Michael Jacobs, la Alhambra crítica
Hace un año de la muerte del que quizá ha sido el último de los escritores viajeros británicos que internacionalizó la Alhambra Fue uno de los más críticos con el estado actual de la fortaleza nazarí

HACE un año fallecía el hispanista británico Michael Jacobs, el escritor que elevó la pequeña localidad de Frailes a la internacionalidad. Pero eso es una anécdota vital en su experiencia, porque Jacobs fue un viajero contemporáneo, un crítico y cronista alhambreño y el creador de un nuevo estilo en la literatura de viajes. Michael Jacobs fue un eslabón más en la tradición de literatura inglesa de viajes, de la estirpe de George Borrow, Richard Ford o Brenan, con los que compartía muchas cosas. El profesor Juan Antonio Díaz, uno de los grandes amigos del escritor viajero, señala que "de Borrow compartió ese sentido del humor para salir airoso de las situaciones más surrealistas, de Ford, su enciclopedismo y su pasión por el arte, y de Brenan, ese espíritu aventurero, excéntrico y un mucho anarquista, que le llevaba a relacionarse y sentir empatía por cualquier persona, sin tener en cuenta su clase social, nivel cultural o procedencia geográfica".
Michael Jacobs había nacido en Génova, en 1952, hijo de una descendiente de la aristocracia siciliana y un abogado anglo-irlandés, cuyo trabajo en una multinacional hizo que Michael viajara desde niño y viviera en diferentes países y continentes. Aunque era un historiador del Arte formado en el prestigioso Courtauld Institute de Arte de Londres, su pasión por el español le trajo desde su adolescencia a España. Al comienzo de su carrera, una vez leída su tesis sobre arte italiano, bajo la dirección de Sir Anthony Blunt, se dedicó a publicar sobre temas relacionados con la historia del arte, pero su mentor le sugirió que se dedicara a viajar y a escribir. Uno de sus primeros trabajos fue precisamente hacer una especie de catálogo inventario de la colección de arte de la familia real inglesa.
Al principio escribió las típicas guías sobre diferentes países y ciudades centroeuropeas, Checoslovaquia, la ciudad de Budapest, y Rumania. Después le siguen libros sobre Barcelona, Madrid, el Camino de Santiago y una guía exhaustiva de Andalucía, en la que va mezclando historia y cultura con experiencias personales, algo que en el futuro será algo común en sus libros. "Su madurez como escritor le iba a llevar a practicar un género que mezcla de forma equilibrada la autobiografía, la experiencia viajera y la ficción, que podría encuadrarse en ese cajón de sastre que es la literatura de viajes, siguiendo la estela de los grandes viajeros ingleses del siglo XIX", comenta Díaz.
Tradujo también, para su puesta en la escena inglesa, a algunos clásicos del Siglo de Oro español. Uno de sus libros de esta nueva etapa de creación, Between Hopes and Memories (Entre esperanzas y recuerdos), fue el primero de esa nueva serie. Un viaje por España en una visión muy personal de la cultura, la idiosincrasia y algunos personajes controvertidos a los que tuvo acceso. A partir de los años noventa recorre toda la geografía española y su relación con España se hace más intensa. Precisamente en su último libro, trata de su llegada a España y la fascinación adolescente por un tema, Velázquez. En el verano de 1999, descubre de forma casual un pequeño pueblo de la provincia de Jaén, que supone su epifanía desde el punto de vista personal. Decide establecerse allí y escribir sobre sus gentes y su forma de vivir y fruto de esa fascinación es su libro La fábrica de la luz, que Paul Preston definió como "el Macondo andaluz". Para entonces ya se había establecido de forma casi permanente en el pueblo donde su figura no pasa desapercibida y se ha convertido en una celebridad local. Allí regresó en diciembre de 2013, cuando la batalla contra la enfermedad estaba casi perdida, para despedirse de sus amigos y de la gente que lo apreciaba.
