El Maristán de Granada
Patrimonio en vivo
En el resultado final, nada hay que huela, ni de lejos, a improvisación o a ese tipo de ocurrencias tan de moda en el ámbito de la restauración patrimonial.
Granada/En los primeros años 60 del siglo XIV, Muhammad V, probablemente el rey más importante de la historia de Granada, fundó el Maristán, un edificio situado en el rabad Axaris, el “barrio de los elegidos” donde se recogía la tradición y el conocimiento sanitario de los bimaristanes islámicos, palabra de origen persa que se podría traducir como casa de enfermos y con la que se identificaba a los hospitales públicos.
Al poco de la conquista castellana dejó de ser hospital, se transformó después en fábrica de moneda y acabó en una ruina en manos de la Administración Pública. Esas dos circunstancias convirtieron sus intentos de restauración en una larga historia que puede que cumpla para estas fechas los treinta o cuarenta años.
Finalmente, y gracias al Patronato de la Alhambra que ha financiado las obras, se ha terminado la primera fase de un complicado proceso al que aún le quedan importantes capítulos para llegar a su fin.
El principal problema residía, como ya he dicho, en la gran dificultad para encontrar fondos públicos, pero, además, en el complejo debate patrimonial que se establecía en las propuestas sobre un edificio del que, en principio, poca cosa quedaba; parte de su crujía sur, cubierta con una simple chapa de protección y los restos arqueológicos de su crujía de levante y del albercón central. En lo que quedaba, además, se mezclaba parte del edificio original del hospital y parte de las instalaciones de la fábrica de moneda.
Acometer el trabajo de restauración implicaba, por tanto, un intenso debate científico en el que, para colmo, las opiniones de técnicos e investigadores eran, como casi siempre, variadas.
En principio, al menos, en la metodología de investigación sí había un consenso; considerar la arqueología como la base científica imprescindible y previa para conocer de forma rigurosa el objeto a restaurar. Así las intervenciones arqueológicas han sido variadas, siendo la última, la desarrollada por Ángel Rodríguez Aguilera.
Hoy se puede decir que el proyecto de ejecución definitivo ha tomado en consideración de forma precisa la investigación previa desarrollada, estableciendo las modificaciones necesarias a partir de esa información. Un feed back loop que, aunque parezca una verdad de Perogrullo, sigue siendo complicada de asumir por algunos arquitectos anclados en una inexplicable soberbia profesional.
Una vez cubierto este requisito del protocolo, el asunto seguía siendo complejo: una cubierta de la que poco o nada se sabía, los pilares o pies derechos existentes al borde del colapso, muros de tapiales casi desaparecidos o sin capacidad portante, superposición de fases históricas distintas… En fin, los problemas e interrogantes que suelen ser habituales en una restauración y a los que hay que dar respuesta con coherencia, lógica y rigor sin que el resultado se convierta en un catálogo inconexo de soluciones de manual o de aplicación acrítica y estricta de la norma.
El resultado final que hoy se puede ver, como el mismo proceso, es complejo y manifiesta con relativa transparencia, que el arquitecto, Pedro Salmerón Escobar, ha ido enfrentándose a cada uno de los problemas y dándoles solución a partir de un proceso de reflexión intelectual profunda y sistemática. Nada hay, nada, que huela, ni de lejos, a improvisación o a ese tipo de ocurrencias tan de moda en el ámbito de la restauración patrimonial.
Las soluciones son complicadas pero coherentes; la cubierta confirma su carácter hipotético, volando sobre la estructura y alejándose de ella sin exageraciones ni estridencias, los pilares se han desmontado para volver a montarse en el laboratorio; anastilosis pura, con un ligero tinte en los morteros para alejar el riesgo de la reconstrucción prístina, los muros de tapial aparecen en su consistencia y su textura original a través de “ventanas arqueológicas” que se abren en los paramentos reconstruidos, los hornos de la fábrica, integrados en la obra final… en fin un trabajo concienzudo, metódico, riguroso que exige una lectura similar y que demanda quizás algo de apoyo textual o gráfico para entender en su justa medida el complejo proceso y el por qué de algunas cosas, por ejemplo, por qué quedan hastiales en el arranque de las crujías laterales que no están terminadas.
También quizás sea ese punto del “no terminado” lo único que se le puede reprochar a la obra en su primera fase, la incoherencia de partir proyectos en varias fases, no solo en su ejecución sino incluso en la elaboración del proyecto, algo que puede estar justificado desde los procedimientos contables de la Administración Pública o la Ley de Contratos, pero insólito desde el punto de vista de la restauración de un elemento patrimonial de tal envergadura que demanda unidad y coherencia en los proyectos y en sus autores. No imagino yo parar una operación de corazón para sacar a concurso la segunda fase por mucho que la Intervención Delegada lo requiera.
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