Cuando la Luna iba a ser de España

Desde el inicio de los tiempos, la Luna ha desatado la imaginación del hombre. La llegada en 1969 acabó con todos los sueños

La Luna, territorio español (Dibujo del autor).
La Luna, territorio español (Dibujo del autor).
Manuel Fernández González

25 de junio 2013 - 01:00

LA Luna, distante y al mismo tiempo cercana, misteriosa y sin embargo familiar, ha desatado la imaginación del hombre desde el comienzo de los tiempos. Pese a que la ciencia ha ido poniendo coto a todas las fantasías surgidas, aún en el siglo XX muchas personas creían por ejemplo en la existencia de habitantes allá arriba. La llegada del hombre a la Luna en 1969 acabó con todos los sueños. Fue un hito histórico, con implicaciones tecnológicas, políticas y emocionales.

¿Hay algún antecedente comparable a este? Retrocediendo en el tiempo nos encontramos en 1783 con un acontecimiento similar de enormes repercusiones: la primera ascensión en globo (ver Ciencia Abierta de 19-03-2013). El hombre alcanza entonces su deseo ancestral de viajar por el aire. La conmoción del acontecimiento rebasa fronteras. Enseguida se desencadena la fiebre de volar y los ascensos en globo se multiplican ante la admiración del público que acude en tropel a contemplar tales prodigios. Primero en París y luego en otras capitales europeas como Madrid y Londres. Precisamente en esta última comienza la historia que voy a contarles, recogida de un documento que me pasó para su uso un historiador amigo, el profesor Carrillo Martos.

Por aquel entonces residía en Londres un noble español, vinculado al Gobierno, el caballero López de Vega, nombre de resonancias literarias evidentes. Impresionado por los acontecimientos aerostáticos que presencia en la capital británica, idea un singular proyecto para mayor grandeza del Reino de España. El proyecto, que rememora la hazaña histórica de Colón, consistía en organizar una expedición hacia la Luna, en la que un cuerpo de voluntarios viajaría en una flota de globos. Una vez en la Luna, se procedería a tomar posesión de ese vasto territorio en nombre del Rey y así quedaría incorporada a los Dominios de España.

El 17 de agosto de 1787 el caballero de Vega pasa a la acción y escribe una carta sobre este asunto al Conde de Floridablanca, a la sazón Secretario de Estado de Carlos III (Archivo General de Simancas. Estado. Inglaterra, leg. 8145). En ella expone sus ideas para que le sean transmitidas a su Majestad con la urgencia propia del caso: "Me alegraré saber quanto antes qual es la voluntad del Rey y si es de su Real agrado disponga yo aquí una expedición de globos para que vayan por el aire". Los beneficios a la Corona que puede aportar el proyecto no son menores: "El Rey podrá gloriarse con su ayuda de ser el primer descubridor del territorio de la Luna…". Con tan grandes beneficios en perspectiva, es justo también pensar en sí mismo, por lo que nuestro protagonista sugiere que "… quando resuelva tomar posesión de aquel vasto continente pido a V.E. le recuerde mis servicios para el empleo de Virrey de aquel hemisferio, que será como un apéndice para el Imperio Español".

¿En qué quedó todo aquello? No hay ningún indicio (o al menos yo no lo tengo) de que el Excelentísimo Sr. Conde de Floridablanca, ni su Católica Majestad Carlos III de España atendieran y avalaran el proyecto.

¿Hubiera sido factible? Pues no. Hoy día sabemos que antes de los 10 km de travesía se habrían presentado problemas de envergadura. Veamos. Al separarnos de la superficie la densidad del aire se reduce y, por tanto, hay menos oxígeno (los alpinistas han de llevarlo en botellas), a lo cual se une una fuerte bajada de la temperatura (a la altura de un vuelo comercial puede haber - 50ºC). El cuerpo expedicionario se enfrentaría, pues, a un riesgo muy serio de perder la vida por asfixia y congelación. Como, además, la presión atmosférica disminuye al ascender, llega un momento en que no puede contener la presión del aire interior del globo (a menos que se deje escapar). Por ello los globos estarían en continuo peligro de reventar. A alturas mayores, si se sobrevive, surge otro hecho más determinante: el globo ya no asciende porque el empuje, o fuerza que interviene en la subida, depende de la cantidad de aire desalojado y a varios cientos de km de altura ya no hay aire, la atmósfera ya no existe.

Y esa es toda la historia. Puede que el relato ofrecido nos haya dejado un cierto sentimiento de frustración por la ocasión perdida. Pero tenemos el consuelo de que por mucho que la ciencia se empeñe en afirmar la imposibilidad de la hazaña, la imaginación no se rinde y sigue trabajando. ¿Y si hubiéramos conquistado la Luna? ¿Se imaginan cómo hubiera cambiado el curso de la historia? Nuestra nación habría adquirido la consideración de gran potencia internacional, vigilando permanentemente el mundo desde allá arriba, iluminando de noche con nuestra luz a todas las naciones, y poniendo nuestra Luna a disposición de los poetas de los cinco continentes. ¿Y qué hubiéramos hecho entonces al llegar los astronautas del Apolo XI? Pues, como no podía ser de otra manera, cobrar a Armstrong y Collins el peaje correspondiente por el módulo lunar. Faltaría menos.

Pero volvamos a la dura realidad… En lugar de todo eso ¿qué ocurrió? Pues lo que estaba previsto: que al final nos quedamos sin Luna y sin Virreinato.

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