"Todos los que tuvimos la suerte de conocerlo estamos de acuerdo que era un hombre grande en todo. En su porte y en todo lo que hacía. Y en todo ponía unas enormes dosis de pasión y de locura. Tantas veces le hemos recordado como un Quijote idealista, exagerado y divertido, y como un Sancho Panza bonachón y bienhumorado. Porque era los dos en uno", rememora Juan Antonio.
Jacobs dejó una obra tan variopinta como sus intereses, que van de la historia del arte a la literatura de viajes, pasando por la historia y la antropología. En los últimos años de su vida dedicó sus obras a la América española, una historia sobre la figura de su abuelo ingeniero que construyó la vía ferroviaria entre Chile y Bolivia, otro, un recorrido épico por los Andes, que recorrió de Norte a Sur y el último de la serie, The robber of memories (El ladrón de recuerdos), dedicado al río Magdalena en Colombia.
Michael Jacobs compaginó su faceta creativa con la académica, como un hispanista en activo. Participó en congresos y simposios en universidades españolas y extranjeras, y colaboró con el Instituto Cervantes. Allá por el año 94 fue uno de los conferenciantes del Centenario Gerald Brenan que organizó la Universidad de Granada. Sus participaciones en las dos ediciones del Hay Alhambra, y en casi todas las ediciones Hay a nivel mundial, quedaron en la memoria de todos los que lo trataron. "Y allí compartimos vivencias y momentos especiales con sus amigos, Jon Lee Anderson, el famoso reportero del New Yorker, el historiador Paul Preston, Daniel Mordzinski, el gran fotógrafo, Chris Stewart, el escritor y compañero de viaje y de radio, y las gastrónomas Alicia Ríos y Claudia Roden, entre otras figuras del mundo del arte y las letras", recuerda el amigo y profesor.
Su relación con Granada fue muy intensa. Era uno de los grandes conocedores y divulgadores de los tesoros del patrimonio artístico granadino desde la Alhambra a la Catedral, pasando por la Cartuja. "Recorrer la Alhambra con Michael era toda una experiencia. De hecho creo que habría que crear para él, si no está ya creado, el titulo de Guía de Honor de la Alhambra, por su contribución a la divulgación y al conocimiento del monumento", comenta Díaz.
Fue en los albores de la Fundación El Legado Andalusí, allá por 1994, cuando se le sugirió al hispanista Michael Jacobs que escribiera un libro de viajes que ayudara a difundir la herencia islámica de Andalucía. El encargo, fue realizado por el 'Sultán' -sobrenombre que el escritor puso a Jerónimo Páez- supuso de manera irremediable para Jacobs una manera de acabar con los mitos, leyendas, idealismos y demás postizos creados por los viajeros románticos que visitaron en el siglo XIX una Andalucía a la que le colocaron el velo del orientalismo.
El resultado de aquel recorrido, que le llevó hasta la también idealizada curva del Níger, fue el libro De la Alhambra a Tombuctú o de cómo seguirle la pista a los moros de España. Nombrado por el prestigioso The Independent libro del año en 2001, el autor le siguió el rastro a los moros de España tras su exilio prolongado desde su mitificado último reino de Granada.
"Desde un principio, mi interés por los monumentos islámicos había venido emparejado con la fascinación por la manera de como España estaba sucumbiendo cada vez más a la manía por lo musulmán, y me absorbí en las paradojas inherentes a una España en la que lo neoárabe estaba floreciendo en un momento en el que muchísimos aspectos del auténtico pasado musulmán del país estaban en decadencia", comentaba Jacobs.
Tras su recorrido por esos rincones del pasado andalusí acabó escribiendo un libro, "que pretendía ser un comentario irónico, tanto sobre el mundo del pastiche musulmán, como sobre las fantasías románticas de tantos de mis compañeros viajeros por la España islámica". Jacobs acabó convencido de que su imagen "aparentemente fantástica, de un mundo del que se está apoderando rápidamente la cultura del sucedáneo, hoy parece ser aún más verdadera que cuando escribía este libro".
