latín y supermercado, un interesante maridaje.
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