Mateo Revilla, el hombre tranquilo

pasado con presente incluido

Mateo Revilla estuvo 19 años al frente del Patronato de la Alhambra

Estaba convencido de que su labor era preservar el monumento y para eso se enfrentó a los colectivos que se oponían a su gestión

Ahora da paseos por la sierra, lee mucho y da clases sobre arte

Una de las imágenes históricas que atesora la hemeroteca de la Alhambra: la visita de Rafael Alberti.
Una de las imágenes históricas que atesora la hemeroteca de la Alhambra: la visita de Rafael Alberti.

El secreto de su buen envejecer está en la humildad con que mueve las manos, la tranquilidad con la que menea la cabeza, la elegancia con la que escucha y, sobre todo, en esa sonrisa que emite antes de afianzarse y dar su opinión en un tema de la conversación. Mateo Revilla fue un día el 'sultán de la Alhambra', como lo llamábamos los periodistas, y hoy es un hombre feliz (en el machadiano sentido de la palabra) que inaugura el día con un paseo por la sierra de Alfaguara y lo concluye impartiendo un taller de lectura en una biblioteca pública sobre la apreciación del arte.

Nuestra cita es una cafetería del centro. Él vive en Alfacar y aprovecha que está de papeleo en la capital para concederme el beneplácito de un café a media mañana. Viene hacia mí con su característica sonrisa, sus valleinclanescas gafas y una bufanda gris que le da un aire de profesor jubilado, que es lo que es. La ventaja de conversar con un viejo conocido con el que has compartido charlas anteriores, es que sabes cómo piensa y no tiene por qué contarte su vida, entre otras cosas porque casi toda está escrita, bien en la memoria o bien en las hemerotecas.

Que llega el comisario

Mateo Revilla nació en Beas de Segura en 1948, el pueblo donde también nacieron Joselito y Julio Juste, por ejemplo. Tiene, por tanto, setenta años. Le dio por el arte y se vino a estudiar a Granada. Anduvo metido en política (en una cédula del Partido Comunista), tuvo algunos problemas con la policía franquista, desertó del PCE y Felipe Alcaraz lo sacó como personaje malo en una de sus novelas. Se doctoró en Historia del Arte y ha sido profesor titular de esa materia en la Universidad de Granada. A pesar de que nunca se afilió al PSOE, su paisano Javier Torres Vela lo nombra en 1984 viceconsejero de Cultura y después comisario de la Alhambra. Torres Vela confía en él para poner orden en la hasta entonces irregular gestión del monumento, que no tenía dirección efectiva ni libros de contabilidad. Es entonces cuando llega Mateo Revilla para tratar de meter en cintura a todos aquellos que no tenían respeto a la Historia y creían que el monumento nazarí era tan ancho como Castilla. El primer día de su mandato dicta una circular prohibiendo las cenas frías, bufetes y demás festines que, por tradición, intelectuales, notables y políticos venían realizando en los jardines de la Alhambra. Elimina la anómala repartición del dinero a los trabajadores. Seguidamente traslada al gerente que había a la delegación de Cultura; contrata, mediante concurso público (se acabaron los enchufes), a cuatro personas nuevas; prohíbe las propinas y, además, intenta romper el sistema de ascensos. Todo un desbarajuste para las formas en que se gestionaba el monumento antes de que la Junta se hiciera cargo de él. El resultado es que los trabajadores le montan una huelga y por primera vez en su historia la Alhambra se cierra al público.

Cuando Mateo Revilla lo recuerda le sale su inefable sonrisa. "En la Junta me dieron independencia y respaldaban mis decisiones. Y entonces hago lo que tenía que hacer. Los que estaban antes que yo a cargo de la Alhambra creían que el monumento debía ser un contenedor de cosas. Se utilizaba para banquetes de amiguetes, para fiestas, para rodar películas sin unas normas, etc. Pero la Alhambra está para ser mirada, admirada y respetada. Esa es su única misión", dice.

El encontronazo con antonio Jara

Hay quien piensa que Mateo Revilla le puso demasiado celo a su labor y que se pasó de dictar normas en su intento de preservar el monumento, pero él estaba convencido de que las futuras generaciones se lo agradecerían. Muchos granadinos se acuerdan de su oposición al proyecto de ampliar el cementerio del Generalife y de su encontronazo con el alcalde Antonio Jara, al no poder el primer edil acceder en coche al recinto. Mateo Revilla vuelve a usar su sonrisa para explicar este último lance.

-Aquello no fue así como se dijo.

-¿Y cómo fue?