La realidad ha superado una vez más a la ficción y "ni siquiera -dijo el hispanista- en los momentos en que he sido más impresionable podría haber predicho que para finales del milenio un magnate árabe iba a comenzar a trabajar en una réplica exacta de la Alhambra de Granada de tamaño natural, o que iba a inaugurarse en Marbella, entre una mezquita y el palacio del rey de Arabia Saudí, una discoteca inspirada por este famoso monumento".
La actual Alhambra, con sus taquillas, rígidos horarios de visita y recorridos constreñidos y prácticamente encauzados, no salió bien parada en el recorrido de Jacobs. "La legendaria Alhambra -escribe Jacobs- guarda poca relación con las ruinas abandonadas que comenzaron a atraer a los viajeros extranjeros a partir de finales del siglo XVIII". Y ésta es la visión del monumento actual: "Reconstruido, sobresaturado y reducido a un recorrido turístico rígidamente señalado con flechas y barreras de cristal, este monumento, que ya en los años cincuenta se describía como un mirador con pretensiones, en la actualidad a veces parece igual de falso que los otros centenares de edificios que ha generado".
La creación de muchos mitos e idealizaciones sobre la Alhambra es fruto del concepto de Oriente producido por la imaginación romántica, "un reino soñado por un Occidente domesticado e industrializado". La Alhambra se convirtió en un espacio "donde el pasado medieval y la edad antigua habían sobrevivido milagrosamente hasta la época moderna, y también en un lugar dominado por extremos de violencia y de sensualidad". Un ejemplo de esa especial recreación de la violencia alhambreña, Jacobs lo encuentra en Washington Irving, quien "encerrado entre las entonces descuidadas murallas de la Alhambra, inventó un cuento de una terrible masacre sólo a partir de las manchas rojas de una pila de mármol". "Otros escritores -prosigue el hispanista- inspirados por la riqueza abrumadora de la yesería de estilo árabe, llenaron los salones de la Alhambra de cortesanos perdidamente enamorados y bellezas de piel aceitunada".
El Albaicín tampoco se salvó de la quema y más que inspirarle al escritor, al igual que a sus antecesores románticos, la vida que pasaran allí los moros, lo que le provoca es "pensamientos en cármenes aburguesados, teterías neo-marroquíes, puestas de sol grabadas en vídeo y antiguos hippies que, de manera romántica, han adoptado una identidad sufí como si se hubieran recubierto de una capa de yesería árabe". Una vez más aparecen los sucedáneos posmodernos.
Esta es la Granada escrita por Jacobs. La Granada vivida y disfrutada con los amigos tuvo su epicentro en el Realejo, en el restaurante Tragaluz, el regentado entonces por Tita y Mustafa. "El primer amigo de Michael Jacobs en Granada fue el fotógrafo Pepe Garrido y su club de Las Flores, la cafetería de la calle Molinos", comenta Juan Antonio. "En esta cafetería nos reuníamos el grupo de amigos alrededor de Pepe y de Michael, porque él consideraba al Realejo su barrio granadino", añade el filólogo. Jacobs "puso al Tragaluz en el primer lugar de los restaurantes recomendados en Granada, porque él huía de los nombres de siempre, de los restaurantes 'típicos' y buscaba para sus guías de viajes esos lugares especiales", rememora Díaz. El Tragaluz se convirtió por intercesión de Jacobs en el punto de reunión de los hispanistas que pasaban por Granada, entre ellos Paul Preston, el periodista John Lee Anderson, y en la última etapa de este espacio, el escritor Chris Stewart y también el fotógrafo Daniel Mordzinski. Granada todavía no ha reconocido el nombre de uno más de los viajeros británicos que han ayudado a incrementar la fama y belleza de la ciudad, y que también denunciaron y fueron críticos con sus muchas sombras.
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