EL MONUMENTO A AGUSTÍN LARA

Eran íntimos amigos Agustín Lara y el poeta granadino Manuel Benítez Carrasco. Cualquier ciudad medianamente lista hubiera montado junto al monumento costeado por el empresario mejicano Jaime M. Benavides Pompa, un santuario de peregrinación creando un bonito atractivo turístico, unos cuantos puestos de trabajo y más vida al entorno de la Plaza del Ángel en el popular barrio del Zaidín-Vergeles. Pero como tenemos la Alhambra… pues, ya está.
Tal vez nunca un compositor fue tan popular y tan querido como aquel flaco, coqueto y bien peinado Agustín, enamorado de María Félix (María Bonita), que se inspiraba a caballo entre la intuición y la referencia oral, entresacando temas con tan equilibrada dosis de sencillez, letra romántica, melodía pegadiza y títulos entrañables que, obligatoriamente estarían condenados a la inmortalidad. Y es que son estos los ingredientes de lo sublime, de lo imperecedero, de lo intemporal; de lo que llega al pueblo, que no necesariamente tiene que curtirse frecuentando conservatorios, odeones, ni encopetados auditorios para hacer grandiosa y popular una melodía que acaba tarareando todo el mundo por cercana y emotiva.
Nació Agustín María Carlos Lara Aguirre del Pino en 1897, aunque su coquetería hace dudar a los biógrafos entre esta fecha y la de 1890; y en la querida Méjico, en el mismo país que el otro poeta, Francisco de Asís de Icaza, también embajador entrañable de nuestra Granada, que vino en 1922 con su amada Beatriz y, compadeciéndose del pobrecito ciego, dedicó a la ciudad aquellos populares versos grabados al pie de la Torre de la Vela: "Dale limosna mujer...". Dos mejicanos que merecían monumentos públicos, pero bien cuidados.
No conocía Agustín Lara nuestra bella tierra cuando compuso su Granada, que acabó siendo nuestra Granada y luego la de todos: verdadero patrimonio de la Humanidad. Parece que fue el enfermo de la cama de al lado, granadino por suerte, el que durante su estancia en un hospital le fue describiendo las excelencias granadinas, incluyendo la belleza de su hembras. La fiebre debió magnificar aquellos comentarios y el resultado fue ese conocido himno local de melodía fácil, aunque de entonación más complicada. La cantaron miles pero ninguno como Mario Lanza. La última vez se la oí a la lituana Elina Garança, espectacular. Granada es nuestro carnet de identidad musical en el mundo entero.
Agustín Lara con Lorca del brazo y la Alhambra de testigo, tendrán que ser admitidos como nuestros más universales embajadores. Porque fue en Granada, bajo el mocárabe de los Abencerrajes, donde el gitano de la vara de mimbre abrazó a la granadina que conserva el embrujo de los ojos moros, muy probablemente en una Noche de Ronda.
Tenemos que seguir recordando a este inmortal mensajero de lo nuestro, de nuestra "tierra soñada y llena de lindas mujeres"; nombrado granadino adoptivo a título póstumo y al que tenemos dedicado este descuidado monumento en bronce, regalo del grupo económico mejicano Benavides en la Plaza del Ángel, al final de la calle que lleva con orgullo el nombre de Agustín Lara. Y además, en otro gesto póstumo su viuda Yolanda Gasca donó los derechos de autor al municipio granadino.
Por eso no debía faltarle nunca un agradecido ramo de "rosas de suave fragancia". Sin embargo se "adorna" de pintarrajos y desconchones que hacen ilegibles las cartelas del pedestal, entre ellas un bello poema del poeta albaicinero Manuel Benítez Carrasco.
El carillón del reloj del Ayuntamiento nos recuerda cada hora a Agustín Lara dando su toque de Granada, tierra soñada, y diciendo al granadino aquello de Piensa en mí aunque sea Solamente una vez.
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