-Recién puesta la barrera para impedir las entradas injustificadas de coches, se presentó Antonio Jara en su coche oficial. El guarda jurado le impidió la entrada porque la orden era que no dejara entrar a nadie y, en caso de duda, que me llamara. Antonio empezó a discutir con el guarda y éste intentó ponerse en contacto conmigo. Pero yo estaba como puta por rastrojo en un incendio que se había declarado por la Dehesa. Por entonces no funcionaban los móviles. El guarda no pudo localizarme y Jara se enfadó mucho y se fue. Al día siguiente salió en los periódicos que yo no había dejado entrar al alcalde. Mucha gente me llamó para felicitarme por mi valentía a la hora de aplicar la norma a rajatabla. Pero yo no saqué a nadie de su error, jajajaja. Por supuesto que si el guarda consigue hablar conmigo yo le ordeno que deje entrar al alcalde. No sé si a estas alturas de la película vale la pena que lo cuentes.

Mateo Revilla se ganó el sobrenombre de 'sultán de la Alhambra' porque mucha gente creía que él hacía y deshacía todo en el monumento. Día sí y el otro también sus decisiones servían de pasto mediático a la prensa. Un día les echó una bronca a unos turistas que se estaban comiendo una lata de sardinas en la Sala de los Abencerrajes. Y otro prohibió que se entrara sin camiseta al recinto monumental. Un respeto, por favor. En sus casi dos décadas de 'reinado' se opuso a cualquier intento de enlazar Granada con los recintos árabes a través de túneles, funiculares y telecabinas; aguantó carros y carretas cuando limitó el acceso de turistas y a las salas más frágiles de los palacios; cuando prohibió la entrada de carritos y de macutos y cuando se opuso a que se llenara de cemento los alrededores del conjunto monumental con la construcción de los aparcamientos, aunque aquí nada puso hacer. Los medios hablaron de cuando Díaz Berbel intentó por todos los medios quitarlo de en medio; de cuando ETA convirtió la Alhambra en objetivo de sus explosivos intimidatorios; de cuando la grafiosis que diezmó los olmos de la arboleda; de cuando un juez ordenó cerrar media Alhambra después de que un anciano muriera al precipitarse por el hueco de escalera y de cuando el propio director de la Alhambra salvó de una caída nada menos que a la reina de Inglaterra. Mateo Revilla era un chollo para la prensa. Y no le pilló de milagro el escándalo de la venta de entradas. Sobre este punto, con una sentencia a punto de salir después de diez años de proceso judicial, dice que tal vez el fallo de la excesiva dilatación del asunto estuviera en el juez, que decidió encausar a casi cincuenta personas. "De todas maneras me sorprendió que el propio Patronato de la Alhambra asumiera como una cosa interna el caso de corrupción que se había generado con las entradas, cuando eso era un asunto ajeno al monumento". Sobre el actual director de la Alhambra, Reynaldo Fernández, sostiene: "El que tenga poca relación conmigo es signo de inteligencia". Y luego se ríe.

Demasiados turistas

El ex director de la Alhambra también cree -en eso coincidimos- que el excesivo turismo puede ser perjudicial para una ciudad en general y para un monumento en particular. Le parece una barbaridad esos 2,7 millones de visitantes que tiene el monumento nazarí. "A los políticos se les llena la boca de la palabra turismo sostenible, pero eso son dos palabras antagónicas. La masificación turística expulsa a los vecinos del centro de las ciudades y hace que el patrimonio arquitectónico sufra por las inclemencias al que lo exponen".

Mateo Revilla es un hombre tranquilo, como el protagonista de la película de Ford. Un hombre al uso que sabe su doctrina y que da por bueno todo lo vivido. Como una vez escribió Alejandro Víctor García cuando estaban en apogeo las protestas y ataques contra su forma de gestionar el monumento, "su capacidad de ensimismamiento siempre le salva de una crisis fatal de desesperación".

En 2004 dejó de ser director de la Alhambra y volvió a sus clases. Hasta que se ha jubilado. Ahora, sus paseos, sus ratos de lectura y sus clases en la biblioteca pública, donde ha recuperado su conciencia pedagógica, le hacen sentirse satisfecho de su vida. "También ayudo en la educación de tres nietos, que son en realidad de mi mujer, pero los considero míos".

Dice el protagonista de este perfil periodístico que sigue yendo regularmente a pasear por los recintos árabes, unas veces pagando como cualquier ciudadano y otras veces utilizando las entradas de protocolo.

-¿Pero sabes de lo que me enorgullezco?

-No.

-Pues de haber estado 19 años al frente de la Alhambra y haber salido limpio y con la conciencia tranquila. Tal y como están los tiempos es para enorgullecerse.

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